Capítulo 10 - El escape

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Con la mano que llevaba estirada [Nombre], ni bien sintió el brazo de Alfred en ella, lo empujó con todas sus fuerzas hacia un lado, logrando que el cuerpo del norteamericano se salvase por unos milímetros de ser mordido al haber sido apartado del camino que los dientes del infectado frente a él recorrían. La muchacha balanceó de abajo hacia arriba el brazo en el cual llevaba la azada, logrando clavarle la punta de la herramienta en la mandíbula al infectado que casi atacaba al rubio de lentes.

La chica no tuvo mucho tiempo más para pensar y agarró la mano del estadounidense, empezando a correr jalando al joven quien aún no parecía reaccionar del todo. Ella llevaba la linterna en la muñeca, sostenida de la cinta que traía el aparato. Al estar esta prendida, se lograba ver muy borrosamente el camino frente a ellos, ya que lo único que hacía la luz era moverse descontroladamente, producto del movimiento de brazos que estaba haciendo la chica con el sobreesfuerzo de correr y arrastrar a su vez el peso de un Alfred paralizado del terror.

Los infectados estaban pisándoles los talones, así que detenerse a buscar una salida o un lugar para esconderse no era una opción viable, por lo que la [nacionalidad] rezaba porque Francis y Arthur se estuviesen encargando de eso, estuviesen donde estuviesen. Sí, ella ya no los veía adelante, seguramente los europeos habían continuado corriendo sin percatarse de los otros dos. O quizá se habían adelantado en busca de una salida.

En un momento determinado de su carrera, al estar corriendo en completa oscuridad –exceptuando las confusas luces que generaba la linterna que saltaba de un lado a otro en la muñeca de la chica-, [Nombre] no se percató de un charco de sangre que tenía metros adelante. Y como era de esperarse, su zapatilla resbaló ante el contacto con el líquido.

Y en la cabeza de ella, todo pasó extremadamente lento.

Caerse por un tropiezo no convenía para nada, pero ya no había nada que hacer. La muchacha soltó la mano de Alfred aterrada, trayendo su brazo hacia el frente –pues el estadounidense estaba unos metros más atrás, ya que ella lo estaba jalando- poniendo sus dos brazos frente a ella para amortiguar el golpe de la caída, y si podía y Dios la bendecía, poder apoyarse lo suficientemente rápido con sus manos y continuar corriendo; aunque eso último parecía imposible. Los infectados estaban tan cerca de ella que, si caía, probablemente antes de levantarse ya tendría encima a todos los muertos devorándola. Y no quería eso. Claro que no. La joven se moría del miedo. ¿Pero qué podía hacer? Ya estaba cayendo, después de todo. No parecía haber nada que pudiese evitar una muerte segura con los infectados detrás de ella.

Pero un brazo alrededor de su cintura fue su salvación.

El estadounidense tan solo necesitó ver a la chica frente suyo en problemas para reaccionar. ¿Qué había estado haciendo todo ese tiempo? ¿De verdad había sido capaz de paralizase del miedo? Y ella se había arriesgado a volver a por él y rescatarlo. No podía permitir que el ángel que, hace tan solo unos milisegundos tomaba su mano, cayese al suelo y la matasen los infectados que los perseguían. Una vez dejó de sentir el calor en su palma, pudo ver como la chica comenzaba a retrasarse y a inclinarse hacia delante. Y en menos de un segundo, cuando el norteamericano tuvo a la chica junto a él, la tomó de la cintura y la levantó, comenzando él a correr por su cuenta. Llevó a la muchacha tal y como se lleva un balón de fútbol en la cadera por unos segundos hasta que ella reaccionase y colocara nuevamente los pies en el suelo, volviendo a retomar la carrera.

Ya no se tomaban de las manos, pues ahora ambos estaban corriendo lado a lado. Luego habría momento para agradecer, ahora solo tenían que salir de ahí. La chica logró tomar de su muñeca la linterna y apuntar hacia adelante, no podía permitirse otro resbalón que, esta vez, sí le cobraría la vida.

Alfred y [Nombre] continuaron corriendo iluminados gracias a la luz que llevaba ella en una de sus manos para cuando vieron a Francis detenido a la mitad de un pasillo. Esperándolos. ¿Qué hacía en medio del corredor completamente solo?, ¿esperando a que todos los infectados viniesen a por él? El hombre de barba ni siquiera llevaba su machete en la mano, lo tenía enfundado en el cinturón, ¿entonces? La [nacionalidad] buscó rápidamente con la mirada a Arthur, y al ver como el francés los esperaba con ambas manos entrelazadas entendiendo una escalera, ella alzó la vista. Encima de unas tuberías en el techo se encontraba de cuclillas el inglés, esperando con los brazos estirados lo que sea que parecía estar esperando del hombre de barba.

Infectados - Hetalia x lectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora