RUMBO A DONDE NO SEPAN DE MÍ

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Kass avanzaba trabajosamente por el sendero de roja tierra que se extendía inmenso ante ella, compartiendo escenario con el cielo de un vívido tono azul y el paisaje agreste que había a varios kilómetros. El astro rey se balanceaba travieso y mezquino por encima de su cabeza, cegándola e interceptando sus pasos de una forma tal que en algunas ocasiones casi se encontró a la tierra delante de los ojos, estrellada contra ella. Las nubes pasaban como algodón sobre ella, y Kass las observaba y se lamentaba de no ser lo suficientemente poderosa en el terreno de la magia como para poder subir hacia ellas, transformarlas en azúcar y comérselas. Sí, azúcar era sobre todo lo que necesitaba; sus labios esbozaron la sonrisa que era tan propia de ella; le encantaban los dulces, no lo iba a negar. Sin embargo, por el momento todo lo que tenía se reducía a escasos bienes materiales que venían encubiertos en la bolsa, de modo que no se viera qué era lo que llevaba, ya que algunas cosas eran evidentemente amenazadoras. Y Kass no soportaba que se las arrebataran. Tan concentrada estaba en lo que pensaba en ese momento, tan sumida en sus ensoñaciones, que no advirtió a una piedrecilla que acudía a la sonora llamada de sus pasos, y que quedó atrapada bajo la suela de sus gastadas botas. Kass percibió su presencia justo un segundo antes de curvar el cuerpo hacia adelante... y caer cuan larga era sobre la arenisca que servía de cubierta a la tierra.

Su nariz tropezó con más piedras malcaradas, las cuales la arañaron un poco más de lo que ya estuviera, sus manos quedaron casi desolladas, recorridas por finas líneas de sangre que se entrelazaba, y las rodillas le dolieron al solo contacto con la superficie ruda del suelo. Farfullando incoherencias de toda índole y soltando injurias contra los cantos rodados del camino, que nada habían hecho más que posarse bajo sus pies, se incorporó con destreza y procedió a colocarlo todo en su sitio. Se atusó la trenza, ajustó el morral y se sacudió la tierra rojiza que se había adherido despreocupadamente a los pantalones. A continuación, se examinó las manos. <<Nada que no pueda ser curado mediante sencillas maniobras y una tina de agua>> se dijo a fin de acallar a su enrabietada conciencia, que salía disparada a borbotones, y al decir esto agarró el pequeño puñal que siempre llevaba atado a la rodilla, aunque esta vez en la parte trasera, cuidando de que no se desengancharan las correas que lo mantenían sujeto.

Con una frialdad que superaría al mejor mercenario de cuantos se hubiese topado en su vida, cortó un trozo del bajo de los raídos pantalones, lo rascó hábil para que no sobrara ninguna parte y se guardó el puñal donde le convenía. Tras esta acción que no duró más de dos minutos, se envolvió cuidadosamente ambas manos, deshaciéndose del trocito que no sirviera. Contempló maravillada su gran obra. <<Listo. No hay de qué preocuparse.>> Apretó los puños, ansiosa por continuar, y ordenó a sus piernas que marcharan al ritmo del agitado corazón, que empujaba a sus costillas, deseando liberarse. Dejó que la sangre circulase por sus manos ya vendadas, estirazando los brazos y las piernas. Miró al sol, en un rebelde frenesí producido gracias a toda la emoción que rebosaba en su alma. El horizonte la esperaba, sonriendo a lo lejos. Kass amplificó su mueca, dándole el ardor que cabía en cada uno de sus huesos, el mismo ardor que la impulsó a lanzarse a correr, sin importarle si volvía a dar de bruces contra el pavimento.

Ya no le afectaba caer, puesto que no ignoraba que era capaz de levantarse cuantas veces se viera derrotada. A fin de cuentas, había sobrevivido a multitud de situaciones en las que tocaba enfrentarse a aquel que la hiciera resollar. Ella había ganado tales afrentas, y ahora se encontraba corriendo por el camino que la conduciría a la gloria más pura y anhelada, sintiendo que el viento le lamía y acariciaba el rostro, invitándola a seguirlo y jugar juntos al calor de la libertad; una libertad que ella había tratado por todos los medios de conseguir, y que ahora sólo a ella vinculaba. ¡En cuántas ocasiones había sollozado en vano aguardando su llegada, cuánto tiempo había desperdiciado soñando con que un día alcanzaría sus propósitos...! ¡Cuántos años había querido que sus sueños se realizasen, topándose al alba con la más cruda suerte! <<Más veces de las que preferiría recordar.>> Reprimió la sonrisa que perduraba en su boca, amenizando con el ambiente que la rodeaba prodigándole amorosas caricias, y se apartó un pálido mechón de las facciones. Inspiró y soltó aire, el cual se arremolinó a su alrededor simulando una tormenta que se condensaba para arrastrarla consigo hasta el más profundo de los abismos que ella hubiese vislumbrado. Los abismos de lo irremplazable, paredes pintadas con la negra angustia que se negaba a escuchar y humo de cosas que ardían; un sentimiento equiparable al que ella sentía en su interior, avivando las llamas del dolor. El dolor que gimoteaba lastimero, cantando la balada de la perdición que tan familiar se le antojaba, una balada que ella se sabía de memoria, la oda que narraba la historia de una personita extraviada y sola, la historia que ella conocía a la perfección y que calificaba como suya.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora