PÁJARO DE MISERIA

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El buitre sobrevolaba la extensa explanada, inquieto; necesitaba ya algo a lo que sustraer alimento. El aire caliente, que se tornaba abrasador y asfixiante, le chamuscaba el cuello pelado y desprotegido, por tanto. Su estómago clamaba hambre. Descendió vertiginosamente al avistar un bulto deforme a lo lejos. Más allá, sus compañeros proferían alaridos de júbilo, cercando un cuerpo muerto. Él prosiguió su ruta aérea, las nubes se dispersaban y el astro rey comenzaba a dejarse ver por el horizonte antes nublado. Debía ir con ellos, eso es lo que haría. Era impensable que obedeciera a sus instintos. Ellos no tenían dios alguno, su única diosa era la naturaleza, la que se encargaba de señalarles su inicio y fin, a la que alababan..., así que aterrizó al lado de los suyos, que lo saludaron inclinando la cabeza, y procedió a rasgar la deliciosa víctima, llevándose una parte en aquel festín.

Cuando los pájaros alzaron el vuelo, abandonando a aquellos que se quedaron rezagados porque la panza llena no les permitía mover siquiera las alas, sólo en ese instante Kass aspiró el aire que le traía sangre y muerte, podredumbre y los sonidos de los buitres que hundieran sus picos en los hombres grasientos. Ahora se aclaraba porqué se conocía a la muerte en Kumrash (de donde procedieran Ozraa y el irascible pero bondadoso Rokk) como la Diosa Buitre, pues se rumoreaba que al presentarse era acompañada por su séquito de señores descarnados cuyas figuras tapaban el sol. Y había visto que era verdad, pero no cierto, porque la certidumbre precisa de verificación y nadie iba a atestiguarlo poniendo el pie en el territorio de esos animales. Ni mucho menos ella, por poco que temiera a la mujer intangible que lleva las almas a recorrer largos pasillos de los que no saldrán jamás.

Así pues, se mantuvo en silencio un tiempo, sujeta a la barandilla que raspaba su piel, pensando en todo lo que había acaecido en los últimos días, mientras se oía algarabía tras ella y los más dormilones despertaban de su letargo para toparse con Rokk y escuchar lo que tenía que encomendarles. Rápidamente se pusieron manos a la obra y se fue espaciando el ambiente, calmando el personal en cubierta y se distinguían, unos minutos después, el sordo murmullo de los hombres que repartían vivencias y no escarmentaban daños hacia sus superiores, puesto que el comandante reprimió sus ansias de enviarlos al cuerno y en su lugar dijo que los dejaba ahí, a que ayudaran a Glaeskir.

Sumergida en sus ensoñaciones que no gustaban de ser interrumpidas, la contrabandista espiró e inspiró con parsimoniosa calma y volvió a sustraerse al arrullo de la brisa que le daba olor a sal y a río, los peces saltaban y se zambullían para regresar a la superficie. Kass los veía y su vientre protestaba, reclamando comida que era incapaz de ofrecerle. Nadie le ayudaría a pescar..., y no conseguiría nada más que palos si le exponía a Rokk su idea. Se estremeció al solo pensamiento de que la pusieran a fregar la cubierta, no era un trabajo que le agradase. Cruzó los brazos, posicionándolos ante el pecho. Las astillas fueron apartadas sin contemplaciones y la criminal se salió de las redes del pasado, adentrándose en el futuro a pasos agigantados, observando las nubecillas que se arremolinaban hasta cuajar en un cúmulo que la miraba fanfarroneando, y se perdía al cerrarse sus ojos. Disfrutaba de la marea que había acabado con ese hedor que tantas vueltas daba a su sistema estomacal; casi podía decir que le estaba entrando hambre, ganas de comer. Pero aguantó pegada al río que fluía denso, hacia las profundidades del territorio enemigo, con los costados plenos en cadáveres y pecados, quizá como ella.

El viento sacudía su larga trenza y Kass pensó tristemente que eso era lo único que tenían en común el Sangriento y ella: iban y venían, nunca deteniéndose, nunca sopesando las posibilidades de sus acciones..., hasta caer en un pozo del que fuera imposible evadirse. Los mechones se fueron escabullendo de su origen, tímidos, luego más picarones, conformando que tuviera que recogerlos nuevamente. Resoplando, se apartó de la barandilla.

Buscaba a Amra, sí, su corazón la necesitaba. Su presencia, sus palabras sabias, su audacia sin llegar a convertirse en temeridad... Era todo lo que ella no era, y por ello la admiraba. Si descubriera sus secretos, quizá pudieran formalizar su relación, quizá se amaran más y mejor, pudieran traspasarse los límites... Lo deseaba más que ninguna otra cosa en ese mundo tan adverso que purgaba en ella, ese mundo que gracias a la preciosa y perfectísima Amra (Kass la consideraba de tal modo) ahora se le antojaba encantador. Lo divinizaba como hubiera hecho con la joven desde el primer instante, desde que sus miradas chocaron... Además de que la exaltara verla, se dijo, tampoco es que los demás hubieran puesto objeciones al respecto... Nadie le estaba prestando atención. Ozraa se había fundido en un parloteo con el herido a su derecha y los que faltaban trajinaban con los remos. Las bajas humanas habían hecho que lo viera más vacío el ambiente, entendiendo a lo que se enfrentaban. Pero según había podido recopilar del diálogo entre Rokk y la vieja, les quedaba poco para exterminar a los salvajes, tal vez unos días más... y lo habrían logrado. Sonriendo fugazmente, Kass se volteó, topándose con quienes estaba buscando.

Los tres jóvenes se disponían en corrillo, como si fueran a jugar a dar brincos sobre las tablas, y se miraban con detalle, intentando absorber piezas de la personalidad del otro, reordenarlas en su mente a fin de comprenderse. A Kass no le urgía tal procedimiento, ella sabía con tan sólo un vistazo qué bullía en la mente de cada cual, leía sus movimientos como si fueran libros abiertos. Era la ventaja que tenía haberse criado en la calle. Avanzó cautelosa, y los crujidos de sus botas los alertaron. Kass sonrió y ellos también, eran espejos en los que indagaría hasta encontrar la entereza de sí misma, pudiendo controlarse entonces. Segura de que lo lograría, con este pensamiento anclado en su eje maestro, se llevó las manos a los bolsillos y comentó:

—Bueno, parece que se nos presenta una oportunidad única para conocernos, ¿no es así?

Eshren, Amra y Vellina alzaron las cabezas al unísono, guiados por el timbre de su voz. Él arrugó la frente, Vellina balbuceó sin decir nada en concreto, y Amra puso los ojos en blanco. La contrabandista se echó a reír con ganas.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora