Capítulo 16 - Separación

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Arthur continuó disparando sin detener su paso, y no pudo seguir con la mirada a sus parientes y al italiano en cuanto se adentró a las calles del poblado. Necesitaba tomar esquinas y callejones pequeños, sino, a la velocidad que iba, pronto sería alcanzado por los muertos.

Ya estaba cansado, muy cansado, pero no se podía permitir dejar de correr. Ya se había alejado bastantes cuadras de la camioneta, por lo que el inglés solo quería pensar que los otros cuatro hombres lo habían logrado, y que habían conseguido escapar del pueblo en el vehículo.
Él siguió corriendo sin importarle nada más. Anduvo sin dirección exacta por las calles del poblado disparando aleatoriamente a sus espaldas hasta que, de manera involuntaria, se encontró a una cuadra de la casa. Había hecho su carrera en dirección hacia [Nombre] sin percatarse.

El inglés aceleró el paso. Quizá podía llegar a tiempo y encerrarse junto con la [nacionalidad]. No, en definitiva tenía que llegar a tiempo, no se permitiría morir ahí, no así, no ahora. No teniendo muy en claro que, lo primero que hiciese al quitarse a todos esos infectados de encima, sería buscar a su familia. Sí, eso sería lo primero que haría.

Con mucho esfuerzo logró tomar varios metros de ventaja sobre los muertos, sin embargo, en un desliz por su parte, Arthur tropezó. Y mientras perdía el equilibrio, notó la gravedad de una caída en su situación. Mientras miraba el suelo acercarse a su rostro, reaccionó sorprendentemente rápido y se dio una vuelta en el aire, cayendo de espaldas contra el pavimento del suelo.

Apoyó sus codos en el piso y comenzó a disparar a los infectados que veía acercarse con rapidez a metros de él. No dejó de presionar el gatillo, notando como las líneas de muertos iban cayendo ante sus ojos; sin embargo, aquello no los estaba deteniendo, y los atacantes del inglés fueron acercándose de igual manera. No había tiempo de pararse y comenzar a correr de nuevo, tenía que encontrar la manera de atacar y moverse al mismo tiempo. Se necesitaba un empujón, una viada, algo para volver a retomar la carrera sin dejar que los caníbales terminasen sobre él. Hasta que, ya casi teniéndolos sobre él, su fusil de asalto dejó de disparar. Se le habían acabado las balas.


Ni bien los cinco hombres salieron por la puerta, la muchacha la volvió a cerrar soltando un suspiro bastante sonoro. Estiró sus brazos hacia el techo y se encaminó a la cocina. Tan pronto como los chicos llegaran, ella tendría que estarlos esperando lista para partir, así que decidió tomar todo lo que encontrase en la casa para guardarlo de una buena vez en el morral.
Tomó toda la comida y bebidas que encontró en las alacenas, y unas pocas frutas frescas del refrigerador. Además de no olvidarse en poner unos cuantos cubiertos ahí dentro.
El bolso ya estaba repleto, pues encima de todo, metió la cajita blanca que le servía de botiquín –la cual estaba casi reventando de todo lo que habían encontrado en el pueblo-.

Dejó el morral sobre el sillón más grande y se dirigió a la habitación.
Tomó del suelo la riñonera y se la colocó en su cintura, con todas sus armas enfundadas en el cinturón de esta. Incluso había sacado la azada de la mochila que ahora llevaba el francés y la había dejado en la casa, pues prefería no separarse de su arma principal.
Miró el cuarto e ingresó al baño, hizo sus necesidades con calma y agarró todos los implementos de aseo básicos que vio –como los cepillos de dientes- para meterlos también en el morral. Sí, definitivamente, el bolso estaba reventando, pero felizmente aún era bastante cómodo de usar.
Antes de dejar el cuarto por segunda vez, vio los armarios en este, y sin muchas esperanzas, los abrió. Suspiró notando que no había pasado nada por alto, y que ahí dentro no parecía haber nada que le sirviese. Hasta que por instinto miró sus piernas desnudas, y vio los hematomas que traía en las rodillas.
Entonces recordó con rapidez.

Cuando había tratado la herida de Gilbert. Cuando había suturado a Lovino. Y cuando había cuidado de Matthew con fiebre.

Entonces, con una nueva intención en mente, volvió a rebuscar entre las prendas. No vio ninguna clase de rodilleras, pero sí encontró unas mallas de deporte negras, que con su hacha y bastante fuerza, logró cortar en dos cuadrados. Aquellos retazos de tela elástica se los colocó justo en las rodillas, tapando así todas las zonas con moretones. Eso debería ayudar en algo.

Infectados - Hetalia x lectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora