EL BOSQUE DE MOUHRA

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Los dos hombres decidieron que ya era hora de detenerse. Jadeando, se aposentaron a un lado del enorme claro en que se encontraban, donde la maleza no trataba maligna y desesperadamente de engullirlos. Con el corazón que les retumbaba vehemente en el pecho, los ojos mirando a todas partes por si algún depredador aparecía, los cabellos sucios y desaliñados, y el estómago rugiendo de pura hambre, se aprestaron a sentarse o mejor dicho, dejarse caer en la tierra blanda. Se miraron y asintieron. Llevaban más de tres largas semanas recorriendo un camino angosto que los había hecho internarse en esa selva profunda y desoladora que los observaba expectante. Ellos habían visto muchos otros monstruos, habían vagado por el desierto más inhóspito y asfixiante, habían topado con gente muy desagradable que no estaba dispuesta a hacerles ningún favor..., pero nada más grandioso existía que aquel refugio de quién sabe qué tipo de criaturas misteriosas y sangrientas, seres capaces de arrancarles todos los miembros... Al pensarlo el más joven de los viajeros, un muchacho de largo cabello rubio que ahora se había oscurecido al ensuciarse, se estremeció. Mordiéndose los labios, le pidió por gestos a su compañero que le pasara el pan. Este así lo hizo. Se lo llevó a la boca, su textura era suave y sabía dulce, jugoso; no alivió sin embargo el malestar que lo corroía entero, originado en sus intestinos y esparcido por el resto de su sistema. Vio a su amigo engullir el alimento de un solo bocado y sintió envidia. <<¿Cómo puede estar tan calmado?>> pensó, no le encontraba lógica alguna. Se recostó, con las briznas verde oscuro acariciándole la cara, y esbozó una mueca que al otro no pasó en absoluto desapercibida.

— ¿Ocurre algo, Linem? —inquirió, mascando lo que quedaba de provisiones en los fardos que cargaban a la espalda.

Linem se apretujó contra sí mismo, clavando las rodillas en el esternón, y cerró los ojos. Por unos momentos deseó fuertemente ser transportado mediante sus sueños a otro sitio más acogedor, desaparecer por siempre de ese nido de arañas... Y apretó tanto los labios que se los puso blancos, notando entonces que sus deseos no eran sino quimeras y las blancas nubes que antes viera, flotando a lo largo de su trayecto en el cielo, estaban ahora siendo devoradas por los árboles que les impedían calentarse con cualquier rayo de sol... Suspirando, se apresuró a levantarse, restregándose los ojos y apartándose un mechón de la frente.

—Hay que estar alerta, Linem —lo reprendió Jemke, en su rostro serio se denotaba más preocupación que molestia. Linem sonrió para sí mismo. Jemke siempre lo protegía y se inquietaba si lo veía algo decadente—. Ya conoces nuestro lema: no podemos detenernos nunca, somos exploradores, y eso significa que adoramos el transitar por los lugares que ningún otro hombre ha pisado jamás. Si regresamos ahora a casa, no nos aclamarán; evitarán cruzarse con nosotros y seremos olvidados, nos convertiremos posiblemente en el hazmerreír de la ciudad. En cambio, si continuamos esta aventura, ten por seguro que la gloria nos saludará, incluso el rey podría interesarse por nosotros. ¿A que te parece genial?

Linem estaba a punto de replicar que era una completa locura seguir destrozándose las piernas con el único fin de alcanzar la fama, cuando se percató de que se había esgrimido un movimiento tras ellos, en la oscuridad impoluta de las hojas que a la escasa luz que se vertía sobre ellas, aparecían portando trazos rojos, como si se tratara de sangre que había salpicado en ellas. Una sombra pasó relampagueando por el rostro de Linem, sus labios se movieron, ni una sola palabra fue articulada. Quería decirle a Jemke que algo estaba sucediendo, que se hallaban en verdadero peligro, pero nunca se hubo sentido tan impotente. Torció el labio, en tanto que Jemke hacía trabajar a sus mecanismos cerebrales y se preguntaba qué demonios estaba haciendo Linem, el único que entendía, que presentía, la verdad. Ese bosque los estaba destruyendo. Alzó la cabeza raudamente con el secreto propósito de alertar a Jemke, su fiel amigo Jemke, el que lo había salvado una vez, hacía ya mucho tiempo, de los zagales que lo estaban golpeando, supiera que todas sus cábalas eran ciertas.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora