XV

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Un incómodo silencio se extiende entre ambos a medida que el coche avanza por las calles de la ciudad. Yo no quiero hablar, y Dylan respeta eso. Sus ojos están puestos en el tránsito, aunque lo he pillado una o dos veces mirándome de reojo.

Tú tampoco te quedas atrás.

Bueno... yo también lo he estado mirando. Su forma de conducir es muy precisa. A pesar de que su rostro suele estar contraído en una expresión de molestia, ahora luce completamente relajado. Me llama la atención como las venas sobresalen de la piel tan nívea de sus brazos al tomar con firmeza el volante. Si junto todas las fotos mentales que hice de él cada vez que mis ojos se han escapado a verlo, puedo decir que es un ser jodidamente bello, a pesar de tener una personalidad horrible.

Su actitud relajada por un lado me trae calma a mí también, disminuyendo mi nerviosismo y bajando un poco mis defensas.

Admito que tampoco se está tan mal aquí. Digo, no es que me encante compartir un espacio tan reducido con él, pero se siente diferente a como creí que sería. Es extraño, pero la energía que me atormenta cada vez que estoy cerca de él en este momento no hace acto de presencia, y eso hace que el viaje resulte más llevadero.

Curioso.

—Maldición... —se atreve a romper el silencio que comenzaba a gustarme.

Lo observo con recelo. No entiendo a qué viene ese comentario.

—¿Ocurre algo? —pregunto dudosa.

—¿Te importa si nos desviamos un momento?

Eso ya no me gusta para nada. ¿Por qué quiere desviarse? Tampoco estamos tan lejos de la biblioteca.

—¿A dónde iremos? —quiero saber, sin siquiera poder disimular mi falta de confianza.

—Ya verás —se limita a responder.

Nos desviamos en la siguiente intersección, hacemos unas cuantas calles más y, finalmente, llegamos a una casa que desconozco.

—Espérame aquí —dice antes de bajarse del auto.

Lo sigo con la mirada hasta que lo pierdo de vista cuando se mete dentro de la casa de dos pisos. La fachada es bastante linda, a decir verdad. El color arena pálido que se luce en sus muros la hace lucir moderna, al igual que sus ventanales largos y anchos. Me pregunto si será su casa o la de alguien más.

Él regresa al cabo de unos minutos con tres libros, uno bajo el brazo y dos en una mano. Se sube al auto y los deja en el asiento trasero antes de ponernos nuevamente en marcha.

—Lamento haberte hecho esperar, olvidé que debía devolverlos hoy a la biblioteca —se disculpa.

—¿Qué lees? —pregunto solo por curiosidad.

Que le guste leer suma puntos. Ahora me agrada solo un poquito más que antes.

—Son libros sobre... —duda que respuesta darme—. No lo entenderías.

¿Qué no entendería? Podría asegurar que he leído más libros de los que él se imagina. Creo ser capaz de entender de qué se trata.

Tomo uno de la parte trasera y observo detenidamente la portada sin ningún nombre. Tiene aspecto muy antiguo, vaya uno a saber de que siglo es. Lo abro justo por la mitad y me llevo la sorpresa de que las palabras están en un idioma raro. ¿Será francés?

—Francés y griego —aclara al ver mi expresión de confusión.

—¿Cuántos idiomas hablas? —pregunto sorprendida. Este chico es una caja de sorpresas.

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora