PERDONAD MI INTRUSIÓN

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Entró, cuidando de que la puerta no hiciera ruido. Esta se cerró silenciosamente, las partículas se movieron en el aire, Amra dormía plácidamente, hecha un ovillo en su cama, con un brazo descolgado por el borde. Apenas si había sentido su presencia. Kass aumentó el volumen de su sonrisa y se entretuvo en observar los pliegues que creaba el movimiento de su durmiente compañera, esa chica que le había robado el escaso juicio del que era poseedora, esa persona que vagaba en sus sueños sin percatarse de que la estaba vigilando. Pensando que la amaba más que a nada en el mundo, comprendiendo que debía dejarle su espacio, la lujuria se acrecentó en el interior de la contrabandista, crecía conforme se reducía la distancia entre ambas. De puntillas pudo llegar a ella sin despertarla y admirar la tranquilidad que reinara en su rostro delicado, no como el suyo, que daba la impresión de pertenecer a un animal salvaje. Las risas brotaron, se configuraron, y Kass la destapó un poco. El brazo derecho de Amra se meneó, y ella se acurrucó hacia el lado izquierdo, rumiando ensoñadora. La otra no paraba de mirarla, ella era lo más importante en aquel lugar, en aquel momento. Su encantadora amiga, que lograba dejarla sin sentido y sin palabras que decir y cuyas formas se adivinaban bajo la tela.

No había querido hacer el más leve ruido, ni siquiera había contemplado la posibilidad de que se desvelara, cuando tan sólo su aliento bastó para sacarla de las marañas del dios del sueño, que se fue refunfuñando. Kass se retiró cuidadosa, atenta y callada; quedó esperando, como un depredador a que su presa se eleve a fin de que sea vista, y esta lo hizo, se removió en las sábanas, abrió los ojos y sus párpados temblaron en la oscuridad. Más tembló su cuerpo, mayor fue la sorpresa al divisar a alguien delgaducho que conocía demasiado bien, observándola, y farfullar:

—Kass, ¿qué se supone que haces aquí? ¡No te he dado permiso para entrar en mi dormitorio!

La aludida se sonrió, se infló, regodeándose en sus curvas al fin descubiertas para apresurarse a reponer, con toda entereza:

—Creía que me dejarías pasar. Al fin y al cabo, somos amigas.

Advirtió que Amra se desperezaba enteramente, se quitaba las legañas y se apartaba las mantas. Ya espabilada, fruncía sus labios hacia ella y contraatacaba:

—Bueno..., me parece que besarme y todas esas cosas que me haces son algo que no haría una amiga a otra. ¿Qué alegas en tu defensa? —Sus cejas se arquearon—. Porque intuyo que voy por el buen camino, listilla. Tú y yo estamos... tonteando.

—No puede tratarse de eso por lo que he venido a zarandearte y a espabilarte —replicó Kass en tono pesaroso, trazando círculos con un pie en el pavimento.

La miró, enérgica y ardiente. Su alma estaba en llamas, y Amra era el fuego que la encendía.

—Estás coqueteando conmigo sólo porque soy guapa —alegó Amra desde su posición en el lecho.

—No sólo por eso, querida. —Se acercó a ella en veloces zancadas, quedando ambas frente a frente—. Me ayudas a ser mejor, a dominarme. Y sé que no debería gustarme tal cosa... mas es lo único que me interesa. No digo que no te ame, de hecho lo hago, con todo mi corazón y toda mi locura —la sonrisa se intensificó, a la par que los latidos del corazón de Amra— sino que hay más razones por las que me despelleje en ello, ¿sabes? Eres hermosa, una dama espectacular, resplandeces como el sol.

—Qué halagadora te has vuelto —comentó la asesina, y le dedicó una sonrisa.

No lo hacía de mentira, se estaba sintiendo muy bien en ese instante. Sentía que las piernas se le habían vuelto pesadas como el plomo y la tensión se esfumaba, tan agradable era sentir a Kass a su lado. Era una criminal, pero eso no la eximía de poseer sentimientos. Y Amra no estaba acostumbrada a obviar a la gente, a pasar de largo como si su dolor no pudiera afectarla. No era una pared de granito, más bien una chica joven que daba y compartía, y ahora mismo ardía en deseos de demostrarle su amor a Kass, de corresponderla. Y tenía que ser ya, no había tiempo. Dejó que su aliento la envolviera, dejó que se le aproximara traspasando los límites, que transgrediera las reglas de lo correcto. Estaban ahí, ellas dos como únicos seres vivos que necesitaban repartir lo que poseían, y nada ni nadie iba a distanciarlas, a detenerlas. Sus ojos despedían brillos de emoción, Kass se aupó para quedarse acto seguido suspendida sobre ella.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora