UN LEMA, UN SUEÑO, UNA PERSONA

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Estar vacío es contrario a lo que cree la mayoría de la gente. Estar vacío significa que no hay en ti lo suficiente para asegurar tu perfecta existencia, el que puedas sentir que la vida te plena en alegrías y juegos; sentirse vacío es algo que difiere de esta primera denominación, que cobra un sentido distinto cuando se refiere con estas palabras... La mujer a la que se le muere el hijo, la esposa que pierde a su marido, la niña que queda huérfana... Todas esas cosas que suceden y provocan que una sensación de desarraigo se instale en la gente. Así se había sentido Kass durante mucho tiempo, lo sabía bien. Demasiado había soportado ese vacío que no poseía sentido, pues lo que la llenaba no la colmaba de vida... sino de muerte. Estaba, pues, aislada de todo y todos, convertida en una bestia que se niega a salir de la cueva por temor a equivocarse, a que eso que distinga sea mejor que lo que siempre ha visto. Pero, si aceptas y te acostumbras a la nada que se propaga en ti, entonces ese sentimiento se esfuma rápidamente, venciendo el miedo a ser una existencia nula. La nada se puede transformar en algo... si la tratas como si pudiera serlo.

Kass se abría paso a trompicones entre los restos ajados, los cuerpos macilentos y descomponiéndose en posiciones violentas, de todos sus compañeros perdidos en batalla. A su alrededor, los mercenarios se alineaban simulando negros grajos para cantar al son de la música que nacía desde sus corazones, una música que llegaba hasta el fondo del alma de todos y cada uno de ellos, que conmovía y estremecía a lo más hondo, como estaba atestiguando ella en cuanto se cruzaba con las miradas erráticas de Mashen, perlado en sudor, de Rokk, demasiado atento en las plegarias que la voz quejumbrosa de Glaeskir y sus subordinados elevaban al cielo, a Eshren, Amra y por último Vellina, quien, a falta de un pañuelo, se secaba las manos valiéndose de la mano. Se trataba de la muerte de los heridos más graves que habían sobrevivido a la batalla contra los salvajes de las montañas, unos cuantos hombres valerosos que habían entregado gustosamente su vida por la causa. Y lo que les estaban ofrendando consistía sin lugar a dudas en una elegía, un canto armonioso ensalzando su heroísmo... Aunque no fueran héroes.

No, pensó Kass en tanto que recorría con ásperos ojos al grupo vacilante, embriagado de tóxico dolor; no, ninguno de ellos lo eran, y sin embargo, había algo en ellos, algo sublime, inmaterial, que surcaba el aire por sobre sus cabezas, que se entretejía sinuoso entre ellos, algo que compartían y que ella repugnó. Al solo reconocimiento, su nariz se rebulló y se torció, y trazos de la vieja Kass saltaron en la nueva piel, como un insecto resquebrajando la cáscara para evadirse... De repente, se hizo el silencio, pues alguien habló:

—Bueno, creo que ya es suficiente. —Todas las caras se volvieron hacia la persona que había pronunciado esa frase recubierta de un hedor muy extraño, su asombro rayaba la incredulidad—. Quiero decir, se han muerto, no es necesario alargar más esto. Deberíamos continuar con la ruta. ¿No lo creéis?

Pero ya habló una octava más bajo, segura de que se estaba acercando al error, al craso error cuando distinguió a Rokk transmutarse rápidamente en un oso rojo y feroz, que le enseñaba los dientes. Incluso los que tomaba por amigos la estaban odiando, sino intentándolo, e intentando entender por qué había dicho tal osadía cargada de insatisfacción, por mucho que el amable Mashen se esforzara en buscarle una lógica a todo aquello.

No la había. Y Kass lo sabía mejor que nadie. Su antigua yo se balanceaba al borde del precipicio, contenta de haber por fin escalado y recuperado el control, y esa actitud pacifista y positiva era un lastre, de nuevo ser ella misma cobraba su sentido... y era más importante por supuesto que atender a los deseos de los irreverentes tipos con los que hubiera compartido tantas cosas ahora inútiles, ahora desechables. Kass se reía, examinando analítica a esas pobres criaturas que se creían haber conquistado toda la poderosa inmensidad, complejidad, que conformara y diera consecuencia a sus actos; esa anárquica yo que la empujaba a despreciar... a los débiles, los que no la comprendían. Descubría sus garras y se abalanzaba. No había piedad. No había reflexión, duda, vacilación. La bondad no sirve.

<<En este mundo corrompido, me encojo más... hasta desaparecer por completo. A ellos no les importa, porque yo no les importo, ¿verdad? Dímelo, contrabandista. A quienes has conocido, ¿cuántos de ellos recuerdas? Ninguno. Simple y llanamente porque ellos no te necesitan. Vete. No te importan. Eres feliz conmigo solo, ¿sí? Yo conozco los más oscuros pozos del horror magistral, estás a salvo aquí. Acuéstate y duerme, te acunaré, y tus preocupaciones se irán. Nadie más que yo lo sabe... Y lo desconocido, eso poco me estremece. Porque yo, soy todo lo que me queda por conocer. Y lo demás es superfluo.>> se decía, retrocediendo, separándose de ellos. Se la quedaban mirando, reprobatorios.

No obstante, fue Rokk el que avanzó a zancadas. Sosteniendo la sobriedad y la firmeza que emanaban de él, Kass siguió reculando, notando cómo se arrepentía casi automáticamente. No podía parar, era su convicción la que estaba en juego... ¿y los otros? Acaso no pensara en ellos, en cómo se lo tomarían. Su lema siempre había sido la indiferencia, y esta se deslustraba; afirmaba odiar, y se había enamorado; quería destruir el mundo... y lo estaba comprendiendo. Se había engañado, sí, y por eso debía dar su último golpe. Lástima que Rokk no se lo permitió, antes ya la había liado, y no consentiría una trifulca más. No viniendo de ella. La rabia refulgía, bañándolo, y él agarraba a Kass, que intentaba efectuar patadas. Inservible. Eso es todo lo que vio en sus ojos. No se lo esperaba. Pero no le daba tiempo a sentirse decepcionada, pues Rokk, tras apretarla más de la camisa, le soltó un puñetazo en el rostro. Humillación. Kass decidió que no era justo. ¿Por qué? Se había esforzado tanto en gustarle a la gente... ¿y acabaría así? Ni en broma. Continuó probando con más giros, pero el capitán la dejó en el suelo, literalmente. Su alta figura rezumaba una paciencia hecha trizas. Kass se dio cuenta de lo que había despertado en él.

—Chica, eres un monstruoso ser si eres capaz de hacerme perder los nervios. Atenta a esto: darás de qué hablar, y el ambiente estará tenso, tú incómoda, mas es lo que toca. Si no querías esto, debiste atenerte a las consecuencias. Quien fuera que se ocupara de ti, no te enseñó a asumirlas. Lo siento, entiende que no te dejaré escapar. Esto es el mundo real, no el inventario que te hayas montado en la cabeza.

Y se dio un toque en la sien, regresando con los otros.

Que la rehuían, que la observaban atormentados, coléricos, espantados. Que no se atrevían a hablarle. Confundida, aterida y cubierta de sangre y desgajos de realidad, se levantó. Se rascó un brazo y escupió a la tierra. Odiaba todo. Era una acusación cierta. La verdad que hubiera rechazado, obviado, la asaltaba.

Se encaminó al barco con paso ligero. Y, suspirando, supo que nada había terminado... con su vida zozobrando, entregada al arrebato de las olas, y el vacío que nunca había aceptado, carcomiéndola por dentro. Y chilló.

Sus palabras, negras como su humanidad, se diluían en el espacio y en el tiempo, clamando que no se puede pretender enseñar el amor... a quien nunca lo ha conocido.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora