LA GRAN SEÑORA DE LA NOCHE

4 0 0
                                    


Cuentan las leyendas que en un lugar muy extenso, peligroso y temido por todos aquellos que nunca habían puesto el pie en él, fue erigido un reino. Este reino empezó como un proyecto anticipado de su creador, el cual no concebía aún la idea de gobernar sobre una tierra tan vasta como lo era ésa; él había llegado allí con ansias de abrirse camino entre la maraña nociva y asfixiante que conllevaba la espesura en la que se estaba adentrando; él no entendía que debía cuidar sus deseos, aplacarlos y hacer que no se desviaran de su senda. Al final, tras años andando por aquellos terrenos misteriosos que eran hollados por primera vez, tras meses devastando la virginidad de aquellas selvas, arribó en su destino. —Glaeskir tomó aire y espiró lentamente; los cientos de ojos clavados en ella no cejaron en su empresa de presionarla. Se llevó una mano a la barbilla, acariciándosela, y prosiguió firme y parsimoniosamente—: Se trataba de un bosque descomunal habitado por seres que no conocían la luz, criaturas macabras que ninguna piedad tendrían con él, con esa persona que había osado importunar la tranquilidad de su letargo. El sueño en el que yacían quedó rasgado, y ellos no pudieron hacer nada por impedirle al ser que los hubo molestado de que levantara su edificio de piedra sobre las copas de los árboles en los que ellos vivían. No pudieron siquiera intentar que se largara de allí, de aquel sitio que siempre les había pertenecido a ellos. Así, el humano se hizo con el control de su hogar con consecuencias que ellos no acertaron a predecir. Era inexplicable. Simplemente no tenía lógica alguna. —Glaeskir volvió a inspirar; el silencio se arrastró por sobre todas las personas que se encontraban en el barco, observando atentas a la anciana, que permanecía en el medio con los brazos cruzados encima de las piernas. Ella se resistió a que el silencio se adueñase, continuando—: Esas criaturas legendarias, tan antiguas como el mismo mundo que nos dio de mamar hace tanto tiempo que quizá ya lo hayamos olvidado, no soportaban la sola idea de que un espécimen tan ridículamente extraño que les inspiraba repulsión quisiese dominar sobre ellos y quedarse con las tierras que eran únicamente suyas, por lo que llevaron a cabo un plan. Por todos los medios trataron de deshacerse de ella; la envenenaron, la rociaron con lluvia ardiente, la ahogaron... Mas, desgraciadamente para ellos, fue en vano. La criatura debilucha y sanguinaria se reconstruía pieza por pieza, escapaba de sus trampas, mostrándoles que era más fuerte de lo que parecía.

—Pero espera —intervino un mercenario, riendo; Glaeskir y los otros lo miraron— ¿no se la cargaron? Quiero decir, si era un humano... —Los demás asintieron dando apoyo a sus palabras, y todos quedaron con la vista fija en Glaeskir, quien se apresuró a replicarle.

—No, no. —La anciana negó enérgica con la cabeza; mechones blancos se desgajaron a los lados de su cráneo, adornando sus orejas—. El visitante guardaba un as bajo la manga. —Al constatar que alzaban las cejas en señal de que en ellos latía el asombro, su pícara sonrisa se dejó llevar en sus labios—: Nuestro amigo les demostró en varios trucos que era más poderoso de lo que esas criaturas se creían, logrando de esta forma lo que anhelaba, esto es, hacerse con el poder de aquella tierra a la que convertiría en su reino...

— ¿Era inmortal? —aventuró otro de los mercenarios.

Los demás le prodigaron severos codazos y palmadas en la espalda, celebrando su imaginación.

Su alegría murió tan rápido como hubo surgido cuando contempló a la mujer crispando los puños y apretando la mandíbula. La mirada que les dirigió, una mirada en la que hervía la cólera absoluta, sirvió para amedrentar a su interlocutor, obligándole a guardar silencio, mientras los otros se abstenían mentalmente de interrogar y había quien se llevaba una mano a la boca para ocultar tras ella la risa que se estaba generando dentro de su persona.

—Prosigamos, pues —dijo Glaeskir, ahora con la ira predominando en sus cuerdas vocales—. Como estaba narrando, esa pequeña criatura tan original, a la que los reyes de esa tierra podían fácilmente aplastarla bajo ellos, se decidió a fin de ganar la guerra a enseñarles cuán grande era el poder que en él había. Aun no siendo inmortal, su poder era digno de ser mencionado. Era una habilidad tal que dejó sin palabras a todos los superiores que ante él se congregaban, derribando su odio. Y gracias a ello él pudo sobreponerse a la situación, conquistando sus corazones tintados de oscuridad y postrándolos a sus pies. Se hizo señor y dueño de aquel lugar después de haber pactado con los otros seres que mantendrían una relación en la que ambos bandos, siervo y amo, se ayudarían y protegerían mutuamente de todo aquel que entrase en sus fronteras. Transcurrirían los años y las vicisitudes estrecharían los lazos de aquellos seres tan diferentes que se habían unido por siempre. Porque ahora -su voz adoptó un tono enigmático- las criaturas que residieran en la selva oscura en la que ese brujo había construido los cimientos de su reinado le deberían obediencia, y al mismo tiempo él se encargaría de no atentar contra la serenidad de sus inmóviles compañeros, los árboles y demás vegetación que lo rodease. Cargaba a sus espaldas el deber de mantenerlo todo intacto, y así sucedió en tanto que las tinieblas se instalaban más profundamente en él y su castillo era engarzado en espinas... que lo escondieron de los ojos de los viajeros que se adentraron en la floresta... para no salir jamás. He aquí el fin de mi relato. —Glaeskir se retorció las manos, presa del nerviosismo. Miró a todos los hombres que la rodeaban, pero ninguno cortó el aire.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora