SOLO SÉ QUE TE DARÍA EL MUNDO

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Amra no tuvo más remedio que mirar alternativamente a Kass y a la puerta, deteniéndose incontables segundos en ésta última, sopesando la posibilidad de escapar de aquel agujero infernal en el que hubiera caído, topándose con aquella joven que no estaba en su sano juicio... con esa joven que no hacía más que observarla, devorándola con la vista, ella se daba cuenta, mientras establecía no se sabe qué descabellados objetivos y propuestas con tal de arrastrarla hacia ella, de hacerle ver que, aunque estaba enteramente loca, valía la pena escucharla, atender a la disparatada sarta de sandeces que estaba diciendo... Amra se mordió los labios, impelida por el desasosiego; no entendía cómo podía estar aguantando tanto, cómo podía resistirse tan extrañamente a hacerle caso omiso cuando era lo único que no era nulo en tal circunstancia... Sintió al miedo entrando en su ser e inundándola similar a un desbordado río negro que lo embalsama todo, reservándose entonces el golpe más horripilante... Haciendo que su cabello ondeara un tanto, dijo, mirándola con encubierto desprecio:

—No entiendo qué te impulsa a hacer estas tonterías. Mírate —señaló sus ropas—, estás llena de trapos sucios y ajados. No provienes de un lugar en el que hayas vivido bien, lo sé por instinto. Y me inspira lástima tu situación —una sonrisa de suficiencia se abrió paso en sus delicadas facciones—; me gustaría poder ayudarte de alguna forma, curar tus heridas... pero lo único que está a mi alcance es expulsarte. —Kass parpadeó; ella, al ver que se hallaba desconcertada, presa en el estupor que le imposibilitaba cualquier movimiento, ensanchó su sonrisa y se llevó una mano al pelo, alborotándoselo—. Así pues, ¿qué tal si te marchas andando despacito? ¿Te parece bien la idea? ¿Sí?

Esperaba que enloqueciera, esperaba que se liara a pegarle patadas al suelo, arrastrada por el histerismo que le aterrorizaría presenciar pero que, sabía bien, la convertiría en un ser frágil y cauto, atendiendo entonces a sus palabras, las cuales le espetarían que corriese a la puerta, desapareciendo por fin de su vida... Ya se regocijaba en la dicha de saberse ganadora cuando ella, sin previo aviso, corroyéndola con toda la intensidad que emanase de su mirada gris, esa mirada que llegó a sustraer de ella los pensamientos y sensaciones menos experimentados, aquellos que dormitaban en el fondo de su persona... y que le mostraron que ella, esa saltimbanqui destartalada como una carreta dejada a un lado del camino porque le han robado la rueda, problemática y enajenada como sólo ella supiese serlo, esa criatura salida de los abismos más negros e inauditos, iba a dar el paso que la haría controladora de su propia actuación, de los entreactos que ensayase silenciosamente, de las escenas que le hubiesen repetido hasta la saciedad... Era algo que Amra nunca había tenido la desgracia de conocer, por lo que no le importaba; podría pisotearla hasta quedar hastiada; sin embargo, algo en los ojos de ella le hizo comprender que no era el momento, que sería conveniente si se quedaba callada y la dejaba elaborar su plan... Y Kass, o como quiera que se llamase, porque Amra casi se había olvidado de su nombre, empezó su función.

Dando dos zancadas hasta quedar muy cerca de ella, mirándola con una retorcida sonrisa en la comisura de los labios, repuso:

—Ya te lo he dicho: estoy loca. ¿Crees que ése podría convertirse en un factor adverso a nuestra amistad? —inquirió, los ojos brillándole de algo que Amra no acertó a denominar.

Quedó oteándola, con los ojos en blanco, los labios temblándole, hasta que, finalmente, se decidió a estirar la espalda y dirigirle, aunque con la ira apropiándose de su intelecto, la palabra.

—Claro que podría convertirse en eso. De hecho, ya lo es. —Se cruzó de brazos, frunciendo el ceño, empleando en este gesto toda su energía.

Kass se carcajeó; estalló en sonoras risas que ofendieron sobremanera a Amra, logrando lo que se proponía: que la rabia se hiciese dueña de su ser, con lo que ahora la contrabandista gobernaba el teatro. Era lo más retorcido que hubiese hecho alguna vez con tal de conseguir la confianza de alguien: enfurecerlo hasta que éste perdía el sentido, sus nervios se descontrolaban y acababa atendiéndole de mala gana. Pese a que eso era lo que se estaba desarrollando justo en ese momento, pese a que albergaba dudas de que ella pudiese rendirse por completo a lo que le fuese decretado, quería pujar a fin de constatar si se llevaba la venta, el regalo que había sabido desde el primer instante que sería suyo. Ella sería de su pertenencia, no se hablaba más. Al tiempo que la indecisión y el lado más espinoso de su raciocinio la pinchaban constante y le decían que debía abandonar eso, que no era una buena idea, ella continuaba sumergida en el pozo negro que la ahogaba sin remedio, continuaba ahondando en ella... deseando hacerla por una vez el objeto de sus deseos, de sus pensamientos que precisaran de más rectitud, de las cosas más oscuras que tuviera...

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora