1

2.7K 75 38
                                    

«Ya no te quiero».

Sarah no sabía cómo sentirse. Estaba devastada y un tanto abrumada. No sabía cómo reaccionar al millar de emociones que experimentó en aquel instante. Su vista se nubló y por un segundo perdió el equilibrio. Se dejó caer el taburete más cercano y cubrió su rostro con sus manos, en un intento de calmar su llanto. ¿Por qué había sido tan tonta?

«Ya no te quiero».

¿Significaba aquello que Patricia la había querido alguna vez? ¿Por qué no le había preguntado si la había querido antes? Sarah pensó que, como siempre, había sido engañada. ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta? ¿Estaba cegada de amor? ¿O quizás estaba obsesionada con la idea de una relación de cuentos de hadas?

Tanto así era su desesperación, que no quiso percatarse de la obviedad de la situación. Preferible vivir en la ignorancia que sufrir con la realidad. Realmente era una completa estúpida, se sintió utilizada y al mismo tiempo asqueada.

«Ya no te quiero».

Resonó en su cabeza. Un poco aturdida y un tanto errática. 

Esbabaa asombrada, de no saber lo de Maite. Conmocionada por lo repentino de los acontecimientos. Consternada por el descaro de Patricia. Y un tanto perdida sin saber qué pensar.

La idea de despertarse de noche sin Patricia no le daba ganas de ponerse una soga al cuello, no era tan exagerado los hechos como para hacerlo.

Aturdida, sí. Desconsolada, en un principio no.

«¡Vaya, estupidez!» «Que sentimiento tan revelador.» Pensó.

Pero aún con esa sensación no tenía ánimos para arremeter contra su novia. Ella no era una persona que buscaba venganza, ni si quiera el placer del sufrimiento. Por lo tanto, tal vez se conformaría con saber sí Patsy Pat sintiese un deje de arrepentimiento. Sin embargo, al mismo tiempo estaba segura que eso era imposible.

Sarah había sido traicionada y engañada, pero más que todo utilizada. ¿Cuándo aprendería? 

«¿Cómo puedo ser tan imbécil Se preguntó. 

Había confiado en Patricia, le había dado todo de ella, le había jurado lealtad y le había prometido un centenar de cosas, pero nada eso tenía sentido. Nada parecía tener sentido realmente, así que en realidad no tenía por qué estar preguntando cuánta fidelidad le debía de dar a Patsy Pat, como comúnmente la llamaba.

Era más que obvio, que ninguna. Solo había jugado con ella, de la misma forma que se juega con una muñeca. Y aún con todo eso, que de cierta forma era lo que gustaba, había permanecido cerca de Patricia con el simple deseo masoquista. Quizás al final Sarah solo era el banco financiero de Patsy Pat, un punto seguro para su economía.

Había conocido a Patricia apenas hacía cuatro años en el desfile anual del orgullo gay en junio. Era una mujer un tanto enigmática, excitante y sofisticada. Ella la deseaba con todas sus fuerzas y era lo único que había pensado desde su primer encuentro. Tal vez, Sarah lo había hecho por capricho, por satisfacer sus necesidades sexuales. «Un deseo carnal.» Se dijo.

Se levantó de su asiento y tomó nuevamente la fotografía, donde salían posando Maite y Patricia, y la nota escrita de esta última. Ya no tenía caso prolongando algo inexistente. Sus lágrimas no dejaban de correr en su rostro y con cada una de ellas se rompía lentamente su corazón. Debía de ser fuerte, así que, sin lugar a dudas, rompió con rencor la hermosa fotografía. Ya no permitiría llorar por algo que estaba más que perdido, que la misma Atlántida. Su convicción fue determinante y por primera vez, en la últimas dos horas, sintió el valor y la sensatez de terminar al fin aquella relación. 

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora