Capítulo 11 - Decisiones y culpas

858 124 69
                                    

—Su fiebre está en cuarenta y uno punto nueve— Comentó alterado el italiano. Miró con miedo a su compañera —Y no sé qué hacer— Admitió.

Tras pronunciar aquello, la muchacha fijó su vista en el canadiense. Sus mejillas estaban rojas, y tenía los ojos fuertemente cerrados. Respiraba agitado y con una dificultad increíblemente grande. Se retorcía de rato en rato bajo todas las sábanas que tenía encima.
Se veía cada vez peor, y la fiebre, en definitiva, había subido hasta un punto en donde, ya no solo era peligrosa, sino que si no se detenía, podía llegar a ser mortal.

Ni bien la [nacionalidad] sintió a sus espaldas a los otros tres rubios, ella se acercó rápidamente hacia el enfermo, tocándole la frente sabiendo qué era lo que iba a sentir.
Pero la apartó aún más sorprendida.

¿Cómo había podido ser [Nombre] tan estúpida? Comenzó a reprimirse mentalmente de lo mucho que había dañado sin querer al canadiense. Lo había tapado con muchísimas sábanas para que así él sudara y pudiese recuperarse más rápido; pero la chica no tomó en cuenta que ella saldría por todo el día, y dejaría a Matthew enfriándose bajo su propio frío sudor.

La joven miró la palma de su mano, mojada por lo que había sido el tacto con al frente del enfermo. Se apresuró en quitarle todas las sábanas para notar como la ropa que traía ya se había pegado a su cuerpo por la humedad y el sudor.

—Báñenlo— Habló la chica dirigiendo su mirada a los parientes del enfermo —Báñenlo con agua tibia y cámbienle de ropa— Ordenó seriamente.

Los dos angloparlantes se acercaron al canadiense, lo ayudaron levantarse y lo llevaron al baño. Desde la habitación se podía oír como el agua comenzaba a correr. Francis abrió ambos armarios, en busca de ropa.

—No creo que algo de esto le vaya a quedar— Murmuró el francés irritado

La [nacionalidad] recordó lo que había hecho ella, y volvió a hablar —Entonces lava y seca sus mismas ropas. Hay una lavadora en la cocina— Anunció la muchacha recibiendo una asentimiento por parte del de barba.

Una vez los familiares de Matthew comenzaron a actuar, la chica devolvió la mirada al italiano. Él solo agachó la vista. ¿De qué otra forma se iba a sentir Lovino si no era culpable? [Nombre] había contado con él para cuidar del enfermo, pero ni siquiera eso pudo hacer. Intentó darle de comer y de arroparlo como pudo, pero el de ojos violetas no hizo más que empeorar y vomitar todo lo que ingería. Y lo peor de todo era que este no se quejaba. ¿Por qué no se quejaba? Lovino quería que se quejase. El motociclista lo estaba haciendo todo mal, ¿por qué el canadiense no se quejaba?
El italiano apretó los puños temblando, sintiéndose realmente incapaz de hacer algo que no sabía hacer. Se sentía impotente. Se sentía inútil. [Nombre] era tan increíble, había logrado ayudar ya a tres personas, ¿y él no podía cuidar a un chico con fiebre?
Intentó calmarse, pero no pudo. Lovino se dio media vuelta y salió rápidamente de la casa, intentando tomar aire en la calle desolada.

La muchacha persiguió a su compañero preocupada, ¿qué le estaba ocurriendo? Salió de la construcción y se encontró al italiano tapándose la cara frustrado con una mano. —Lovi-—Intentó llamarlo, pero no pudo continuar al ser interrumpida por él.

—Soy un inútil, ¿verdad?— Habló con una voz impresionantemente tranquila. Lo había logrado, había controlado su frustración y enojo, ahora tan solo era impotencia.

La [nacionalidad] captó inmediatamente el mensaje, y entendió a la perfección lo que estaba sintiendo su compañero — ¿Un inútil?— Preguntó con burla, molesta por las palabras del chico, ¿cómo era capaz de llamarse a sí mismo un inútil? Luego de haberse podido desahogar con él la noche anterior, [Nombre] lo admiraba muchísimo, y no iba a dejar que él mismo se quitara valor.

Infectados - Hetalia x lectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora