BANALIDADES

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La mañana clareaba y el sol refulgía altivo en el firmamento en el que quedaban trazadas nubes dispersas en el momento en que la lucidez de sus pensamientos ya despiertos zumbó en los oídos de Kass, arrancándola de cuajo de la serenidad gloriosa en la que se hallaba enteramente sumergida, haciéndola retorcerse como si de una presa en una jaula se tratase, induciéndola a mover los párpados y rezongar al sentir el contacto de los rayos luminosos que se filtraban por la ventana y le acariciaban los rasgos, logrando que se desvaneciese, quitándose su intelecto la venda de los ojos y contemplando algo soñoliento el mundo que se desperezaba ante ella, lamiéndole los pies como un gato cariñoso que aguardase caricias de su dueño. Pero Kass solamente le propinó patadas, pues en cuanto se halló despierta oteó a su alrededor, barriendo el entorno que la resguardaba: la cama sobre la que yaciera, una silla solitaria apoyada a su derecha contra la pared, la mesa que había a su vera, con paños grises dispuestos encima de su superficie, y un espejo de cuerpo entero que le permitió atisbar que había desmejorado en lo que hacía referencia a su aspecto. Al rozar sus pies la gélida planta del suelo, se sintió algo reconfortada por pisar suelo firme, aunque rápidamente buscó sus botas. Se las calzó mientras se acicalaba algunos mechones en punta y se miraba al espejo. Halló que tenía ojeras, más palidez que el día anterior y misma altura. En resumen, que tampoco había experimentado cambios muy exagerados. Se estirazó, bostezando, y, echándole un vistazo a su morral, abrió la puerta... justo para encontrarse a Glaeskir, quien le puso un cuenco con algo caliente y espeso entre las manos y se quedó observándola, invadida por un cierto aire maternal. Kass reparó en el cuenco. Vislumbró grumos de un tono amarronado espesándose en la superficie y al aire caliente ascender hasta fugarse pícaramente.

Esbozó una mueca de disgusto que no pasó desapercibida a Glaeskir, quien posicionó las manos en las caderas y, enarcando una ceja gris, inquirió:

— ¿Qué ocurre? —Clavó en ella la intensidad de su mirada verdosa.

—Es sólo que —Kass desvió la vista del cuenco y la posó en ella—..., no me gusta el aspecto que tiene este mejunje.

— ¡No llames mejunje a mis gachas! —Glaeskir estiró los músculos del rostro hasta componer una mueca que aterró a Kass— ¡Las he hecho con mucho amor, que lo sepas! ¡Me he levantado a la madrugada para prepararos, a ti y a estos burdos mercenarios, este alimento! —Pareció retornar a la calma que antes reinara en su temperamento y entonces retiró las manos de la pelvis y, pasándose una por la frente perlada de sudor, dijo pacientemente—: Tómate las gachas, chica. Te juro que harán bien a tus mecanismos. Los míos ya están desvencijados, no importa cuántas tome. —Su boca fluctuó hasta adquirir la forma de una sonrisa leve que Kass no tardó en reconocer. Admitió que le era agradable la presencia de la anciana. Ésta acabó su discurso ordenándole—: Acepta lo que te he llevado, ya que posiblemente sea de las pocas cosas que atrapes en todo este viaje. Sé puntual; Rokk ya aguarda tu llegada. —Flexionó los brazos, los huesos crujieron.

—Gracias, de verdad —dijo Kass ofrendándole con la sonrisa de quien no ha roto nunca un plato.

Glaeskir le dedicó otra que avivó las llamas del afecto en el interior de la contrabandista y, tras lanzarle una mirada en la que se condensaba la aprobación al habitáculo, la dejó sola, cerrando la puerta delicadamente. Kass saboreó la comida en un breve espacio de tiempo; mientras se convencía de que podía alcanzar sus objetivos establecidos rigurosamente en su mente y una sensación tan satisfactoria como lo fuera su nombre se acomodaba en su estómago, se terminó el plato, rebañándolo con ansia, el ansia de quien ha padecido verdadera hambre en esta vida y absorbe todo lo que le pongan delante, sea o no de su agrado. Así, sonriendo ampliamente, abarcó en una última mirada el dormitorio y se apremió a sí misma a cerrarlo, alejándose hasta llegar a la bodega, cuya puerta se hallaba cerrada.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora