NIEBLA

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La niebla se abatía cruelmente sobre los hombres desvalidos que gemían a un lado y al otro de los márgenes del Sangriento, que fluía denso y encabezaba la marcha. En el barco Mano de Rey, se desarrollaba una escena llena de bullicio: Glaeskir corría subiendo y bajando las escaleras llevando gachas de trigo a los hombres que las necesitaban, los remeros sólo oían la voz poderosa de Rokk, su comandante, que los instaba a darlo todo, que los prometía premiar con dinero una vez que hubieran alcanzado el destino de aquella aventura, Ozraa se debatía entre ayudarlos o bien quedarse aguardando a que la herida se cerrara del todo, y los jóvenes polizones se aguantaban, se contenían el derecho a quejarse y remaban ansiosos, vislumbrando la luminosidad del horizonte naranja, tras el que aparecían las primeras nubes que no traían borrascas.

Los salvajes habían ido reagrupándose y replegándose a medida que el bando contrario les comía terreno, temerosos de que fueran extirpados de un solo tajo. No podían vadear el río al encontrarse en aguas profundas todavía, y por eso era impedimento para ellos. Les estaba prohibido, de alguna forma que les resultaba incomprensible, por mediación de los dioses, cruzarlo con la finalidad de verse cara a cara con el enemigo. En la orilla opuesta del río, morían sus iguales sin que ellos pudieran evitarles tal sufrimiento, y los dioses nada respondían. En un principio habían creído, se habían subestimado con esa fuerza, se habían visto más numerosos en comparación a los mercenarios, y habían atacado, así, ágiles, mas los rivales trasladaban sus reservas, asesinaban a sus seres queridos, manchaban la memoria de sus ancestros. Y las divinidades seguían sin conceder una respuesta clara, sumiéndolos en la incertidumbre, algo mucho peor que la misma muerte. Algo que ellos no habían anhelado. Si se personaban en las entrañas de sus cuevas, si se pernoctaban para derrocarlos enteramente, ¿qué se diría entonces? Los augures habían presagiado que los cielos se tornarían de negro y las lluvias arrasarían con la vida, los pájaros ya estaban planeando encima de los muertos. No había paz, en ese caso. No había descanso para los que se habían entregado en nombre de aquellos que no los escuchaban. En ese día, un día que clareaba y enrojecía progresivamente, centenares de ancianos rugían de odio en sus cavernas.

Y los mercenarios no estaban para más humillaciones, el precio de su misión no se saldaría con más gente, las raíces retornarían al hambre, estaban convencidos. De ello era responsable Rokk, que se había curtido en incesantes batallas y terminaría esta de un solo golpe que retumbaría en las tierras bárbaras, que haría sangrar sus oídos.

—Esos hijos de perra serán castigados —tronaba su alma y su boca iba en par de esta, la rabia atacaba en derredor.

Sus hombres se fracturaban, la niebla no les daba tregua. El Sangriento acogía cadáveres como un polluelo famélico los gusanos que trae la madre. Las aguas se enturbiaban, ello divisaba desde su posición. Serio, se dio la vuelta para decir a los suyos que no variaran el ritmo, habían de subir más. La ascensión estaba casi completa. Exhalando el suspiro de aquel que ha pasado por mucho, su sombra se estirazó sobre el suelo.

Glaeskir parecía estar enterada de lo que tramaba Rokk, era posible para ella leer en su mente y corazón, y no porque fuera maga, sino porque concretamente lo conocía desde que él la hubo salvado de tanto mendigar en su tierra y la hubo incorporado al grupo de hombres sanguinarios y bestiales, pero leales hasta el final. Protegerían y acatarían las órdenes de su jefe. Y este y ella habían establecido en sus inicios un acuerdo tácito que se equivalía a una alianza de carácter intemporal, que traspasaba todo tiempo y todo espacio, que no distinguía entre sus orígenes y cultura. Una alianza que los había unido para el resto de sus respectivas vidas, había resumido la maga mientras aplicaba la cataplasma al brazo y las facciones de la contrabandista, que le sonrió. Se revolvió, quejosa, y la anciana dijo que se estuviera quieta.

—Si te mueves, se te abrirá de nuevo —le advirtió. Kass entornó los ojos, al parecer sin albergar ganas de entenderlo, y ella resopló—. Niña, no me exasperes más. He de hacer tareas, mandaré a Amra a que te vigile.

—Me parece brillante —sonrió Kass para sí misma, y su cuerpo se calentó. Sólo mencionar a su compañera y daba la impresión de que el dolor se iba como si nunca hubiera existido. Como si Rokk no la hubiera estrellado contra la dura madera. <<Suerte que no me partí un diente>> susurró, y se llevó la mano a la boca. Todo estaba en su sitio. Las punzadas en el brazo remitían, pero le inspiraba asco mirarse la herida que discurría en canal.

—Cuidado con ese brazo —fue lo último que dijo Glaeskir antes de difuminarse.

Kass aguzó el oído, llegándole las vibraciones de quien se le aproximaba. Y también al mismo tiempo las toses de Ozraa. Sonrió, y deseó que se curara ya. Elevó el mentón al ver cómo Amra atrapaba ella sola toda la luz. O, según la criminal, toda su realidad. Le sonreía portando un cuenco que depositó frente a ella.

—Es para ti, tómatelo, te hará bien.

Le tendió la cuchara y luego de cogerla la joven empezó a sorber las gachas. Sonriéndole, dio a entender que eran de su agrado.

—Quédate tranquila, yo vuelvo a mis quehaceres.

El pelo se le alborotó, la envolvió, la embelleció.

Kass no se cortó un pelo al decirle, cómodamente dispuesta en comer:

—Eres preciosa, nena.

—Vamos, sé a dónde apuntas. Ahora no puedo.

Pero se contradijo al ir y plantar un beso en sus labios. Kass asió su ropa, aspirando su perfumado olor, desviando su mano al tórax... y de pronto Amra la apartó.

—No, juguetona, ahora no es el momento.

Le regaló una mueca y se fue, sus pies apenas tocaban el suelo.

Kass cerró los ojos y se dejó arrullar por el torrente de sensaciones que afloraban a su conciencia, no se arrepentía de lo que acababa de hacer y ya quería ardientemente que Amra y ella compartieran intimidad, amor, juegos y caricias, en tanto que se tomaba el caldo y se erguía.

El cielo se volvía rojo. Los enemigos esperaban, unos a que el cauce se estrechara para cruzar el río, y otros, para masacrar a los que interfirieran y así coger víveres y volverse. Ella sólo esperaba a que su amada regresara. Nada de batallas, nada de intereses en rivales, nada de muerte. El amor la bañaba de pies a cabeza y no estaba en disposición de poner la atención en algo extra, algo que se le presentaría externo.

El Sangriento mugía simulando vacas en el prado de verde hierba, intensificándose el rojo de sus aguas, y Kass charlaba animada con Ozraa, ya prácticamente curado y señalaba su brazo, y su cara menos morada, y su amigo asegurada que un poco más y lo superaría. Ese bache no era insalvable. Y tratándose de ella, una mujer fuerte y segura de sus capacidades, estaría lista en una tarde o dos a lo sumo. Ella estiró sendos brazos, sus ojos refulgieron. Saltó vívida y la luz la cubrió; había desterrado una parte importante de ella en otro entonces, en una época insulsa. Y eso significaba que había cambiado, no acertaba a calcular cuánto, pero lo estaba haciendo.

Estaba cambiando. Y eso provocaba que a pesar de las heridas, de las circunstancias que la rodearan, se sintiera enérgica, ilusionada con lo que vendría después. Inclinándose delante del pelirrojo que desplegó sus fauces, con la trenza cabrioleando en el aire que anunciaba la llegada del atardecer, Kass se sintió un tanto afortunada. Por primera vez en su vida. Por primera vez en su historia, tenía la voluntad presta a quitarse las cadenas del odio que tanto la habían apresado.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora