TE PIDO QUE CREAS EN MÍ

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¿Algún enemigo a la vista? — inquirió Kass con sumo interés a Amra, que se parapetaba en un círculo visible desde muchos kilómetros, en medio de todo y de nada, con cadáveres exhalando podredumbre incesantemente.

La asesina se dirigió a ella, los ojos reflectaban la escasa luz matinal:

—Por ahora estamos solos. No te ilusiones, sin embargo, llegarán pronto, y para ese momento estaremos saltando sobre sus cabezas y cercenándolas.

—No lo dudes, guapa. —Kass entornó los ojos hacia ella, sonriéndole.

En verdad, le sonreían todas sus personalidades desde rincones irreconocibles, llevaba todo el día sonriéndole. Esperaba que valiera la pena.

—Deja de comportarte de forma que parezcas estúpida. Si quieres hacer algo útil, vuelve al barco a por algo de comida.

Rokk les había encomendado que se apostaran a ciento cincuenta metros de su posición con la finalidad de divisar rivales. Las horas habían transcurrido goteando, perezosas, y nadie se aparecía. Ni siquiera se habían dignado traerles algo de comida. Kass había pensado en decirle al jefe que mandara a Eshren tal encargo, pero ya sabían demasiado bien que no se podía discutir con Rokk. Y ella no se proponía averiguarlo a golpes.

Estirándose con sigilo, de forma que crujieron los huesos de su espalda -y Amra no dio señales de haberse enterado, con lo cual el orgullo y su enfebrecida mente se lamentaron-, se dijo que ya había tenido suficientes palos. La sangre servía para aprender, eso lo entendía, aunque prefería de buena gana derramarla ella. Los años en que su espíritu vagara sonámbulo, enraizándose en él el mal al tiempo que su cuerpo se hallaba en crecimiento no habían aplacado el ardor que latiera junto a su corazón, dentro de su eje, deseando -como cada noche- hacerle guiños y otras tonterías a Amra, guiarla a donde ella quería. No había sido posible, todavía. Las noches en que se hubiera despertado empapada de sudor sin entender la razón y cuando la hubo comprendido, obsesionarse con alcanzar su objetivo; las noches en que hubiera musitado su nombre, no, no podían ser un desperdicio. De ninguna manera se consideraría perdedora. El tiempo era su aliado, ella era persistente, pese a ser nada fiable y de una lealtad cambiante. Ella corría a la par que el viento, y se camuflaba entre la espesura. Un asesino veloz y engañoso, eso era. Nada mejor, nada peor. Peor que ser ella misma, y saber que no cambiaría. Todos sus oficios la divertían, la entretenían a ella y a otros, pero no le velaban la mirada. Una mirada que traspasó a Amra como si pudiera ver en su interior.

—Hm —se estiró nuevamente—... Es que verás, no tengo hambre.

— ¿Comprendería una inteligencia superior como tú que yo sí? — la joven de ojos color ámbar que tanto la hechizaba, que era capaz de matarla con solo dedicarle palabras despreciativas, que hacía que sus perversiones afloraran a ella tan rápido que no podía detenerlas, la estaba acuciando con la fuerza que emergía de ella.

<<Pobre -pensó Kass malévolamente-, no sabe lo que se pierde haciéndome caso omiso. >> Se relamió los labios, sin dejar de devorarla con sus astutos ojos grises, y respondió educada:

—En realidad, sí estoy hambrienta. —Le sonrió brillantemente—. Iré, no te preocupes.

<<Si yo no me preocupo, maldita seas >>se arrugó Amra, y sus rojos labios -que eran adorados por Kass a instancias de ella- se fruncieron en una mueca que no afectó a la contrabandista, que efectuó una reverencia y le dijo:

—Rápida y eficientemente, volveré antes de que te conviertas en la bella durmiente.

—Vaya, una poetisa. ¿Por qué no estás en la corte, en tal caso? —se burló, sumándose a la broma.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora