INDIFERENTE

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Sonriendo descaradamente, Kass rumiaba la respuesta. La respuesta que daría a un Eshren que se presentaría después, algo que lo dejaría por fin descolocado. A su merced se hallaría entonces, y ella no tendría que cobrar sus deudas. Se removió del puesto en donde estaba cómoda, notando las monedas contantes y sonantes que se balanceaban pícaras y sintiendo que el monstruo del orgullo campaba a sus anchas, se tendía satisfecho a reposar y las penurias se deshilachaban, semejando las sombras vespertinas que se hacían más finas que la punta de un alfiler. Le cruzaron la cara, la abandonaron y fueron a morir en las primeras esquinas, los recovecos ocultos a los que dirigía la mirada. Esa mirada astuta en la que palpitaba la crudeza de los años que hubo vivido a la sombra de otros, robando alimento, desperezándose para atentar contra la justicia que ahora atentaba contra su tranquilidad... Sacudiendo la cabeza, se susurró que no se dejaría llevar por esos pensamientos que acechaban en su estructura mental, ya había tenido bastante con todos esos años en los que había sufrido lo indecible... Miró a los lados, encontrándose a los malheridos que se regocijaban al tomar sus gachas de trigo y preguntaban a Glaeskir algo que no pudo oír, viendo a Ozraa provocarla y hacer que ella le asestara una soberana bofetada que enrojeció su piel; riéndose, pasó a mirar al ajetreado Mashen, cargado de cuencos que repartía. Vio a Amra levando uno y compartiendo palabras y risas con una Vellina más alegre más alegre de lo que lo hubiera parecido en sus batallas iniciales, y reparó en eso... y en que sentía ganas de estar ahí, remplazando a la espadachín, llorando de felicidad por abrazar y sentir cómo Amra se derretía en sus brazos... cuando no estaba ocurriendo. Se centró en Vellina, convirtiéndola en una causa más de sus desbaratados efectos. Se mordió los labios, la lengua, apretó los puños.

Vellina. Una figura que era de notable nivel, a la que si había considerado. No le inspiró interés, no le inspiró ningún tipo de afecto en particular, despertando en cambio su indiferencia. Clavó las uñas en la parte carnosa de las manos, hiriéndose. Se quemaba el cerebro de tanto darle vueltas a lo mismo, lo que la había cegado todo ese tiempo, su bastión frente a los posibles enemigos... que no estaban ahí, entre esa gente que había demostrado apreciarla, herirla sólo con el fin de que aprendiera a indignarse... Quería convencerse de que estaba siendo seria consigo misma, exigente, de que se se estaba comprometiendo con la verdad... Mas no era cierto. Lo sabía todo lo que le diera forma.

No buscaba sino poder, dominar a los demás, sembrar el caos que se transfería de su cabeza a los vientos, a las cabezas. Elevando el mentón, dilató las fosas nasales, olisqueando el aire. Ya no traía una pestilencia antes característica, el Mano de Rey estaba virando hacia el destino seguro, el que ella hubo señalado: las partes poco profundas, donde el agua se rebajaba y se podía probar a derrotar definitivamente a los salvajes. Era su recorrido, y lo estaban haciendo. Llevaban hecho un trecho de la senda rocosa, sobre el río que serpenteaba, jugueteando con sus conciencias.

Volviendo a sus roñosas tareas, las que fluyeran en su eje como lo más sagrado, sabía que estaba pecando. Pecando contra su jerarquía, la que controlaba y veía sus acciones, la que decía que las consecuencias debían retirarse. Esa jerarquía estaba siendo consumida por la que portaran los hombres que la rodearan, los productores de un ligero rotacismo en sus engranajes, quienes la estaban trasladando. Alterando. Enardeciendo. Las espinas crujían y se hincaban, todo temblaba. Kass se apretaba los brazos. Y su voz se estiraba, alargándose, se fundía con la realidad, cuajando en negras esferas malignas que la abrumaban:

<<No seas imbécil. Tú sabes que no precisas de ellos. ¿Van a ayudarte, a quererte? No, el cambio te matará. Quédate en tu lugar, sigue troceando los sentimientos. No te importan, sabes bien que es eso. No me decepciones, considera esta condición. Perdida te quedarás si lo haces.>>

Con la médula vibrándole, enfriando su cólera y encerrándola en el compartimento menos recurrente, aplastando la intensidad de sus heridas, decidiendo no escuchar más al pasado que regurgitaba la tortura que diera origen a su desequilibrada vida, Kass bajó la cabeza..., rindiéndose a la verdad. La verdad era que estaba colaborando y lo deseaba. Era su voluntad la que alentaba, la que la predisponía a hacerlo. Lo había querido realizar, y no era un capricho, sino un deber. Se lo debía a Rokk, a todos. La encubrían, y no podía dejarlos sin un agradecimiento. Un favor por otro favor... ¿o no?

<<Imbécil, imbécil... Te lo dije, no te confíes... y lo haces. Osas arrancarme el corazón... Ah, no puedo, es demasiado... Indiferencia... ¿Por qué no la sientes? ¿Qué poseen en ellos que atraiga tu supremacía?>> Kass sintió que despegaba esa piel y la arrojaba, resuelta, a las aguas enturbiadas. No volvía jamás, y ella respiraba. No se arrepentía. Estaba mejor sin su presencia. Soltando aliento por la nariz, reprimió los estremecimientos que afloraban a ella y se giró para ver a Amra deslumbrar en cubierta. Es verdad, pensó, no son mejores o peores, sino distintos... Y no es mi intención ofenderlos, destruirlos, debería escucharlos... En un principio no lo entendía, ahora sí. ¿Qué la estaba impeliendo a trastornar a su tozudo raciocinio, que perdía el equilibrio, cayendo del trono, y comenzaba a andar en círculos concéntricos hasta disparar por las paredes...? Chorreaba, la tinta configuraba palabras que borraba y reproducía en otras nuevas, y estas no hundían la nave, nada se iba a pique..., excepto las reglas. Las reglas que la convertían en una indiferente...

Amra se puso frente a ella, sosteniendo el cuenco, sonriente. Su sonrisa la calmó por dentro, y animó a sorber las gachas.

—Son tuyas, tómalas tranquila —dijo, y le plantó un beso en el pómulo derecho.

Kass dilató las pupilas, no podía creerse lo maravilloso que estaba yendo el día. La examinó minuciosa de arriba abajo, y se sintió deseosa de abrazarla, envolverla en su presa, murmurarle bajo las sábanas lo mucho que significaba para ella. Masticaba la sopa cuando la asesina se puso de puntillas y cogió sus anillos, que tintinearon, despidiendo reflejos carmesíes. Kass se sonrió, mirándola con amor.

—Son geniales —comentó la bella asesina, retirándose para mirarla a ella—. ¿De dónde los has sacado?

—Es una larga historia... —reía Kass.

La otra le regaló un empujón.

—No me digas... Algún día me contarás quién es Shaïne, ¿sí?

-Claro, nena. —Formó un beso que le lanzó—. Estás espléndida hoy.

—No me hagas ruborizarme —replicó Amra, pese a que ya se le habían subido los colores.

Kass pensó que la amaba más de lo que hubiera pretendido, de lo que nunca se había imaginado, y decidió, imprimiendo fuerza a estos pensamientos, que era hora de retirar la indiferencia de sus usuales actitudes. Por el bien de Amra, el de los demás... tal vez incluso el de sí misma.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora