TORBELLINO DE DESTRUCCIÓN

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Radicaba solamente en su alma el que pudiera lograrlo, hacer tornar reales sus sueños; en su mano estaba el hacerlo, el amasar los temores hasta despedazarlos; porque ya estaba harta de escudarse en mentiras y en nimiedades, acabando por reconocer que no le daba la gana llevar a cabo las cosas, así había sido su vida desde que tuviese uso de razón, tal y como ella había querido. Pero ya se disponía a cambiar, a variar su estructura mental, a vaciarse de los malos pensamientos que la atormentaban por las noches. Era un ser sensible que vagabundeaba sin que le prestasen atención; se dijo que iba a ponerle fin a eso. Los límites estaban desatados, correría la voz en su fuero interno de que debía hacerlo mejor. Que todo fuera perfecto, por una vez. Que la atentasen a sentir la vivaz fortaleza que no se derrumbaría. Elevó el mentón, afirmando los pies en tierra. <<No renuncio, persevero. Hago lo que debo. Asumo mi responsabilidad, como adulto que soy.>> Ya se rendía a que lo conseguiría, a que el mundo y ella se bañarían en agua bendita y renacerían limpios, puros de corazón, cuando se apareció Ozraa.

Sonriendo como un crío que planea una jugarreta, la rodeó con su brazo derecho, el que hubo sido marcado. Apenas si Kass apreció la marca, y le alegró que él estuviera bien y se fijara en ella, desde que hubieron ligado sus destinos, a pesar de que le molestó la presión que él ejecutara unos segundos después de que le sonriera y la apresara.

— ¿Bien, amiga mía? —Ozraa la observaba— ¿Qué me dices?

—Que retires tu brazo, hijo de perra —masculló ella.

Él rio vivamente y no hizo caso omiso.

—Tranquila. ¿Te duele?

—No —negó ella, palmoteándose duramente el cuello. Lo giró y lo recolocó de forma que lo abrasó con su mirada gris—. Estoy espléndidamente vigorosa.

—Ya lo creo —él enseñaba sus dientes blancos, que destellaron a la potente luz del mediodía—. Los remos han potenciado y fortalecido tu musculatura, supongo que Amra estará eufórica.

—Bueno... sí —Kass notó que las mejillas se le coloreaban, y bajó la vista a las tablas. Siempre le sucedía al tratar de su compañera. No podía evitarlo, le entraba el cosquilleo y el cuerpo se le calentaba por completo. Se sentía estúpida, como si la asesina dispusiera de la habilidad de reducirla a una chiquilla, pero no podía hacer nada. Eran sus sentimientos, el amor que florecía en cada uno de los poros de su piel. Y era tan auténtico que la dejaba resollando—. Ahora que lo mencionas, quiero verla.

Ozraa se tapó la boca con la mano intentando ocultar las risas que eso le producían. Fue en vano, pues Kass lo taladró.

—Oh, venga, me gustaría que tuviéramos intimidad, ya sabes. —Una sonrisa se trazó en su boca.

—No vais a tener hijos, no sé a qué tanta prisa —bromeó él, y recibió un empellón por toda respuesta.

La respuesta más clara que podía dar una Kass roja como un tomate.

—Esto es serio, ¿vale? Ella... me hace enloquecer, me encanta, es como un veneno... Yo... la amo tanto, Ozraa, que ni siquiera me importa que te lo tomes a broma.

Lo miró de reojo.

—No lo dicen tus puñetazos —refunfuñó él, restregándose el moratón en el antebrazo.

—Me definen mis actos, y mi amor por Amra.

Ella no cesaba de derramar ese ardoroso sentimiento, se sentía inflada, al borde de la explosión. Amra la sumergía en una peligrosísima locura. Tan cruel era el amor.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora