XXVI

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—Dylan... —musito aterrada.

Sus ojos siguen la dirección de los míos.

—¡Mierda!

Con una mano sobre el volante y otra en la caja de cambios, se enfoca aún más en las calles y en las personas que se cruzan constantemente.

—¡No dejaré que vayas solo! —grito con enfado, la adrenalina fluye a raudales por mis venas.

—¡No te pondré en más peligro del que ya te encuentras! —vocifera en un tono más elevado que el mío.

—Pero...

—¡Sujétate!

El coche sufre una embestida en la parte trasera que nos impulsa violentamente hacia adelante.

—¿Estás bien? —pregunta preocupado.

Ni siquiera le contesto. Mi ojos están fijos en el vidrio trasero del coche, viendo como aquel auto vuelve a colocarse peligrosamente cerca de nosotros.

—¡Nos embestirán otra vez! ¡Haz algo!

Él escucha mis gritos de pánico y gira bruscamente a la derecha, haciendo que las llantas resuenen sobre el asfalto.

Vuelvo la vista otra vez hacia aquel auto y logro distinguir a dos hombres dentro.

Dylan pisa más fuerte el acelerador y el coche alcanza los doscientos kilómetros por hora, pasando entre los demás autos como una bala. Alcanzo a ver, entre borrones de colores, las expresiones de horror de las personas que circulan por la zona.

Siento que vomitaré en cualquier momento.

—¡No logro perderlos de vista, maldición! —grita Dylan con furia.

Me vuelvo hacia él con los ojos abiertos de par en par. ¿Y ahora qué haremos?

El pánico comienza a oprimirme el pecho, haciéndome difícil la simple tarea de respirar.

—¿Qué haremos ahora? —le pregunto con voz ahogada.

Se mantiene en silencio por unos segundos, como si estuviera sopesando las opciones que tenemos en este caso.

—Los enfrentaremos —dice finalmente. Sus dientes crujen cuando presiona con fuerza su mandíbula. Todos los músculos de su cuerpo se ven tensos. Esta situación escapa de sus manos.

¿Enfrentarlos? Si ni siquiera soy capaz de controlar mi escudo, y ni hablar de mi poder.

Pasamos un semáforo en rojo a toda velocidad. Un auto que venía en mi dirección alcanza a pisar el freno a centímetros de mi puerta.

Eso estuvo cerca.

Vuelvo a ver por el espejo lateral. Mala idea. Lo que veo me deja estupefacta. Han atropellado a una mujer que justo cruzaba la calle correctamente por la celda peatonal.

¡Dios mío!

—Malditos —masculla Dylan entre dientes.

Mis ojos se empañan por las lágrimas que amenazan con salir. 

Al parecer esos Raezers no tienen límites. Una vez que fijan su blanco ya nada ni nadie les importa.

Reconozco la ruta que tomamos, es la misma por la que hemos ido al campo de entrenamiento. ¿Es allí a dónde quiere ir?

—Escúchame, tendremos que seguir a pie. Llegaremos mucho más rápido si corremos —asegura, intercalando la mirada entre la ruta y mis ojos.

Eso es verdad, somos mucho más rápidos que un vehículo. Tal vez tengamos posibilidad de escapar. Por un momento mi rostro se ilumina al pensar en que tal vez tengamos escapatoria, pero esa felicidad no dura más que dos míseros segundos al escuchar a Dylan decir:

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora