COMPLACIDA

3 0 0
                                    


Nunca le había gustado sentirse complacida. Nunca se lo había planteado siquiera. Honestamente, no es que estuviera entre sus máximas prioridades. Era una estupidez, lo vería de esa forma aunque pasaran mil años, seguiría en sus trece, siendo tan pétrea como una roca, disfrutando de las cosas unos segundos para tirarlas al mar después, no se tragaría su orgullo, pues formaban parte de sus hábitos. Y sí, admitía, royendo en las tinieblas, que no eran beneficiarios, pero ¿para qué? ¿Para qué molestarse en cambiarlos? Si no le fallaban, no se obligaba a traicionarse a sí misma. Era lo óptimo, vivir deseando lo imposible, soñar que lo conseguía, mangonear a los demás sin importar lo que dijesen... ¿o no era eso lo que estaba haciendo? Echó un fugaz vistazo alrededor.

Ozraa se congregaba con sus compañeros y repartían palmadas y risas; los oyentes se escuchaban y charlaban animadamente. Otros admiraban la hermosura del agua dorada y comentaban el origen, unos cuantos se apostaban junto a Glaeskir y comían los últimos cuencos, balbuceando socarrones; vio a Mashen afanándose con los preparativos, izando y reestructurando el palo mayor que el viento fuerte había volcado unos milímetros... Eshren y Vellina discutían más abajo, remando, y Amra miraba cómo Mashen sudaba copiosamente y trataba de ayudarle. En suma, hacía un tiempo estupendo... Entonces, ¿cómo es que no se sentía satisfecha?

Se encogió de hombros y volvió su mirada al horizonte embotado, en que las nubes se encapotaban, pero sin rastros de tormenta alguna, y el sol brillaba más que ningún otro día. Desde que se encontrara allí, combatiendo, despojándose de tantos y tantos peligros, la había asaltado la idea de quitarse de en medio esos vicios, esas limitaciones que imprimían agotamiento en su mente, en su cuerpo, que la privaban del lujo de sonreírle a la vida y sentirse plena. Quiso estirar los brazos y lucir la mejor de sus sonrisas, una verdadera, la faceta que no se había sacado aún, el mundo no había sido bueno pero reconocía que ella tampoco. Ahora que no se presentaban las adversidades, ¿podría plantarle cara al destino? ¿Desafiaría a su pasado, dejándolo alelado? Desembarazarse no era tarea fácil, y ella sabía que le pinchaba y tiraba de ella queriendo, ansiando, arrojarla al suelo para pisotearla, que montara el espectáculo una vez más, resultando inservible, una niña con rabieta que no repara en las consecuencias. Todo ese horror ya lo era, y luchaba por olvidarse, por madurar. No había otra. Crecer le valdría, mas el pasado le cosía los labios, la acallaba. La hacía impasible, esa insensibilidad la estaba ahogando. Porque ella también sentía, estaba viva, hundida en la congoja de adivinar que si no salía de esa poza, nadie lo haría por ella. Estaba en su mano el intentarlo. Y no perdía nada.

Si llegaba a lograrlo... oh, qué feliz se sentiría. Cuán lejos quedarían esos días aciagos, lúgubres... La dicha acuciaba en su alma, las espinas se desenredaban y procedían a romperse en pedacitos minúsculos. Investigando su interior, descubriendo que la fachada se quebraba y salían a la luz los miedos y las emociones, Kass se enjugaba las lágrimas que corrían calientes por sus mejillas, que desdibujaban el paisaje cambiante. El sol se elevaba flamígero y su cabeza se sobrecalentaba, el dolor aparecía. Se llevó una mano donde estaba él, apretando, y bajó la espalda con los labios fruncidos.

Le crujieron los músculos. Se giró a tiempo de contemplar a una preciosa Amra adornada con las luces de la mañana, resplandeciendo en rivalidad con el astro rey, más que bella, deslumbrante, que se quedó a su lado quieta, dirigiéndole una intensa sonrisa e iluminándola. Kass la correspondió, y sintió vergüenza. Vergüenza de haberse enamorado de ella y aun haberla pretendido. ¿Cómo había sido posible, siendo ambas tan opuestas? Se fijó en su compañera. La amaba de veras, sin medias tintas, podía leerle en el retazo de sus ojos almendrados, ámbares incrustados en sus respectivas concavidades oculares. Volvió a formularse que no era como creía, no lo entendía. En absoluto. ¿Qué la había atraído de su caos, de su egoísmo y su desinterés por todo? Se le antojaba tan bella, tan inalcanzable, que no pudo hacer nada por evitar que Amra se le acercara más, disminuyendo la distancia entre ambas, sonriéndole afectuosa, y la besó. Al no decir ni una palabra, la asesina se rio.

— ¡Eh, tonta, sólo era uno! —La luz escindía en dos su cabello, oscureciendo un lado. Se recogió los mechones tras las diminutas orejas.

—Quiero un millón más —dijo Kass, y le estampó uno en la boca.

Azorada, Amra empezó a juguetear con las monedas que colgaran del pantalón de la contrabandista, le tocó el vientre que halló duro, recorrió con sus manos los brazos, y por último su cara. Esa cara que no le quitaba la vista ni un segundo. La adoraba. Y a pesar de que a veces se le antojaba insostenible su relación, se cuidaba de decirlo, porque sabía cuánto afectaba a Kass, y su historia lastraba las penurias sucesivas a las que se hubiera enfrentado.

— ¿Más amor, nena? —La criminal bajaba el mentón, en busca de sus labios carnosos, los que tan loca la volvían. En general, Amra era capaz de que perpetrara los crímenes más atroces, únicamente por una mirada suya—. Un besito te doy.

Y la besó en la punta de la nariz.

Ardiendo entera, la asesina la caló con una fulminante mirada. Luego sonrió levemente y comentó:

—Tienes que contarme todos tus secretos...

—Muy pronto, cariño. —Kass jugueteaba con sus cabellos, los enredaba entre sus dedos.

Tras besarla en la cabeza, la cogió de la cadera y, transmitiéndole su aliento, le susurró en tono travieso:

—Con la condición de que compartamos el colchón.

—Ah, no, ni lo sueñes. ¿Cómo se te ocurre, canalla? —Amra se liberó de ella con los ojos convertidos en rendijas y puso los brazos en jarras.

—Vamos, no te hagas la dura, sabes que quieres... —Kass se lamía los labios y la devoraba minuciosamente con la vista.

—Me opongo, no ocurrirá. Debes prepararte, ser más educada.

Amra le colocó adecuadamente el cuello de la camiseta, la otra aferró su mano.

—Si ya lo soy, preciosa mía —y se la besó.

—Seguro que no —contrarrestó Amra, y se soltó.

Mientras Kass se quejaba y alegaba falsedades, se permitió reírse un poco y despedirse.

—Me marcho a las cocinas.

—Perfecto. Luego te veo. —Kass volvió a besarla.

—No te portes mal —Amra la miraba, sus ojos refulgían.

—Te lo prometo. —sonreía Kass, y los mechones se evadían de su trenza. Se los recolocó justo a tiempo de divisar a Ozraa venir hacia ella.

—Eh... ¿qué tal...?

Él sonríe y la levanta, evidentemente es sencillo.

—Espera, Ozraa, ¿qué haces... qué te crees que llevas a cabo?

La contrabandista se sacudió inútilmente, empezó a patalear y a arañarlo.

No tuvo éxito, el pelirrojo ya la llevaba al saliente.

— ¿Qué pasa, Kass? — Él le sonreía malicioso—. No te importará que te arroje por la borda, al fin y al cabo, somos amigos.

— ¡Eso no te da el derecho a hacer esto! —chillaba ella, y lo arañaba en la cara.

El mercenario aguantaba los golpes cargando con su liviana presa. Giró el cuello, y ella pudo distinguir a Eshren y Vellina, que compartían miradas cómplices.

—Hemos decidido arrojarte a las aguas —decía Eshren confrontando la ira que escapaba de Kass—. Nada te pasará, no te preocupes.

— ¡Idiota, no me afecta! ¡Pero, cuando suba, te marcaré el pecho de heridas! ¡Te arrancaré el cráneo y lo haré trocear! ¡Te vas a arrepentir de esta! —fue lo último que dijo antes de desaparecer.

Las frías aguas la recibieron, entumeciéndola, salpicándola de sal que escocía sus miembros. Kass se estiró a tiempo de emerger y soltar una bocanada de agua. El corazón estaba a punto de reventarle en el pecho y le dolía todo, las piernas la aguijonearon para escapar. Por suerte no se habían olvidado de ella, ya que bajaron una escalera por la que subió, mirando con odio, y aterrizó en el suelo, demasiado aterida como para alzar una réplica. Su boca amoratada se dilataba, se estremeció y Mashen le alargó una manta, compasivo; Rokk y Glaeskir la observaban fijamente.

—Cosas de Ozraa, ya veo —dijo él, y se rascó la coronilla.

Kass se sentó lejos del bordillo, sorbiendo los mocos, y de algún modo, se sintió complacida. Sólo cuando vio avanzar a su amada Amra.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora