Me pasé la mano por el pelo mientras soltaba un suspiro. ¿Cómo iba a quedarme a solas con él, si no podía dejar de pensar en lo mismo una y otra vez?
Me pareció oir un suspiro por su parte, y giré levemente la cabeza mientras abria el armario donde estaba el único botiquín de toda la casa.
Me sonrojé al ver que me estaba mirando, de una forma extraña. No estaba cómodo, se le notaba. Sabía tan bien como yo que había tensión en el ambiente. Al advertir mi mirada, sonrió, aunque no transmitía calidez. Forcé una media sonrisa.
-- Sé que te curarías sin necesidad de que te ayude, pero voy a quitarte la sangre seca de la cara. -- le informé, no queriendo que el silencio siguiera presente. Al menos no de esta manera.
Asintió, alzando la cabeza a medida que me acercaba a él. No tardé en darme cuenta de que esta posición me era muy incómoda si quería limpiarle la cara.
-- ¿Puedes... em, levantarte? Es porque estaría bastante más cómoda, pero si aún te duelen las piernas puedo... -- intenté explicarme, pero me cortó.
-- Tranquila, Kat. -- sonrió. -- Claro que puedo levantarme. -- y como había dicho, apoyó sus manos en sus rodillas y se levantó.
Vale, ahora también estaba el problema con su altura. Bajé la cabeza sin poder evitar reir levemente, y sonrojarme, por su puesto.
-- Sé que soy una jirafa, pero tampoco es para que tires la toalla de esa forma. -- rio cuando yo di media vuelta para abrir el botiquín y poder coger un trozo de algodón.
-- No estoy haciendo eso. -- repliqué sonriendo y alzando mi cabeza en su dirección.
Apreté la botellita de alcohol, y dejé que unas cuentas gotas se incrustaran en el algodón, para después dar media vuelta y acercarme a él.
Me miró a los ojos en todo momento, poniendome más nerviosa todavía. Intenté pasar el algodón por la zona donde los cortes eran más visibles, para que cicatrizaran bien, pero él movió la cabeza bruscamente. Aparté mi mano, y él me miró con solo un ojo abierto. Me mostró una sonrisa de disculpas, aunque sentía que era yo la que tenía que hacerlo.
-- No te muevas, te estás quejando más ahora que antes en la calle. -- bromeé apollando una de mis manos en su mejilla derecha para tenerlo más sujeto.
-- Tú tienes el poder de hacerme más daño que tu hermano, aunque no estuviera solo. -- respondió suavemente, taladrándome con el azul de sus ojos fijos en los mios marrones.
Quedé muda ante semejantes palabras. Tragué saliva sin apartar la mirada de la suya. No sabía qué hacer.
Levantó su mano mientras se acercaba lentamente. Me aparté casi instantáneamente, sin pensar en lo que estaba sucediendo, solo acordándome de lo que pasó ayer.
Me dolió ver su expresión... de dolor. Como cerró sus ojos, como si él se hubiera rendido de intentar convencerme de que no hizo nada el otro día. Me dolió porque quería perdonarle, pero no podía quitarme el asunto de la cabeza.
-- Kat... -- comenzó, pero el sonido de la puerta le hizo callar y volver su mirada hacia ella.
Me quedé unos instantes más mirando su expresión, queriendo ver más alla de sus ojos, de su expresión, pero no fui capaz. Me volví para ver quien era, sin saber si estaba agradecida porque hubiera hecho que dejara de hablar, o frustrada porque tendría que esperar durante unos momentos muy incódomos para poder oirlo.
-- Mamá. -- murmuré un poco sorprendida al ver que estaba en el marco de la puerta.
Sacudí mi cabeza. Era normal que quisiera entrar, era su casa, y precisamente era su baño, junto con el de mi hermano, aunque yo podía entrar, no era lo normal.
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No confies en los fantasmas || Luke Hemmings
Hayran KurguSolo una chica normal, en una casa no tan normal.