PESADILLAS

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Jadeó; se despertó más tarde, sollozando, aterida, con todos los nervios entumecidos, la cabeza le pinchaba, expresaba la ardua empresa que estaba llevando a cabo, que ejecutaba solo guiada por la determinación; probablemente todos los síntomas de su malestar provenían de una sola cosa, y esa era el que se hubiera fugado de su hogar con intenciones de buscar otro, con sueños y esperanzas cargando a sus espaldas... El frío se le coló bajo la carcasa de metal chirriante que llevara puesta y le caló los huesos, entró triunfante, como si hubiera vencido en un torneo, le mordió la piel, royó los huesos y dejó polvo que se esparció por el aire, que acabó siendo nada... Nada en su vida era ahora lo que poseyera, algo se lo estaba recordando... y ese algo consistía en la realidad... o en un sueño que había desarrollado su subconsciencia, ávida de provocarle sufrimiento... Gimió, y volvió a moverse, ladeó el cuerpo, las costillas se apretaban contra la tierra, no había piedra debajo, no había camino... más que el que se señalara en sueños, aleteando, las avecillas la llevaban... Y todo se tornó blanco, y una luz destelló en lo alto, en el techo que ya era capaz de distinguir, y vio a su madre, y a Feer, y a la madre de este, y ellos la miraban con una mueca en sus labios, fruncidos los ceños, y le decían, con estas desgarradoras palabras: <<¿Qué has ocasionado, qué has resultado? Estás loca, no puedes augurar las consecuencias. Para ti esto es una mentira, no confías en nosotros, no somos amados. Te odiamos, por consiguiente, te odiamos.>> Se revolvió, mas los rostros no se difuminaban. Espiró, soltando el aire, y su madre habló, o quizá fue que su voz sonó en su cerebro con la fuerza de un vendaval, de una gota de lluvia perforando la roca, sin provenir realmente de ningún sitio: <<¿Qué nos has hecho, Vellina? Solo te detesto, hija maldita, me has traído la desolación... ¡Fuera de mi casa, fuera! ¡Nadie hay que te quiera ya!>> Se extrañó, su madre no le gritaría, se callaría para llorar en tal caso... Intentó estirarse, vislumbrar más allá de las barreras sensoriales, adivinar por intuición... Pero esta fallaba, y no hubo nada que le fastidiara más que no poder explicarse. Su madre la abrasaba visualmente, sus ojos estaban negros. Se desvaneció, tomando el relevo el arrogante Feer:

<<Bueno, sabes el alcance de tus actos. Pienso que no, y llevo razón. -Rio estruendosamente, como cabría esperar de un insulso hijo de nobles, criado en la opulenta superioridad-. Ya no eres mi esposa, ya no significas nada, te empobrecerás, mendigarás, enfermarás y no acudiremos a tu funeral... Sintiéndolo mucho, te informo de que ya tengo otra mujer mucho más formal que tú... Adiós, señorita, reúnete con tus amigos callejeros... Sé una desventurada, una cínica... Una asesina... >> Su imagen se esfumó limpiamente, Vellina volvió a gemir, y se recostó por el lado opuesto.

¿Qué diferencia a un sueño de una pesadilla? En los sueños se manifiestan tus deseos más preciados, las personas queridas y las que quieres conocer, los lugares que visitar, los momentos por saborear... Las pesadillas mezclan tus miedos más profundos, más verídicos y los que nunca fueron confesados..., y subyacen bajo nuestra conciencia... y nos asaltan inesperadamente. Son traicioneros, y eso pensó Vellina segundos antes de recobrar el aliento y despertar. Descubrió que estaba tirada a un lado del sendero, indecentemente cobijada por su armadura. El hatillo se había desplazado unos metros. Alargando el brazo, lo cogió y se incorporó no sin trabajo. Con todos los huesos crujiéndole, se meneó, estirándose y desperezándose. Las tinieblas del sopor pusieron pies en polvorosa rápidamente, y echó un vistazo al cielo. Las nubes que asomaban recatadas jugueteando con el sol, que calentaba la tierra ya preparada a recibirlo, daba a entender el momento en que se hallaba y el tiempo que había pasado. La brisa matinal acarició sus rasgos, y se permitió esbozar una leve sonrisa. Reflexionó cuánto había avanzado hacia el sur, en los límites de la tierra de la que procediera. Se sorprendió de haber andado tanto, para ella era como si hubiese sido ayer el día en que se fue... y no lo era, afortunada o desafortunadamente. Se rascó la coronilla y se ajustó la correa del morral al hombro, examinando que ninguna pieza se hubiese desencajado o tendría serios problemas. Se apartó algunos mechones que revoloteaban. El sol bañó en oro sus pupilas. Y por primera vez en toda su existencia, Vellina supo las ventajas de ser libre.

Maestra de lo absurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora