XVIII

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Un repentino escalofrío me despierta del sueño más escalofriante que he tenido en toda mi vida. Incluso, aun siento el miedo palpitando en mi pecho. El único problema es que no puedo recordar exactamente lo que he soñado; solo tengo presente ese miedo paralizante.

La brisa fresca, proveniente de algún sitio, me acaricia ligeramente la pierna desnuda. Me cubro con la sábana y giro en la cama hasta quedar boca abajo. Se siente muy espaciosa y fría. La siento extraña.

Estrujo la almohada entre mis brazos e inhalo su delicioso aroma a fragancia masculina.

Aguarden... ¿Fragancia masculina?

No creo que esa sea tu almohada.

Abro los ojos de golpe y me levanto de un salto de aquella cama que es dos veces más grande que la mía. Podrían entrar tres como yo ahí. Mis músculos protestan por haber hecho aquel movimiento tan brusco, es como si un camión me hubiese pasado por encima. Cada rincón de mi cuerpo duele.

Analizo mi entorno y descubro que estoy sola en una habitación desconocida. Cada rincón está decorado con distintas tonalidades de colores neutros; la madera oscura de los muebles contrasta con el color gris claro de las paredes. La decoración es sobria, pero moderna a la vez. Me imagino al dueño de este cuarto como una persona bastante seria.

¿Dónde estoy? El nerviosismo crece en mi pecho a medida que los segundos pasan. ¿Me secuestraron mientras dormía? No entiendo nada. No puedo recordar cómo es que terminé aquí.

Mis piernas tiemblan cuando la brisa vuelve a acariciarlas. Bajo la mirada a mi atuendo y mis ojos se abren ligeramente al ver que llevo puesto solo una camiseta blanca. Claramente la talla no me sienta, porque me llega dos dedos por encima de las rodillas; es como un vestido para mí. Observo por dentro y veo que aún conservo la ropa interior. Se siente húmeda, pero al menos allí está.

¿Por qué llevo puesto esto? No lo logro recordar absolutamente nada. ¿Acaso me embriagué y terminé aquí con algún chico? Porque mentiría si dijera que esta camiseta no huele a fragancia masculina. Su delicioso aroma me envuelve por completo. Y no solo la prende desprende ese olor engatusador, mi piel y mi cabello también están impregnados de esa exquisita fragancia.

¿Te embriagas con jugo de frutas?

Bueno, sería extraño que haya bebido, porque yo jamás lo hago.

Camino alrededor de la habitación para encontrar alguna foto o algo que me diga a quien le pertenece este cuarto. Observo a través de la ventana y veo que estoy en un segundo piso. Esta habitación da vista a un precioso jardín decorado con todo tipo de plantas, pero que el día de hoy se ve triste por la poca luz que las nubes grises dejan pasar. También, una suave llovizna acompaña el clima melancólico, deslizando finas gotas por el cristal de la ventana.

En la pared opuesta a la cama, se encuentra lo que parece ser una pizarra, de un tamaño no demasiado grande, oculta bajo una sábana blanca.

Sin poder reprimir mis impulsos, mis pies comienzan a moverse en esa dirección. Solo será una ojeadita...

Mis dedos rozan la suave tela, ansiosos por descubrir lo que hay debajo. Estoy a punto revelar una parte, cuando escucho un par de pasos detrás de la puerta.

Mi primera reacción es tomar algo con lo que pueda defenderme. Miro en todas direcciones y veo una pequeña lámpara sobre la mesita junto a la cama. No dudo en tomarla entre mis temblorosas manos, llevándome también conmigo el cable que la conecta al enchufe. Doble arma: no solo podría golpear a mi secuestrador, sino ahorcarlo.

La inteligencia te persigue, Caitlin, pero a veces tú eres más rápida.

El pomo de la puerta gira y yo me apresuro a correr al centro de la habitación para alejarme lo más que puedo de la entrada. Mis ojos se abren como platos al ver quien está parado bajo el umbral: Dylan.

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora