RUINAS CIRCUNDANTES

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¿Estás bien? —Amra la observaba con fijeza, apretándose el labio con fuerza.

Kass se rodeó más con la manta y le dirigió una furibunda mirada de la que en realidad ella no era la receptora. Antes de estallar en chispas, se contuvo y desplazó su rabia, la dejó esperar a que se presentara el momento oportuno, cuando Eshren y su amiga Vellina vinieran a reírse de ella. Torció el gesto. Le crujieron los hombros, y se apartó el pelo de la frente. Los labios empapados comenzaron su fase de curación, el cuerpo se recuperaba y las piernas eran regadas con sangre. Era devuelta a la vida, observaba con satisfacción, con el amor puro chorreando por sus venas y capilares, cómo la asesina se sentaba junto a ella y ponía una mano en su hombro.

—Ya te encuentras recompuesta, ¿ves? —Le quitó la manta, cuidadosa, sus ojos le sonreían—. Ahora vive, y mírame.

La contrabandista le hizo caso, mirándola y sonriendo. Se frotaron la nariz y estallaron en risas calurosas, Amra la acunó en su abrazo.

—La verdad es que ignoro cómo llegué a enamorarme de ti...

— ¿En serio? Yo sí lo sé. —Kass fanfarroneaba como de costumbre.

—Dímelo, listilla —dijo Amra, y le trenzó los cabellos sueltos.

La contrabandista echó un vistazo a su perfecta trenza y alabó a Amra y a todo lo que la había llevado a conocerla diciendo:

—Te encantó toda mi caótica manera de vivir y ser, admítelo: viste que soy la mejor. —Se palmoteó el pecho, ufana, y entornó los ojos grises—. El cepo que te atrapó fue mi maravillosa labia, mi educación sin igual.

—Ya. —Amra arrugó la frente y, de pronto, prorrumpió en risas. La criminal quedó desconcertada, pero no movió un músculo—. No eres nada parecido a una buena persona, aunque en tu interior lo seas. Necesitabas que te devolvieran al presente, y yo lo he hecho. Tus fantasías se están esfumando, estás madurando. —Su mirada trocó en sencilla clarividencia, parecía que podía leer en ella como en un libro abierto—. Estás bien, aceptas las bromas, incluso que te tiren por la borda... Pero no hemos terminado. Te llevaré de mi mano hasta que puedas caminar por ti misma. Eso es todo lo me había propuesto confesarte.

—Y yo que no te vayas, mi amor. Mi nena, mi vida. —Kass le apartaba los mechones de la faz y se deshacía en besos tiernos que enrojecían aún más a la pobre Amra, que se removió incómoda.

—Eh... no, no lo voy a hacer.

— ¡Viva! ¡Sabía que dirías eso! —Kass la estrujaba entre sus musculosos brazos, ella intentaba zafarse— ¡Eres fantástica!

—Una gran pareja —irrumpió Vellina comentándolo con total sinceridad.

Iba seguida por Eshren y un alegre Ozraa. Rápidamente se separaron, Kass los miró con el odio titilando en cada pulsada.

— ¿Qué queréis?

—Congeniáis bastante, de verdad. Reconozco que me impresionaste, colega, cuando la conquistaste para ti. —La mirada de Eshren no condensaba más que burla, y una pizca de entendimiento—. Vives a cuerpo de rey, y ella está atada a ti, una miserable buscavidas. ¿Cómo es eso?

—En primer lugar, no somos colegas. En segundo lugar, no pienso explicarlo. Averígualo tú solo, estúpido no creo que seas —Kass atajó con su siniestra sonrisa.

Se tumbó cuan larga era, apoyando la cabeza en un muslo de Amra. Esta empezó a rascársela, sus buenos modales parecían haber quedado sepultados en su memoria.

Una mueca vibró en las facciones de Eshren, y decidió atacar por otro lado.

—Amra... me sorprende que estés riéndole las gracias... A esa idiota...

Ella no se inmutó.

—No pasa nada, ella y yo... Somos muy amigas... —Kass emitió un ruidito que destilaba satisfacción y se incorporó, toda ella reluciente.

Dio un beso a su compañera y esta se levantó.

—Sois amantes, ¿no? — dijo Ozraa entrando en la conversación, albergaba ganas de corroborarlo—. Es el rumor que vaga por aquí... —Miraba a ambas jóvenes.

Kass se ruborizó hasta las orejas, pero su orgullo le impedía destaparlo.

—Bueno, ¿y qué si lo somos? —Sus ojos chispeaban—. A nadie le asusta en un lugar de esta calaña, somos todos lo mismo. Acabamos reducidos a criminales... —apuntó, más calmada, rascándose el brazo tatuado.

—Ninguno es de tu calibre. Podrías atontarnos con un solo pestañeo —murmuró Vellina.

— ¿Tú crees? —Arqueando una ceja, soltó una carcajada, y se aplastó los cabellos que pugnaban por levantarse—. Vaya, qué interesante.

—No exageres, Vellina —la cortó un malhumorado Eshren.

—Lo siento. —Vellina observó a Eshren, avergonzada, y seguidamente a Kass, que sonreía.

—Eso también es mentir. Ya lo has aprendido, buena esa, Vellina. —Y la apuntó con el dedo—. Tú, tú lo captas. Estamos todos contaminados.

Y se presionó el vientre para aguantar la risa.

—Juventud envenenada, eso somos. —Amra se mordió el labio inferior—. Qué decepcionante.

—Yo no comparto tu opinión, cariño —repuso Kass, y se puso cerca, rodeándole el cuello con un brazo. Señaló a los demás, a Eshren enfadado, a Vellina histérica, casi rompiendo a llorar, a Ozraa riendo—. Míralos, son como tú o yo. Al final te volverías esto. Me vas a tener que acompañar, durante mucho tiempo, quizás toda la vida.

—Cierto.

Amra le regaló un beso, Kass paró de hablar.

Ya separada de ella, la asesina se giró con intenciones de irse, no sin decir antes:

—Voy a comer.

—Y yo, pero tenemos que hacerlo. —Eshren se frotó las manos, maligno, y miró a Kass—. ¿Acaso no lo esperabas?

Ella no dijo nada. Sus miradas eran desdeñosas y pútridas, torcía la nariz y por eso la pilló desprevenida el que Ozraa la agarrara de ambos brazos y la pusiera sobre el borde.

—No veo bien que volváis a tirarla —musitó Vellina, disidente.

—Así aprende a ser más amable —replicó sucinto Eshren.

Kass vociferaba que la soltara mientras se escurría de los brazos de Ozraa, que la agarraba por los brazos. Como no tenían demasiada fortaleza, no soportaban la presión, y acabaron cayendo. O fue eso o que él la soltó intencionadamente. No tuvo tiempo de gritar. El agua la caló, cercenó el calor corporal, la sometió a una lucha interna. Rabiando de desprecio, rugió bajo el agua y emergió pesadamente; los pelos grises y azules se le pegaron al rostro y exhaló bocanadas de aire antes de que la gravedad la arrastrara al fondo. Vacilante, la criminal empezó a dar brazadas contundentes al darse cuenta de que el Mano de Rey viraba.

<<Demonios, otra vez. Me las apañaré regresando a nado.>> Y prosiguió luchando, tratando de que las olas no la abatieran, deslizándose como una serpiente por sobre el hielo, las piernas plomizas dificultaban su movimiento. Pero pudo lograrlo, y alcanzó entonces a ganarse rayos de sol que la bañaron y se condensaron, yendo a morir en las corrientes marinas. Jadeaba, pero no se rendía; las luces matinales horadaban su palidez, seguía braceando, cada vez más fatigada; las ruinas de una ciudad anteriormente altiva, apenas trozos de piedra olvidados por la luz, flotaban por sobre el Mar Dorado.

Kass los vio y los identificó, colocándolos como los de la ciudad de la leyenda. Los circundó no sin trabajo, cuidando de que las plantas enredaderas no ciñeran sus piernas, y farfulló, aproximándose al barco contra el que se estrellaban las olas. Subió, toda humillada, cansada y mojada, y se proveyó de un sitio del que no se movió en todo el tiempo que el barco tardó en circundar las ruinas. Resopló, y, cubriéndose con la manta, se hundió en un sopor profundo.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora