LVII

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Unas delicadas caricias en mi cabello me despiertan de la mejor siesta que he tomado en toda mi vida. Sus dedos pasan como un cepillo por mi cabeza, masajeando y acariciando cada hebra a su paso.

Como estoy de espaldas a él, giro un poco la cabeza para poder verlo mejor. Dylan me está observando con una pequeña sonrisa en sus labios. Tiene su glorioso torso al descubierto. La sábana solo rodea su cintura, dejando a la vista su increíble cuerpo. Sus relajadas facciones me traen paz, mucha más de la que ya siento.

No tenía idea de cuanto necesitaba este momento hasta ahora. Después de todo lo malo por lo que he atravesado estos últimos días, esto ha sido como una buena bocanada de aire fresco.

Miro por la ventana y veo que el atardecer se filtra al cuarto, tiñendo las paredes de un claro anaranjado. Desperté anteriormente para avisarle a mi madre que pasaría la noche aquí para que no se preocupara. Con Dylan también aprovechamos para comer unos emparedados de mantequilla de maní con jalea mientras tonteábamos el uno con el otro, pero ya se imaginarán en que terminó todo. Dylan me enseñó por primera vez lo que es estar en el jodido paraíso y ahora quiero volver allí una y mil veces más. No me culpen, con pedazo de hombre que tengo al lado, ¿quién no haría lo mismo? Al final, ambos terminamos nuevamente pronunciando el nombre del otro entre suaves gemidos, fue increíble. Tantas veces que esperamos este momento y al fin pudimos conocernos de todas las maneras posibles.

—¿No has dormido? —le pregunto, antes de que pueda decir algo.

Acariciándome la mejilla con su mano, niega con la cabeza.

—Temía que al despertar no te encontrara aquí —dice en un murmullo—. No quería pensar que fue solo un sueño.

Giro mi cuerpo hacia él, quedándome apoyada sobre mi brazo izquierdo. La sábana me cubre mi desnudez.

—Estoy aquí. Todo fue real —susurro a pocos centímetros de sus labios.

Sus ojos me miran con una de adoración que me provoca que mi pecho se infle de alegría.

—Te amo, Caitlin, no te das una idea cuanto... —sus labios se encuentran con los míos antes de que pueda siquiera contestarle.

Quisiera que este momento no se acabe jamás. Hemos creado una burbuja, un espacio que nos aísla del exterior y todos sus problemas. Aquí solo somos nosotros, y nada más que eso importa.

Sus labios se mueven lentos sobre los míos, disfrutando de cada roce, de cada beso.

—Y yo te amo a ti —puedo responder, una vez que consigo separarme de sus labios.

Coloca una mano en la parte baja de mi espalda, por encima de la sábana, para atraerme contra su fuerte y calentito pecho. Sus brazos son mi lugar seguro, mi hogar. Cierro los ojos y respiro su increíble aroma por un par de minutos.

—No quiero arruinar el momento, pero debo ir al baño —murmuro en voz baja, luego de un rato. Mi vejiga estallará si no la vacío cuanto antes.

Dylan me besa en la frente y me libera de su agarre.

—Ve, te espero aquí —me azuza él, sonriendo levemente.

Le doy un último beso en los labios y luego me levanto de la cama.

Maldición.

Tendrás para recordarlo por el resto del día.

Mentiría si dijera que no me duele absolutamente nada.

—¿Estás bien? —pregunta Dylan, un poco preocupado.

—Sí, estoy bien —le tranquilizo con una ligera sonrisa en los labios.

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora