Capitulo 1

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-- ¿Ya has acabado de empaquetarlo todo? -- gritó mi hermano entrando por la puerta.

Di un pequeño saltito al haber estado empanada pensando en mis cosas, pero rápidamente reaccioné.

-- Casi. -- gruñí poniéndome recta de nuevo. -- ¡Me quedan unas chaquetas! -- le grité de vuelta aunque estuviera a mi lado.

Los dos reímos, y yo me quedé mirando su feliz rostro hasta que se difuminó cualquier prueba de que hubiera estado sonriendo antes. Recordar que finalmente daría el paso de irme me golpeaba la mente cuando menos lo esperaba. No me dejaba, o mejor dicho, no me permitía pasar un buen rato con mi familia, como si eso fuera a hacer que los echara menos de menos.

¿Cómo sería despertarme y bajar a desayunar sin verme a mi madre leyendo alguno de sus libros? ¿O estar tranquilamente viendo la televisión y tener que gritarle a mi hermano por ser muy indiscreto con la música que le gustaba?

Parecía mentira la rutina que eso significaba para mí, sobre todo ahora que tendría que acostumbrarme a otra.

 -- No me digas que te vas a llevar las chaquetas de papá. -- alzó una ceja, hablando como si no se lo pudiera creer, mientras se dejaba caer en la butaca de mi habitación.

Me quedé mirándola, a la vez que sentía una punzada de dolor. Ahí era donde yo me sentaba en mis años de instituto a ver capítulos de mis series favoritas, como Pretty Little Liars, o Once Upon a Time. Y yo que iba a dejarla aquí... a saber por cuánto tiempo.

Vaya...

-- ¿Ho...la? -- sacudió su mano justo en el punto en que estaba mirando la butaca, aunque viendo mis pensamientos.

Reaccioné en seguida.

-- Perdona, eh... -- miré hacia otro lado, llevándome las manos a la cintura intentando recuperar al hilo de la conversación, pero es que no recordaba... -- ¡Pues claro que me las llevo! Y os ahorro la posibilidad de que se queme toda la casa, de paso.

Se quedó con la boca abierta, tan abierta que parecía que se le había desencajado la mandíbula y le impedía tenerla de alguna manera que no fuera colgando.

No tardó en cerrarla, preparado para embestir con un ataque a la defensiva.

-- No puedo creer que no confíes en mí. -- se llevó una mano al pecho, haciendo una mueca de incredulidad con los labios. -- Ha pasado casi un año desde ese...

-- ¿Accidente?

-- Iba a decir incidente, lista. -- sacó la lengua, como si fuera un niño de 8 años, cuando le faltaban unos meses para cumplir 25.

Reí sin quererlo mientras me cruzaba de brazos. Me concentré en ponerme seria, a pesar de que no tenía que demostrar tener razón en nada. Me las llevaría sí o sí.

-- Además, tú siempre tendrás a mamá, ¿pero yo? Necesito algún recuerdo, ¿o no?

Probé la táctica de tocar su corazoncito, aunque a veces parecía imposible hacerle llegar a ese punto. La única vez que lo había visto llorar de tristeza era en el funeral de nuestro padre...

-- Oh, ya veo por dónde vas...

Le miré fijamente, esperando otra respuesta.

Justo cuando abrió la boca, el timbré sonó, y yo me volví rápidamente hacia la dirección de la que provenía el sonido. Como por arte de magia, sentí la garganta seca.

Miré a Ashton de nuevo, y un montón de memorias me vinieron a la mente, como si hubiéramos estado en anuncios y la película acabara de comenzar.

Aquella vez que de broma le lancé unas gotas de agua porque el muy vago fingía que no se enteraba porque no quería llevarme de compras, y luego se vengó tirándome un vaso entero cuando me quedé dormida en su parte del sofá. Reí al recordar que en ese momento creí que nunca le perdonaría.

No confies en los fantasmas || Luke HemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora