XII

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—¡Caitlin!

Volteo a ver quien me ha llamado y observo a mi pequeño primo, Bradley, de seis años, corriendo hacia mí. Su cabello ha crecido bastante desde la último vez que lo vi, sus rizos se mueven en todas direcciones mientras se acerca hasta donde estoy.

—Pequeño demonio a la vista —susurra mi hermano mientras mira lo mismo que yo.

—¡Hola, Brad! ¿Cómo estás? —le sonrío con cariño una vez que llega a mí.

Este niño, así como cualquiera lo ve a simple vista, luce como un angelito. Facciones suaves, sonrisa tierna y ojos desbordantes de alegría. Pero cualquiera que lo conoce mejor sabe que tiene encarnado un pequeño demonio. A nosotros ya no nos engaña.

—Bien —responde con lo justo. El niño está interesado en enseñarme a mí y a Taylor otra cosa. Es por eso que ha venido hasta nosotros.

Termino de confirmar mis sospechas cuando se para en puntas de pie y nos deja a la vista sus pequeños dientes de leche. Oh, uno ha desaparecido.

—¡No me digas! ¿Ha venido el hada de los dientes? —le pregunto mientras sacudo sus hermosos rizos.

Él asiente con vehemencia y saca algo de dinero del bolsillo de su pantalón.

—Me ha dejado diez dólares —nos enseña.

—¡Qué bien! ¡Felicidades!

Extraño sentir esa ilusión. A medida que crecemos vamos perdiendo por el camino toda esa magia que nos acompaña desde niños. Los castillos se derrumban y las sirenas se pierden en lo profundo del océano, esperando que en algún momento volvamos a recordarlas. El mundo que construimos con nuestra imaginación se desmorona y es reemplazado por otro el cual nos vemos obligados a aceptar. Ese mundo se llama realidad. Desde ese momento solo lo tangible y observable es creíble.

Ya finalizado conmigo, se acerca a Taylor para mostrarle lo mismo. La única diferencia es que a él le pide que lo cargue en brazos. ¿Qué problema tienen mis brazos?

No son tus brazos, es tu altura.

—Pequeño, ¿en qué pelea te has metido? —le dice mi hermano en broma mientras lo carga sobre sus hombros.

—No le des ideas, Taylor —lo regaña la tía Sussan. La madre del pequeño ha aparecido justo por detrás nuestro, casi me da un infarto.

Ella es una mujer alta y esbelta, con el cabello igual que el del niño. Es increíble esto de los genes...

Mi hermano no puede evitar reírse, hasta que recibe sin querer una patada del chiquillo en el mentón. Y es en ese momento cuando toda diversión desaparece de su rostro.

—¡Abajo! ¡Abajo! —grita el niño en las alturas, luchando para escaparse de allí y así no ser interceptado por su madre.

Taylor lo deja nuevamente en el suelo y se vuelve hacia mí, refregándose el mentón con la palma de su mano.

—Te dije que era un demonio —dice por lo bajo para que la tía Sussan no lo oiga.

Asiento, muy de acuerdo con él.

A veces pienso que hubiese sido lindo tener alguna prima de mi edad con quien charlar. Somos seis primos en total y tuve la mala suerte de ser la única mujer entre ellos. No estoy interesada en oír sobre los partidos de fútbol, baseball o sobre fiestas y borracheras, sinceramente eso no es lo mío.

—¿No quieres tomar nada? —me pregunta mi hermano una vez que el pequeño Bradley y su madre se alejan.

Observo a Taylor que tiene en su mano un vaso de no sé qué al cual le da unos tragos a cada tanto. Él va vestido para la ocasión con una camisa de jean con las mangas dobladas hacia arriba, hasta la altura del codo, un pantalón oscuro y unos zapatos.

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora