1. Lluvia se escribe con soledad

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LA MAESTRA DE ESPAÑOL

Era una mañana hermosa. El sol brillaba tenuemente y una brisa fresca despedía a aquella mujer que marcó tantas vidas. Adentro, diez figuras escoltaban un fino ataúd oscuro, diez hombres que parecían salidos del cincel del más experto escultor. Sus rostros reflejaban tristeza, una tristeza profunda que salía de poco a poco en lágrimas furtivas, las cuales ni siquiera se molestaban en limpiar.

Al frente estaba el líder, Leeteuk, con el rostro lleno de lágrimas, mientras repetía bajito, con una sonrisa que por momentos afloraba «adiós mamacita... señorita bonita... mi sexy pequeñita» Estaba recordando aquellos tiempos, cuando esa persona aún estaba sobre la tierra alegrando su soledad.

Franqueando el ataúd, Donghae permanecía sin expresión alguna, mirando al vacío. A su lado, Heechul mordía sus labios, de vez en cuando levantaba el rostro y miraba al techo mientras pronunciaba algo que sólo él podía escuchar. Detrás, Siwon permanecía con la cabeza baja, las gafas negras no dejaban ver su expresión, nadie sabría si lloraba o no. Ryeowook era el último en la guardia, se hallaba del lado abierto del féretro y ponía su mano sobre el vidrio que cubría el rostro de aquella mujer, las lágrimas le resbalaban lento y su pecho bajaba y subía mientras intentaba controlarse.

Detrás se hallaba el resto. Yesung recargaba su rostro en el hombro de Hyukjae, mientras éste le acariciaba de vez en cuando el cabello. Kyuhyun miraba hacia donde Ryeowook se encontraba, simplemente no le cabía en la cabeza que ella ya no estuviera. Sungmin sostenía un hermoso ramo de gardenias blancas, sus flores favoritas, sin decidirse a acercarse y dejarlo. A lo lejos, Shindong presentaba sus respetos a la familia de su gran amiga, aquella que le brindó horas interminables de risa y felicidad que nunca más volverían.

Una pequeña presencia los sacó a todos de sus pensamientos haciéndoles levantar sus rostros al mismo tiempo. Una niña de escasos cinco años se acercó al ataúd y con mucha angustia miró a su abuela, quien la traía de la mano. La respiración de tres de ellos se detuvo al escuchar su voz «Mabu, quiero ver a mi mami ¿por qué no me dejan ver a mi mami?»

Gruesas lágrimas le resbalaron por su carita al escuchar la respuesta «está dormida, no podemos despertarla... ven, vamos» la niña lloraba, pataleaba y se retorcía intentando correr hacia el ataúd, su voz sonaba por la estancia llena de soledad, de angustia.

Tres corazones se detuvieron. Tres latidos que no sabían si correr hacia esa niña y reclamarla como suya, consolarla y jamás dejarla como hicieron con su madre. Tres pensamientos distintos dando vueltas en las mentes de sus dueños, tres respiraciones agitadas al descubrir el secreto que ella había guardado tan bien durante esos años.

- No puede ser... ¡Tenía una hija!... ¿por qué no me...?

- ¿Es mía? ¿Será que ésta niña es mía? ¿Soy... soy...?

- Así que por éso te marchaste... ¿De quién... es acaso...?

LLUVIA SE ESCRIBE CON SOLEDAD

El instituto de enseñanza Coreano era pequeño, un edificio con aspecto colonial, enclavado en una vieja zona de México, donde aún habitaba parte de la casi obsoleta y olvidada «clase alta» del Distrito Federal, hoy Ciudad de México, la capital del país.

Los alumnos iban y venían, entre clase y clase se arremolinaban en las escaleras deteniéndose a intercambiar apuntes, sacar alguna golosina de las máquinas dispensadoras, comprar un café insípido y casi hirviendo, de ésos que queman la lengua y despiertan las neuronas o simplemente para hablar o chatear por celular.

El salón de música estaba despejado, era pequeño, apenas para diez participantes casi montados uno sobre del otro, unos cuantos instrumentos, algunos bailarines jugueteaban mientras tocaban «If i Leave». El sonido del Gayageum, el Daegeum y el Janggu se mezclaban con sus risas.

La Maestra de EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora