Un año y cuatro meses atrás.
Narra Jill:
—Les juro que sentí un fuego en mi interior cuando me llamó rubia oxigenada. Quise gritarle: ¡es natural imbécil! —les conté a mis amigas, que estaban oyendo la historia con las comisuras de sus labios curvadas hacia arriba.
Se podía decir que ahora estaba un poco más tranquila, porque hace un par de horas estaba que echaba humo por las orejas.
—Es Ashley Peterson, ¿aun no la conoces, Jill? —murmuró Penny con sarcasmo, abriendo la nevera para tomar dos potes de helados.
Estábamos en la casa de Caitlin, nos vinimos aquí luego del instituto para relajarnos un rato, charlar y divertirnos, pero solo recordar lo que había hecho hoy esa arpía hacía que mi estómago se revolviera. Esa imbécil ya encabezaba mi lista negra desde mitad del año pasado. Todo sucedió cuando, en medio de un examen, a ella se le cayó una de sus hojas al suelo, justo al lado de mi silla. Y como buena compañera que yo era, se la levanté para devolvérsela. Pero adivinen a quien de las dos le anularon el examen por haberse copiado. La maldita mintió y dijo que el papel no era suyo, y como estaba en mis manos... ya se imaginarán como sigue la historia.
¡La odio!
Y todavía seguía sumando puntos, hoy se lució. En plena clase de gimnasia, justo cuando estaba por encestar, me arrebató el balón de la mano y me dio un empujón para sacarme del camino, no me caí de culo de puro milagro. Aunque lo peor de todo no fue eso, sino cuando la oí gritarme: "¡eres lenta, rubia oxigenada!"
¡Ella era la rubia oxigenada! ¡Mi pelo siempre ha sido cien por ciento natural!
Sentía que iba a explotar por dentro cuando la oí llamarme así, y lo digo literalmente. Una extraña sensación se removió en mi pecho al sentir tanta ira acumulada junta, si el profesor Madson no hubiese sonado su silbato para ponerle fin a la clase... no sé que hubiese pasado.
Lo más triste de todo era que ella solo lo había hecho para impresionar a su perrito faldero, Zac. Un imbécil que estaba loco por ella.
—Les juro que jamás había sentido una rabia tan grande, era casi incontrolable. Por un momento pensé que estallaría en medio del gimnasio —les expliqué, aun algo extrañada al recordarlo.
—Te creo —asintió Caitlin—. Que bueno que el profesor Madson sonó su silbato, sino sus padres iban a tener que recogerla al hospital.
No sabía si estaba bromeando o si lo decía enserio.
—Tan pequeña, pero tan peligrosa —la siguió Penny, intentando no reírse.
Genial, ahora se estaban burlando de mí.
—¡Se los digo enserio! —intenté no reírme yo también, pero fracase en el intento.
—Anda, trae las cucharas —me pidió mi prima, saliendo de la cocina con los potes de helado entre sus manos.
—¿Tú me crees no? —me dirigí hacia Caitlin, apuntándole con el cucharón que tomé de la mesa.
Ella tomó entre sus manos el recipiente de palomitas de maíz que habíamos hecho hace unos minutos, y llevó sus dulces ojos verdes a los míos. Me sonrió y salió casi corriendo de la cocina, detrás de Penny.
—Claro que no —murmuré a la nada, dejando el cucharón en donde estaba.
Me acerqué al mueble y comencé a buscar las cucharas en el cajón. Tomé tres.
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CAITLIN | LIBRO I ~ Almas Gemelas
Teen Fiction¿Que la vida es justa? ¿Que siempre hay finales felices? No, nadie cree en eso, ¿o sí? Antes pensaba que podía darme un respiro de la monotonía de mi vida si me sumergía dentro de un mundo diferente, llamémoslo... libro. Sí, ellos han sido mi oxíge...