REZAD PARA SALVAROS

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Un poco más tarde aquel día, comiendo las gachas que sus amigos repugnaban, deleitándose con cada cucharada que daba y que reducía el tamaño del plato, con las casas villanas desfigurándose en sus contornos a los lados del Mar Dorado, escuchando a este rugir embravecido en tanto que se agotaba la paciencia y asestaba el golpe mortal a las gachas de suculento trigo, mirando el horizonte sumida en un silencio reflexivo, Kass observaba a sus compañeros cargar aquí y allá con los cuencos, dándoselos a Glaeskir, hablando con el ingenuo y buen Mashen, a Ozraa trajinando para convencer al comandante de que no quería ejercitarse y a este gritarle hasta dejarlo sordo y que retumbara aún en sus oídos la ira. Sacudió la cabeza, Rokk era de todo menos un pusilánime, no estaba preparado para serlo. Kass se terminó el plato, y se levantó, buscando a la anciana con la mirada.

La encontró dándole una regañina a Mashen, que se frotaba los codos, observándola alterado. Se sonrió; era un chico afable, sin embargo contaba con el desperfecto de no saber de qué modo reaccionar en momentos urgentes, y siempre recibía alguna que otra bofetada que lo espabilaban y lo ponían a hacer las tareas que le correspondían. Su historia no estaba reñida con su temperamento, era muy dado a sociabilizar, al contrario que ella, hecho que lo había ayudado a enrolarse en semejante tripulación. Rumiando esto mientras se acercaba, esperando a que Glaeskir se fijara en ella, Kass cayó en la cuenta de que Rokk la observaba detenidamente. Se hizo la sueca, ladeando la cabeza, y prestó oídos a las palabras de la mujer de las runas.

—Bien, Mashen. La próxima vez lo quiero impoluto, ¿me entiendes? No puede ser que tenga que reprenderte por las suciedades que hay en las cocinas, que son tu terreno.

—Llevas razón, Glaeskir —se disculpó él, lo sentía realmente—. No sucederá de nuevo, tienes mi palabra. -Y se giró, sin sonreír, muy posiblemente abrumado por este sermón.

—No escatimes cuando se trata de Mashen, niña —alegó Glaeskir sin atender a que Kass no venía a hablar precisamente de Mashen. Al cuerno con él, precisaba de su propia recompensa. Por ello osó interrumpirla antes de que se fuera por las ramas—: Un muchacho competente y jocoso, poseedor del defecto de que si se le da mucha confianza, empieza a liberar su artillería pesada. Y esa es su charlatanería.

—Yo soy distinta —se jactó Kass, con el cuenco acurrucado entre las manos.

Glaeskir la miró de soslayo, como si quisiera desmentir su afirmación.

—Sí, lo admitimos todos. Eres charlatana, pero cuando te interesa. —Le retorció la mejilla con la uña y cogió el cuenco. Se paró a mirarlo y le sonrió—. Buena chica, así estás creciendo... Vamos a entrenar.

— ¿Más entrenamientos? —protestaba Kass mientras dejaban atrás la primera planta y se internaban en el almacén, en el que la maga depositó el plato junto a otros muchos y lo escurrió, cerrando la puerta y suspirando ante el parlamento de la contrabandista.

Sus ojos verdes la abrasaron.

—Pues claro, me refiero a Eshren, niña.

Le tendió una espada de madera que ella agarró no sin murmurar quejas por lo bajo, y se quedó con otra cuyo destinatario sería el rubio criminal.

—Hay tiempo de que lo hagamos bien —repuso, observando a los tres muchachos que ascendían las escaleras.

—Aquí estamos, listos para combatir valientemente —farfulló Eshren, y se limpió el sudor de la frente.

Toda la alegría se le esfumó cuando Glaeskir, tendiéndole la daga que aceptó, señaló a Kass calculadamente.

—Vais a batallar —dijo secamente.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora