Prólogo

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                                                                                    PRIMERA PARTE

                                                                                      MALDITOS




"Quizá el mundo te trate mal, o quizá tú estás siendo demasiado injusta con él llamándolo desagradecido cuando eres tú la que lo está siendo. O quizá ambos lleváis razón y ambos tenéis la culpa de que esto sea así. No lo sé. Pero ¿sabes algo que sí sé? Que el mundo lo hacen las personas, chica, y si tú te comportas mal, otros lo harán igualmente. Por eso debes ser buena. Es algo que sólo la calle te enseña. El dolor se purga con dolor."

Se incorporó nerviosamente y, con todo el cuerpo temblando, salió del lecho. Frunció el ceño.

Se preguntó qué demonios estaba haciendo. Ni ella misma lo sabía. Sólo sabía que aquel maldito sueño había conseguido despertarla. Se mordió el labio inferior.

Sí, estaba segura. Había sido ese sueño otra vez. Meneó la cabeza para desvelarse del todo y se pasó una mano por el cráneo. Sopesó la longitud que había alcanzado su pelo. Ese pálido pelo que tanto le gustaba. Quizá algún día se lo cortara. Quizá lo hiciera cuando lo considerara oportuno. Quizá no lo hiciera nunca.

Se encogió de hombros. ¿Qué más daba? Era su vida, y ella podía hacer lo que quisiera con ella. Además, nadie iba a negarle cualquier deseo. No había nadie que pudiera o quisiera hacerlo. Porque no había nadie que se preocupara por ella.

Recordó de nuevo ese sueño que provocaba que sus manos se crisparan y su boca esbozara una mueca hasta desembocar en una acervada sonrisa que no quería, ni era capaz, de reprimir. Hace mucho tiempo le dijeron que fuese buena. Se lo dijeron como si fuera un consejo. Pero ella no había tomado nota de ese consejo.

¿Para qué? ¿Acaso iba a mejorar su vida? No, no lo iba a hacer en absoluto, y por ello prefirió eludir la recta vía de la bondad. En las frías callejuelas que la habían cobijado durante su infancia no existía tal sentimiento, por lo que era absurdo decidir ser benévolo cuando ni el más estúpido de aquellos golfillos que las frecuentaban lo era.

¿Para qué serlo ella entonces? Había aprendido pronto que no sirve dar beneficio a aquellos que no tienen ni oficio, pues tan rápido como lo haces te apuñalan por la espalda. El mal llama a su hermano, había pensado en aquella época, ya tan lejana que tal vez hubiese zozobrado en los océanos de su memoria.

Se miró en el espejo del habitáculo, partido por la mitad, y difícilmente pudo encontrar en aquella joven que le devolvía la mirada una mera sombra de lo que alguna vez fue. Porque hacía ya demasiado tiempo... Demasiado tiempo que había abandonado la crisálida para convertirse en una mariposa que volaba libre por el mundo.

Aquel lugar que tanto odiaba. La sonrisa que llevaba tantos años gestándose en el interior de su persona se abrió camino entre sus tendones, apartando todo aquello que le molestara, saliendo a la luz. Apareció pura y malvada, reflejada en la superficie de cristal. Casi rompió el espejo de lo afilada que parecía. Se encontró sonriéndole a la chica desgarbada y alta que la contemplaba regalándole esa mueca gemela de la que seguro que se enorgullecía enormemente.

Era parte de su carácter. De todo lo que siempre había sido. ¿Por qué esconderla si adoraba exhibirla?

Chasqueó la lengua y se sacudió el polvo de los pantalones. Le dijo adiós a su compañera atrapada en la jaula de cristal y cogió sus armas, aquella pareja de cuchillos que se habían enamorado uno del otro y que, debido a ello, no podían estar separados. Y ella pensaba así. Ambos eran sus mejores compañeros. Los enfundó en su cinturón de gastado cuero y se calzó las botas.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora