¿NO COMPRENDES QUE ME HACES FELIZ?

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Los buitres revoloteaban en el cielo turbio de primera hora de la mañana mientras en el barco cundía un enorme ajetreo de hombres, armas y provisiones que eran guardadas apresuradamente en la bodega. Rokk no daba abasto ordenando a sus mejores subordinados que lo siguieran escaleras abajo y la pobre de Glaeskir se retiraba el pelo del rostro arrugado y trataba de no perder de vista a Ozraa, quien sólo la hacía bufar y arañarle con comentarios hirientes. Ella no cesaba de espetarle que callara y él, con el brazo aún vendado, reposaba a su placer en la cubierta. No hacía nada y decía demasiado, Kass veía que agotaba las reservas de la anciana, que se marchó tras el comandante en jefe sin miramientos al pelirrojo, que empezó a rumiar cabizbajo.

Los últimos días habían transcurrido inmersos en una inusitada intranquilidad, las bajas no se detenían y continuaban viniendo salvajes de las tropas situadas en el noroeste, allá en el seno de la montaña, que hacían más difícil toda ruptura en el ejército por parte de los rivales y rellenaban el hueco dejado por los caídos. En ese momento no les venía en absoluto bien que el grueso se dirigiese contra ellos, podrían desplumarlos de un solo ataque; se encontraban en sus límites y abandonados a la hiel que corría por sus venas en lugar de la alegría, de la entereza que mostrasen antes. No obstante, y siendo testigo de estos amargos resultados, Rokk alentaba a los suyos seguro de que la balanza se decantaría hacia ellos, con la seguridad y convicción de un padre que sabe que está educando a sus hijos como es debido. Aunque Kass no estuviese del todo conforme.

Y se debía a que la había enviado a quedarse allí, vigilando todo, cuando era menester que auxiliara en el flanco oeste, junto a los demás, sólidamente implacable; pues iba a ser que no, eso le había dejado claro el jefe, y por más que hubiese insistido no acabó venciendo en ese duelo a muerte. Era su mandamiento acatar a su superior, y eso prometió que haría. Y ella cumplía sus promesas.

Dándole la espalda a los que se agolpaban en la escalinata, se despidió de Ozraa con la mano y le entregó su plato a Glaeskir, que dijo:

—Vamos, ahora es tu turno de vigilancia. —Le sonrió, afectuosa.

—No, no, yo voy a batallar —replicó Kass, inflando los carrillos y apretando el vientre; al aflojar dicha presión, quedó igual a una muñeca deshilachada, sonriéndole de oreja a oreja a la mujer de las runas.

Frunciendo levemente el ceño, ésta dijo:

—Bueno, como quieras. Pero no te auguro que vayas a salir ilesa.

—Lo sé. —Un mechón se desplazó de su puesto inicial hasta la frente, se lo apartó de un manotazo enérgico—. Es lo que hay.

Y, encogiéndose de hombros, sin olvidarse su sonrisa, recogió a toda prisa su daga y se dio la vuelta.

Glaeskir, con sus ojos titilándole dubitativamente ante la suerte que aguardara a aquella indómita muchacha, deseó que los dioses estuvieran de su lado.

Pero ni aun estos se posicionaban de ninguno de los bandos en esa incipiente guerra que los desangraría hasta el infinito, hasta que uno de los dos cayera definitivamente. Era la hora de levantarse y derribar barreras, cuerpos y mitos, y esos hombres que gritaron alzando sendas espadas y cuya mirada barrió la desesperanza estaban dispuestos a hacerlo. No por ello habían combatido en sitios hostiles, asesinado a gente más hostil aún, a magos, personas oscuras que conocían secretos indescifrables e inconfesables, surcado océanos inmensos y temibles... No sentirían temor. Cualquier signo de este sentimiento había sido desterrado de sus corazones por la mano del hombre que guiara sus vidas, Rokk, que pronunció su juramento y a continuación descendió el primero. Lo siguieron sin replicar, perpetuándose el fuego de la afinidad que los uniera a todos. Kass también se dio a la fuga del barco que roncaba dulcemente acariciado por la brisa matutina, pero no fue detrás de los mercenarios, sino que se decidió a escoger un camino diferente, silbando y empuñando la daga. Una vez más, como tuviera por costumbre, eligió realizar actos por sí misma.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora