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La tormenta demoró en pasar, esta vez estuvo días viendo desde la ventana de su habitación como el cielo se rompía, como la tierra se convertía en un lodo denso y como este ensuciaba los limpios zapatos de la gente del pueblo, lo cual le causaba cierta gracia, ya que aquellos zapatos era lo único limpio que tenían en su sucias vidas. Por lo que debía admitir que gracias a la lluvia y a sus consecuencias, no había perdido la cordura completamente tras enterarse del plan de su madre.

O mejor dicho, el plan de la mujer que vivía en su casa.

Tras las palabras de Yoongi comprendió que toda su vida era una mentira, que nunca hubo una pequeña gota de amor por parte de la persona que debía protegerlo de todo mal. Aún sin quererlo, había guardado algo de esperanza dentro de sí, quería confiar que aquella mujer realmente no lo odiaba, que iba a abrir los ojos y lo iba a amar como siempre debió hacerlo. Pero estaba equivocado.

Lamió sus labios mientras se levantaba de la cama incómodo, se dirigió a su pequeño armario y buscó unas cuantas ropas que pudieran ayudarle a mantenerse caliente con este clima. Distintos tonos grises y marrones dibujaban su poca variada paleta de colores de ropa, pero antes aquello no le importaba, ya que siempre traía consigo su caperuza roja.

La suave pero apresurada voz se Yoongi llegó hasta sus oídos nuevamente. «Debes marcharte». Se detuvo a observar la camisa que tenía en su mano y los pantalones que había lanzado al suelo. ¿Se estaba preparando para huir? Jimin negó repetidas veces a la nada, arrugó la camisa mientras la apretaba con fuerza y por un leve segundo, deseó escapar de esa vida.

Pero, ¿qué clase de Caperucita sería ahora sí ni siquiera huyó de los feroces dientes del lobo del bosque? Jimin no era un cobarde, había asesinado a un hombre para salvar la vida de su querido lobo, había visto morir a su abuela solo para poder amarlo, y ahora debía dejar todo atrás por el tonto capricho de una mujer que no pudo pelear por la vida de su hijo.

Jimin amaba mucho más a Yoongi que lo que esa mujer pudo haber hecho nunca. Si a él le hubieran puesto en su misma situación, si es que le hubieran hecho elegir a Yoongi u otro, él mil veces, millones de veces hubiera dicho el hermoso nombre de su lobo. Aún si lo hubieran amenazado o torturado, Yoongi hubiese salido de sus labios.

Pero esa mujer desechó a su lobo como si nada, crió a otro hijo como si fuera propio, olvidó a su niño, lo dejó en un bosque lúgubre bajo el cuidado de una anciana.

Entonces, ¿por qué era él el que se veía obligado a abandonar a su lobo?

Pero Jimin sabía que tampoco podía permanecer más tiempo en esa casa.

Tomó las ropas que estaban esparcidas en el suelo y alcanzó un bolso de su armario, con un largo resoplido las guardó en él. Planeando, a la vez, un buen final.

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Red » YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora