HOY NOS ENCONTRAMOS

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La luz hendía mortecina en los costados del barco a medida que avanzaba la tarde. Todo el mundo esperaba a que a se desatase la tormenta que pondría punto y final a aquel revuelo que los había sorprendido de camino a los grandes momentos. Porque todos sabían que había demasiada calma, flotaba en el aire, se solidificaba para acabar crujiendo y moría en los perfiles de los hombres que cruzaban sus miradas, fieros semejando tigres que se disponen a saltar sobre su presa. Unos querían solucionar el asunto a toda pastilla, acuciados por la cercanía de sus horizontes, otros querían hacer sus sueños trizas, verlos arder hasta que sus huesos se revertieran en polvo y ceniza. El viento barría las partículas y las aguas se remansaban y depositaban el lodo en el fondo del mar que se removía nervioso, previendo la lucha que se fraguaba en los que se mantuviesen de pie, examinándose unos a otros. Era un impedimento que debía ser superado, para más tarde obviarse y no estaba bien desesperarse, sino afrontarlo y crecer. El tallo alcanzaría el firmamento de la tarde que se abría paso, abofeteando a la mañana gimiente. La sombra se repartía, apelotonándose en el lado opuesto, la franja cubierta por el barco que rivalizara, el enemigo de Rokk.

El que por su porte y mirada desafiante, lustrando unos rasgos cicatrizados, embrutecidos, se plantaba delante de los cientos de guerreros armados hasta los dientes y rugía a un comandante a punto de perder los nervios y abalanzarse a su cuello, falla que no sería hecha, ya que nunca se había permitido escuchar sus fatales instrucciones. La ira no era para él ni ninguno de sus hombres, que se apostaban rodeándolo y protegiéndolo en un confraternizado abrazo, observando y archivando todo cuanto captaran sus sentidos. Incluso Eshren y Vellina se sentían llevados por el miedo en esos instantes, cariacontecidos. Era más de lo que se habrían podido imaginar que sucedería en sus peores momentos de existencia. Amra, más madura que ellos dos, permanecía muda pero no escatimaba la observación y asimilación de la película que estaba presentándose en pantalla, con una mano sobre la cintura, preparando sus letales artes para ese nuevo combate. En lo que a los demás respectaba, su vida se resumía en librar guerras interesadas y a ello se lanzaban de cabeza, tanto Mashen, que contaba los niveles a los que sería ascendido si aniquilaba a los gigantes de la fila a la derecha de su jefe y se entusiasmaba como ninguno, Glaeskir, que miraba a Ozraa de cuando en cuando, portadora de mal disimulado enojo por el beso robado, Ozraa, con Iddë y Ulf en la retaguardia, cubriéndolo, no descubriendo sus dientes, el rasgo lobuno de su fisonomía, tratando de tragarse la asquerosa papilla de tener que haber ahorrado en espacio y alimento para que se personaran tales idiotas.

No, la ira iba destinada a Kass, impactó en sus facciones, la estudió para introducirse en ella, y aguardando a ser filtrada, a estallar en burbujas tóxicas. Pues ella así era, y no lo cambiaría. No, ese era el método de supervivencia, y, ahora bien, puede que Rokk no parase de lanzarle miradas de sigilosa advertencia, mas ella estaba decidida a lograrlo. Le temblaba todo el cuerpo, se abrazó las pantorrillas y chascó la lengua, mirando a los hombres. Estos para ella eran poca cosa. Muñecos que derribar, un juego por acabar de la manera más triunfal. No se liaría a matarlos uno por uno, los derribaría como más genial se pudiera. Era su actuación, y no la chafarían. Dirigiendo un beso y un guiño a una Amra que musitó porqué era tan temeraria, sintió que su amor por ella crecía mucho más, se expandía en sus adentros, le daba el coraje suficiente para intentarlo. Lo haría por Rokk, por sus amigos, por Amra, y por ella misma. Nada perdía, nada la envalentonaba más que provocar a otros. Y ganaría la partida. Resplandecería como el sol naciente, les daría quebraderos de cabeza... un ultimátum, avisándolos de su entrada majestuosa. La serpiente ahogaba a la presa y la comía. Ella se movía así. El mundo del crimen enseñaba eso, a aplastar a tus congéneres. La supervivencia formaba parte de su naturaleza, de esa cara de la moneda que no le agradase mostrar. Caerían demolidos, y los remataría. Nada más rápido y eficaz. Sería eficiente. Otra de sus promesas.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora