DYLAN

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Abro la boca sorprendida por lo que me acaba de revelar.

¿Pero qué...? ¿Mató a su familia? ¿Qué me está diciendo?

Al ver que no digo nada, porque estoy más que impactada como para hablar, dice:

—Sucedió cuando liberé mi poder. Como a ti te pasó, a mi también...

Narra Dylan:

—¡Ya déjala! —el grito no salió con la seguridad que quería. Mi voz tembló de solo tener que dirigirle la palabra a él.

Tenía a mi madre acorralada contra el sillón, ella acababa de llegar de uno de sus trabajos. Él detestaba que lo hiciera, pero, ¿de dónde creía que salía el dinero para comprar su maldito alcohol?

Mi padre... o mejor dicho, la escoria de aquel hombre, soltó una risotada burlona al oírme gritar.

—¿Quién te crees que eres tú, mocoso, para decirme que hacer? —inquirió con voz ronca.

Yo me encontraba justo detrás de él, y cuando se dio la vuelta, su fuerte aliento a alcohol me llegó como una bofetada.

Se paró frente a mí para demostrar quien tenía la autoridad en esa casa. Él era más alto, más fuerte, y yo solo era un niño que acababa de cumplir catorce años.

Llevé mis ojos hacia una de sus manos, donde colgaba la botella de alcohol barato. Era repugnante.

—No la vuelvas a tocar —dije con un poco más de seguridad, pero era consciente del temblor de mis piernas.

Y el golpe llegó más rápido de lo que esperaba. Su puño se estampó en mi rostro sin piedad, sin siquiera importarle que yo llevara su sangre en mis venas. La fuerza del impacto provocó que mi cabeza chocara contra la mesa de madera que había a mis espaldas. Sentí la habitación girar por un momento.

—¡Dylan! —gritó mi madre espantada.

Hizo a un lado aquel hombre y cayó a mi lado sobre sus rodillas. No me gustaba que me viera débil, yo podía contra él. Sus golpes no me hacían daño.

"Te mientes a ti mismo", susurraba mi conciencia.

Mi padre nos observó con actitud soberbia y luego caminó hasta la puerta para salir de la casa cuanto antes. Los cristales de las ventanas vibraron por el golpe brusco al cerrar la puerta tras de sí.

Esa era la importancia que le daba a su familia.

Los ojos de mi madre estaban llenos de lágrimas. Odiaba verla así. Me hacía odiarlo a él más de lo que ya lo hacía, y me odiaba a mí mismo por no ser capaz de hacer algo por ella.

Sus manos tocaron desesperadamente mi cabeza, horrorizándose cuando una pequeña gota de sangre tiñó una de ellas.

—Estás sangrando, Dylan —dijo con voz ahogada—. Debemos ir al hospital.

Se levantó de un salto y corrió al baño para luego volver con un trapo húmedo entre sus manos. Se sentó a mi lado y comenzó a limpiar la poca sangre que salía.

—Ya deja, mamá. Estoy bien, no es nada —dije en un intento por tranquilizarla.

De sus ojos brotaban lágrimas de dolor. Sabía que todo estaba mal, pero, ¿qué podía hacer? Aquel tipo la tenía amenazada, según él mataría a cualquiera si llegaba a huir con nosotros. Era una mierda. No veía la hora de crecer para poder enfrentarlo.

—Prenderé el coche e iremos al hospital —volvió a decir con voz firme, pero temblorosa.

Le aparté el cabello que tapaba la mitad de su rostro y la ira comenzó a dominar mi cuerpo cuando ví el gran hematoma que cubría su ojo. Eso no lo tenía por la mañana.

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora