¿QUÉ TE HACE PENSAR ESO?

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Dos figuras avanzaban parsimoniosas, conducidas una por el sentimiento más terrible que nunca hubiese sentido palpitando en cada fibra de su ser, la otra, con el rostro contraído en una mueca que expresaba sin necesidad de vocalizar que su sentimiento, ése que la inundaba de los pies a la cabeza, era bastante diferente, por no decir opuesto. Ambas figuras no se ahorraban dirigirse mutuas miradas que se enzarzaban en una lucha mortífera; sucumbiendo a los designios que las comandasen y que ninguna de sus dueñas quisiese paralizar; sujetas a algún retorcido esperpento creador de la rabia y el deseo inhibido de hacer las cosas mal que las mantenía con vida, aún pegadas a quienes perteneciesen, esas personas que se habían cruzado cuando menos se lo esperaban y que, todavía lo ignoraban, no se verían separadas jamás. Pero lo que ellas deseaban eran únicamente sabedores los dioses, y éstos lo comunicarían llegado el momento propicio, el momento en que esas dos personas tan dispares sabrían de una vez a qué atenerse la una con respecto a la otra. Así pues, caminaban reteniendo los impulsos de sus corazones, que latían al compás de sus desenfrenados sentidos, al tiempo que soñaban con desaparecer de allí, cada una guardando sus propios motivos, y la segunda de esas figuras se giraba a fin de mirar qué había sucedido con la silueta de la mole gris que le sirviera de hogar, cuando la primera persona, sonriente, se le quedó mirando, ante el asombro de la otra, y le susurró:

— ¿Te gustaría venir conmigo a un lugar ideal?

La respuesta de la segunda persona la resquebrajó.

—No pienso ir a ningún lado, y menos con una tipa de tu condición. —Se cruzó de brazos, echando fuego por los ojos—. No eres nadie para preguntarme eso.

—Soy Kass -sonrió ésta—. Creía que eso era suficiente para ti.

Amra dejó caer los brazos a los lados al tiempo que meneaba la cabeza, verdaderamente airada.

—No, no, no iré a ninguna parte contigo. ¿Cuántas veces tendré que repetirlo? —Elevó los brazos al cielo, haciendo que la contrabandista se tronchara de la risa— ¿Cuántas veces, eh? ¡Oh, dioses, imploro vuestra ayuda! ¿No veis que es imposible? ¿No veis que me está sacando de quicio? ¡Ruego que me auxiliéis! ¡Yo, Amra...! —La interrumpió Kass, situando una mano en su brazo hasta hacerlo descender.

—Nena —la miró tan fijamente como solía hacerlo-, no estoy dispuesta a dejarte aun si convocas al Padre de Todos los Dioses en su caballo de sueños y me electrocutan los rayos de la Señora de la Guerra. —Su sonrisa se extendió, y la asesina reprimió su mueca—. No preciso de una advertencia que me haga esfumarme. Porque simplemente no pienso partir sin tu compañía. —Amra enrojeció levemente—. Y si yo me empecino en algo, créeme que lo conseguiré.

<<No es necesario que hables tanto, loca. Se te nota en la mirada>> pensó la asesina, y no tardó ni dos segundos en empujarla con la finalidad de que retirara la mano:

— ¡Déjame! ¿Quieres dejarme sola de una condenada vez? —Resopló, mechones castaños se alinearon en su frente, Kass pensó que le encantaría tocarlos— ¡Eres un demonio! —La fulminó con la vista— ¿En qué lengua tengo que decírtelo para que te enteres? ¿En kumrashiano, acaso?

Conteniendo la risa y asimismo las ganas de aproximarse más a ella, la contrabandista desplazó el peso del cuerpo de una pierna a la otra; columpiándose delante de ella, que no programaba cambios en su alba tez, se atusó los cabellos y, ajustándose el zurrón, le dijo suave:

—Podrías decírmelo en fraarlandés, o en shezniano. Conozco las lenguas de los Seis Reinos, la verdad. —Se restregó la cara con la mano y se quitó polvo de un guantelete. Acto seguido le interrogó, interesada—: Por cierto, ¿no serás de Kumrash?

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora