31. Animals

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Nunca fui aficionada a los retratos, tenía la idea fija que de verdad robaban un pedazo de alma, un pedazo de tiempo, eran ladrones de recuerdos, de vida. Para mí eran como los hombres grises de Michael Ende, fotos grises destinadas a capturar un tic tac irrecuperable.

Para Siwon era lo contrario, quería apresar cada momento juntos, cada sonrisa, cada cara pensativa o dormida, un minuto a minuto de nuestra convivencia, como si tuviera prisa de vivirla, devorársela, saborearla antes de que se diluyera en la nada.

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Miré el armario conteniendo una carcajada, más de la mitad estaba lleno de trajes de todo tipo, pijamas, abrigos, chaquetas, corbatas. Parecía que se mudaría por completo y no solo parcialmente por un mes. Al lado de sus cosas, las mías parecían primitivas, básicas. Dos vestidos, unos cuantos sweaters, pocas blusas, seis jeans, dos pantalones de vestir y una chaqueta, de éso constaba mi lado del armario.

Contemplé el buró del tocador mordiéndome los labios para evitar reírme ¿Su lado? doce cremas todas diferentes, exfoliantes, toallas de limpieza, mascarillas, tonificantes y lociones carísimas con olor a madera y sándalo vs mi crema corporal sencilla, una crema de rostro y mi loción de pera. Así de distintos éramos.

- Tendré que cometer un delito y robarme al menos tres de esas cremas

- ¿Qué te parece si mejor te regalo las tuyas?

Siwon me tomó por la cadera, pegándome a su pecho, recargando su rostro en mi hombro. No podía imaginar una posición más incómoda para él, sobretodo por mi baja estatura. Sus manos grandes y fuertes me llevaron hacia su cuerpo en un abrazo tierno. Sonreí, nuestros rostros se reflejaban en la luna del tocador, guardé esa imágen en mi mente.

- Tengo hambre ¿Qué cenamos señora Choi?

«¿Señora Choi?» Esa frase me recorrió el cuerpo con un escalofrío inminente ¿Era tan serio entonces? disimulé mi sobresalto soltándome de su abrazo, volteé hacia él y sonreí.

- Hay un restaurante de comida italiana cerca... porque si quieres cenar aquí, deberás conformarte con frijoles refritos, quesadillas con jamón, huevos revueltos y café.

- Frijoles ¿qué?

Sonreí, olvidaba había cosas que jamás habían visto o escuchado. Se acercó a mí tomándome de la barbilla, hizo que lo mirara de frente, sus ojos eran intensos y brillantes, me rendí, me tenía. Su beso cálido hizo que olvidara todo, el ruido de los autos, los gritos del televisor provenientes del departamento vecino, las luces de la gran ciudad filtrándose entre los cortineros de gasa.

- Está bien... moriré en tus manos...

Le dí un golpe en el pecho reprobando su pésima broma y salí huyendo hacia la cocineta.

- Iré a tomar un baño... ¿Quieres acompañarme señora Choi?

Ahí estaba otra vez... ése apelativo que me rompía en dos el alma, poniéndome a la defensiva, alterando mi tranquilidad.

- Alguien debe preparar tu «última cena»

Emitió un suspiro de derrota, probablemente su cabeza estaba ideando todas las formas en que podríamos estar bajo el agua, juntos. Aún no me sentía preparada para eso, la herida de Kangin estaba reciente y me sentía culpable de disfrutar la vida, todavía no estaba lista, ni para eso ni para muchas cosas más.

- Descuida... entiendo bien - su abrazo me sorprendió por la espalda - esperaré hasta que el luto ya no nos impida vivir... también me siento así... sólo quería que lo supieras

La Maestra de EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora