CRUELDAD

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Ahí estaban, en esa casa que dejó de ser habitable hace mucho tiempo, buscando maneras a través de las cuales matar el hastío, aguardando una última oportunidad para sonsacarle información, por ínfima que fuera. Era difícil aunque ya no se mantuviera íntegramente hermética.

—Siento ser indiscreta, pero, ¿cuándo fue que te quedaste huérfana?

Amra clavaba en ella sus intensos ojos color miel, le pedía, le suplicaba, que se lo contara, pues ella lo entendería.

Kass alargó el brazo para tocarla, para gestar en él su amor, se lo acariciaba y le transmitía su amor puro e inefable, que no se podía comparar a nada que Amra hubiera sentido antes y que barría toda mentira, el que la contrabandista y ella estuvieran tan ligadas hubiera hecho escandalizarse a media corte, si no le había supuesto quebraderos de cabeza antes, pero ese tiempo pertenecía al pasado que ninguna de las dos quería recordar y ahora estaban entregadas a la pasión incandescente que ardía en sus corazones sin detenerse... sin ser aplacada. Le sonrió a la criminal, que le devolvió el gesto.

Su mirada arrasaba, estaba hechizada, ese sentimiento la impelía... y la verdad de que quería ayudarla a cualquier costo. <<Enséñame todo de ti, quiero investigar a tu lado. No reprobaré nada, te lo prometo. Si debo morir, lo haré contigo. Sin ti, mi vida ya no tiene sentido. Irónicamente, tú eres quien se lo quitaba mas ahora... te necesito. Mi alma se desvive por ti, creo que lo sabes. Llévame a donde nadie más ha ido nunca, no me decepciones... no, atrévete a probar mi confianza hacia ti, por favor, créeme. Soportaré tu locura y le encontraré un motivo, si me dejas seguir.>>

Asintió su compañera, semejando leer en su mente. Pero no podía responder a su pregunta, tanto la laceraba, esa senda tortuosa de penas no podía ser evocada, debía desterrarla. Debían ellos cesar de inquirir, de querer atar cabos. Amra se frotó la nariz, extrañada por su propia conducta. Se había enrarecido, ¿o Kass había influido en ella? Tendría tiempo de averiguarlo después, cuando estuvieran a solas. Por el momento el plan no se tambaleaba.

Seria, Kass soportaba las miradas lacrimosas de Vellina, a Eshren y a Maggie haciendo pucheros, en vista de que su intento había dado al traste con lo que maquinaban, y al amor de Amra derramándose por su ser, colmándola de idónea felicidad. Ni siquiera a ellos contaría ese tipo de secretos. Horripilantes. Degenerados. La gente que la trató y que estaba por encima de la razón humana.

—No puedo deciros ni la mínima parte, lo siento. Sé que soy pésima... —se le crisparon las manos, Amra la soltó al notarlo, se le anegaron los ojos de lágrimas nuevamente—. No podéis saber, no lo entenderíais; incluso si hubierais estado de testigos, habríais deseado olvidado tan pronto como lo hubierais presenciado...

Eshren se levantó. Su cara reflejaba la batalla que se fraguaba en su interior.

—Ya hemos hablado de esto, ya lo conocemos.

—Es inimaginable. —Kass apretó los puños, resonaba su voz hundida, se plasmaba en las paredes y rebotaba, cubría todo de ceguera y sufrimiento, acusaba languidez, como si hubiera envejecido de golpe. Pegó contra el reposabrazos de la silla. Congestionada, ilustraba el mundo tal cual era, una lucha infinita entre el fuerte y el débil, donde nadie puede fiarse de nadie—. En este mundo no hay cabida para la debilidad, está asegurado. El hombre que golpea, arroja, somete, ese que no conoce la compasión y busca solo su beneficio, que usa la violencia sin parangón, desquita toda esperanza, nos obliga a escuchar sus dictámenes... y morimos y no importa. Quién mejor que yo lo sabe. Me lo grabaron en el cuerpo a puñetazos.

Y se estremeció.

La sala se llenó de un silencio que pesaba demasiado. Maggie se removió incómoda. Quería replicar a tal argumento, contraponerlo con su opinión. Eshren miraba al suelo, como si las tablas de madera o las motas de polvo posadas en ellas pudieran hacerle entender lo retorcido que era el mundo... cuando creía haberlo entendido.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora