EN LO ALTO DE LAS COSAS

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Se desperezó con bastante parsimonia. Mientras se deshacía de las legañas en los ojos, se atusaba los mechones rebeldes de cabello y salía a tientas de la cama, casi tropezándose con sus propios pies, descubrió, adivinó, con secreto pavor, con secreta alegría, con el ardor que le subía silenciosamente y se le acomodaba en el corazón para trasladarse más tarde a sus mejillas y hacer que se sonriera delante del espejo, que había estado pensando en ella, pero no en ella misma, sino en la dulce Amra. Torciendo la nariz, sacó la lengua a su propio reflejo y luego se rio, una risa nerviosa afloraba a raudales de su interior ya alterado por haber sido capaz de vislumbrar tal verdad, y se vistió deprisa, más deprisa de lo que querría, más de lo que era conveniente, y, trastabillando, tironeándose nerviosa de los cabellos y dejando que la sonrisa se fuera diluyendo hasta transformarse en una mueca, abrió la puerta y se estiró como un felino para darle los buenos días al sol. Pero lo único que se encontró fue a Rokk gritando a sus subordinados que comieran las gachas de una vez, a Eshren atragantándose y a Glaeskir discutiendo algo con Ozraa que no llegó a discernir. No oyó a Amra. No la pudo oír, puesto que los demás producían demasiado ruido. Molesta por todo ello, Kass empezó a dar zancadas, renqueando, moviéndose a través de espasmos, para ponerse automáticamente derecha, estirar el cuello y olfatear igual que lo haría un perro viejo. Y entendió porqué todos no cesaban de menearse a trompicones, tensos; el aire olía a algas marinas, a sangre seca y a gachas. Deseó que solo oliera a gachas, pero por más que lo intentó eso no se hizo posible. Frunció el ceño y, balanceándose sobre las puntas de los pies, se cruzó de brazos e hizo una señal a Eshren, que la miró tras haberse tragado la comida. El bolo alimenticio le había estado obstruyendo las vías respiratorias, pero más lo logró esa persona tan irritable, según él -y todos los otros tripulantes- que ahora le sonreía burlona, aplastando su anterior serenidad. Se preguntó qué demonios hacía, qué propósitos tendría. No estaba ayudando en nada, eso ya era bien sabido. Reunió fuerzas pese a que su instinto asesino no se hubiera despertado aún y le lanzó llamaradas azules en tanto que pasaba el cuenco a Ozraa, que a su vez se lo dio a Glaeskir y esta se lo llevó junto a muchos otros, bajo el brazo, refunfuñando:

—Eh..., canalla —la contrabandista aflojó su sonrisa— ¿qué es lo que pretendes? ¿Marearnos para que hagamos todo lo que quieres? No somos frutas de las que puedas obtener zumo, es más, no tendrás nada si sigues comportándote así, de una forma tan imprudente...

— ¿Qué te ocurre, Eshren? —Ella sonrió, y la risa brotó de su garganta, configurándose, alcanzando el nivel que equivalía a desastre. Los mercenarios callaban, solo podían mirarlos a ambos, pensando que algo se iba a pique, y se trataba de su diligencia, la criminal no encontraba las ganas de obedecer-. No me digas que te ofende esto, que ría, que me levante más tarde que el resto, que busque excusas a fin de no llevar a cabo las tareas... Vamos, yo soy así, y no penséis ni por segundo que podéis cambiarme. —Su mirada gris brilló acerada por unos instantes, y los hombres temieron que pudiera saltar en histerismo.

Eso era lo más odiado de ella, de su grotesca personalidad. Kass dejó de balancearse, y la sangre regó sus tobillos, pero no su intelecto, que bufaba colérico, tomaba carrerilla y se abalanzaba desgarrando entrañas.

Dilató las pupilas y los cercos oscuros que había bajo sus ojos parecieron oscurecerse.

—No, ni por un segundo soñéis que voy a estar bajo vuestro mando, yo soy un espíritu libre y como tal marcharé pronto de este lugar, lo sé, esa es mi verdad... y lo cierto es que no os echaré de menos... por lo poco que en mi vida significáis. —Sus manos se curvaron, conformando un hueco. Traspasándolos con su mirada alejada de toda humanidad, moldeada por el profundo y desolador odio, hermana de la locura que regía sus días desde que tuviese memoria, musitó, su tono helaba la sangre, rompía y excavaba en la tierra, llenaba los corazones de dolor—: ¿Veis? Una hormiga es lo que sois, tal es la minucia que sois... En mi camino, piedras que apartaré, nubes que contemplo arrastradas por el viento, estrellas que en la noche parpadean... Y no es mi intención ser poética, pero quizá este juego de palabras herirá en menor medida... y he aprendido algo de mi amarga experiencia —entonces ellos se sintieron helados, los sentimientos que ella guardara los transportaron a una época adversa, en la que debías defenderte por tus propios medios, una época que marcó fuego en su piel, convirtiendo la vida en una carga...

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora