SOY EL OBJETIVO DE MUCHOS

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Ella comenzó a moverse, rápida y sigilosa, sus pasos emulaban los de una letal serpiente..., fue un visto y no visto, el golpe cayó sobre ella como una marea nada improvisada; no podía ni pestañear, el sudor le reinaba en las sienes, todo se estaba desmoronando a su alrededor, en el momento en que sintió que contraatacaba. Gimió. Trató de inspirar, pero la boca no consintió en abrirse y la nariz no le obedecía; con el escaso aire que tenía en los pulmones no lograría realizar una eficaz finta, una defensa que no pudiera ser barrida. Achicó el ojo derecho; el sol pululaba por encima, mas su luz a ella no le llegaba; la sombra que había creado la espada era demasiado extensa como para poder ser quebrada fácilmente... Apretó los labios hasta que la sangre resbaló de ellos, se desplazó unos centímetros... logrando rodar hasta ponerse a salvo de su rival, que, sorprendido, la seguía por detrás. Kass esbozó una maléfica sonrisa y esperó a que esgrimiera un nuevo golpe. Solo fueron unos segundos, segundos que contó para sí y aprovechó a fin de salir airosa... a pesar de que sabía bien que su adversario no pensaba dejarla vencer. Hizo un pequeño mohín que contrastó vivazmente con la sonrisa que antes configurara su rostro, y, ágil, con un tiempo provechoso que no deseaba que escapara, irguió la espalda y los hombros. Los huesos crujieron, los hombros y los brazos estaban tensos, sus ojos se movían frenéticos dentro de las órbitas, al compás de una danza tan insana como necesaria; porque la contrabandista precisaba de ardor, el mismo ardor que se desataba y corría enloquecido por sus venas. La sangre le palpitaba más caliente que nunca y los brazos le mandaban señales al raciocinio de que el dolor se paseaba allí, pero ella impediría que se aposentara. Lo impediría, tan cierto como que se llamaba Kass.

Y no estaba dispuesta a acabar hecha trizas, ni aunque fuera un combate ficticio, una lucha a fin de probar sus aptitudes, como bien la hubiera definido Glaeskir... La bondadosa Glaeskir, que era la encargada de su entrenamiento, que era capaz sin lugar a dudas de arrastrarla a la locura... O quizás no, se dijo mientras taladraba a la concentrada Amra, que sudaba copiosamente por las sienes. El cabello le entorpecía los movimientos, Kass lo estaba pensando, justo en el instante en que la asesina la obligó a retroceder asestándole un poderoso mandoble a su hoja. Kass tuvo tiempo de echarle un vistazo, gracias a que su rival recargaba energías. Umm..., no estaba entera... se estaba partiendo un poco por la mitad. El filo decía a las claras que podría partirse; los bordes apenas habían sido tocados, pero no podía decirse lo mismo de la parte que procedía al puño, recorrida por una línea que zizgagueaba caprichosa. Volvió a apretar la mandíbula, los dientes le rechinaron y el dolor se convirtió en una hilera de agujas que pinchaban en su cerebro, que se estaba quedando sin oxígeno... Haciendo acopio de sus escasas fuerzas, con la vista fija en Amra, agarró el pomo con manos sudorosas y fue hacia ella, fue a verla caer, fue a derribarla... Y, para su absoluta alegría, la joven asesina no supo de qué manera reaccionar a ese ataque sorpresa, efectuado con toda la ligereza que colocaba en sus brillantes actuaciones..., hijo de la improvisación, la mordió feroz y provocó que se tambaleara. Las hojas chirriaron, las chispas saltaron y fueron llevadas por el viento, Amra cerró los ojos hasta que la inquietud desapareció... y fue informada de que había caído..., debido a la risa estrepitosa que emergía de la garganta de alguien que le resultaba insoportable de todas las formas..., alguien que ahora le daba vueltas a la daga, proveída de un poderío y una entereza inusitados, al igual que si estuviese jugando a los malabares... Pensó que no era más que un estúpido saltimbanqui, una sombra venida de los caminos crueles y maltrechos, una persona tan desquiciada que no le importaba cómo se sintieran los demás..., y que ahora estaba riéndose por el simple hecho de haberle vencido. Amra no se mordió los labios diciéndose que se trataba de la suerte que atañe a toda primera vez y que en la siguiente debería apañárselas sola, no contorsionó su delicado rostro en una mueca airada ni soltó el arma llevada por la furia. Tan solo se quedó mirando a Kass en tanto que esta se recogía los mechones que se le habían salido de la trenza y que continuaron su senda, imperturbables, y la azotaba con su risa, ese látigo que Amra aguantó... suspirando, sin pesar, sin rabia, aceptando su destino y echando atrás la cabeza para atusarse los cabellos. Aguantó la mirada encendida de quien poco entendía pero sí toleraba, aguantó (y tal vez quiso adivinar) la naturaleza de los pensamientos que a ella estaba dirigiendo, se molestó en perdonarle algunas extravagancias y, por último, alzó la cabeza hacia ella y le tendió la mano. Sin remilgos, sin intereses, natural como ella era. Una mano fresca, algo sucia por haber aferrado el puño del arma, pero limpia al fin y al cabo.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora