Capítulo 18

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Me desperté abrazada a Max, con sus ojillos grises mirándome.
—Buenos días Chloe.
—Buenos días— bostecé —¿has dormido bien?—
—Tuve una pesadilla, pero pasó rápido.
Sonreí por dentro, en cierto modo aquello me gratificó.
—Voy a ducharme Max— dije levantándome y dirigiéndome al baño.
Cerré la puerta justo detrás de mí, y vi que no había pestillo, volví a abrir y miré a mi amigo.
—Verstappen— lo llamé —como se te ocurra abrir te falta país para correr—
Ambos reímos, y ahí sí, cerré la puerta y me dispuse a ducharme. Yo me sentía un poco como los perrillos, que nunca tienen ganas de ducharse, pero cuando entran al agua ya no quieren salir. Me relajaba estar allí, bajo el agua, que sí, que siempre me duchaba a temperaturas infernales, aquello parecía una sauna, pero para mí era una sensación increíble, por un rato no estaba obligada a pensar, y a decir verdad, era un alivio.
Salí a la habitación con una toalla en el pelo haciendo de turbante y otra que me cubría el cuerpo, esperaba encontrar solo a Max, pero no fue así, alguien lo acompañaba.
—Buenos días Chloe— dijo Seb.
Tengo claro que me puse roja como un tomate.
—Hola Seb— sonreí.
Me moví un poco como un ninja para buscar mi ropa. Y mientras tanto, Max se dirigió a la ducha.
—Joder, tú qué te duchas, ¿con lava?— dijo refiriéndose al calor.
Yo intentaba vestirme sin que se me viera nada, bajo la atenta mirada del alemán, quien se reía levemente.
—¿Qué pasa?— pregunté sonriendo.
—Que ya te he visto desnuda— dijo él.
—UN RESPETO VETTEL, QUE ESTOY AQUÍ— Gritó Verstappen desde la ducha.
Ambos nos echamos a reír.
—No te he oído entrar— le dije a Seb.
—He venido por la ventana— se echó a reír.
—¿Qué dices?— me reí con él.
—No sabes lo mal que me han mirado los Mercedes cuando he pasado por su balcón.
—¿A quién se le ocurre, Seb?— aquello me estaba dando mucha risa.
En aquel momento, y veloz como un rayo, Max salió del baño rojo como un cangrejo.
—¿Pero tú te has visto? Pareces un guiri en Benidorm en pleno agosto— todavía reí más.
—Oye, oye, a los guiris nos respetas— dijo el alemán, que ya había entendido la palabra.
—¿Guiri? ¡Si casi me escaldo por tu culpa! ¿Sabes el calor que hace ahí? ¡Efecto invernadero, que plantas tomates y crecen!— Verstappen estaba achicharrado, en aquel momento ni se planteaba secarse el pelo a secador, como de costumbre, tenía demasiado calor, y demasiado miedo de morir deshidratado.
Bajamos los tres juntos a desayunar, y allí, Max nos abandonó para sentarse con su Laia, quien no parecía estar muy contenta.
El plato de Seb cada vez crecía más, tenía de todo, a diferencia de mí, a quien a aquellas horas no le entraba apenas nada; cogí un trozo de tarta de zanahoria y un chocolate caliente, que venía bien en cualquier época del año.
Nos sentamos en una mesa, y Lando no tardó en aparecer para sentarse con nosotros, armado con una enorme jarra de leche, y unas galletas en la mano.
Todo estaba tranquilo, y tenía pinta de que iba a ser un día bien normal, hasta que el ruido de un plato estrellándose contra el suelo desconcertó a todo el comedor, no hubiera sido para tanto, si no hubiera estado seguido de numerosos insultos y gritos.
—¡A mí me dejas en paz eh gilipollas, que no te he hecho nada!— gritaba una voz.
—¿Qué coño te crees niñato?— le respondía la otra.
Yo estaba de espaldas, pero la cara de Lando, quien sí que lo estaba presenciando todo, era un poema.
Me giré justo a tiempo como para ver a Carlos Sainz parando el puñetazo que Lewis Hamilton estaba a punto de propinarle. ¿A esos dos qué coño les pasaba? La gente había hecho una especie de corrillo a su alrededor, pero ninguno estaba dispuesto a parar a aquellos dos descerebrados. Impulsivamente, me levanté de la silla y me adentré en el círculo, colocándome entre los dos para detenerlos, con tan mala suerte que lo único que detuve fue un puñetazo de Hamilton, que me dió de lleno en la nariz, en vez de alcanzar a Carlos, su objetivo.
En el momento en el que la sangre empezó a brotar de mi nariz, Carlos le propinó a Hamilton un golpe seco en el ojo, aunque no hubo tiempo de continuar con aquella WWE improvisada, los jefes de la FIA estaban allí, y no se les veía nada contentos. Por su parte, Seb y Lando permanecían sentados a la mesa, asustados, y sin saber qué hacer, porque con aquel corrillo de gente no veían nada.
Los nudillos manchados de sangre de Hamilton, y la cara de rabia de Carlos lo decían todo. Los directivos pidieron escuchar una versión coherente de qué había pasado, yo, un poco mareada por el golpe, les di la mía, a la que se sumaron los otros dos implicados y un par de ingenieros de Ferrari y Haas, a los que se veía en sus cabales. Los hombres de la FIA nos mandaron a un reconocimiento médico, y nos citaron en su despacho después del desayuno. Socorro ¿es que a caso solo sabía meterme en problemas? Cuando el corrillo se dispersó, y los chicos al fin pudieron ver lo que pasaba, se quedaron de piedra, en ningún momento creían que la sangre que se veía en el suelo fuera a ser mía. Laia se separó de Max, para acompañarme a la enfermería.
Allí me dijeron que solo había sido un mal golpe, que no tendría ningún tipo de problema, algo similar al diagnóstico de Hamilton, a quien solo le saldría un moratón en el ojo.
Todo parecía marchar de forma decente, desde luego, aquello podría haber sido mucho peor.
Aunque me lo cuestioné nada más entrar al despacho, por las caras que llevaba aquella gente. Desde luego, no esperaba oír las palabras que estaba a punto de oír.
—Hamilton, Sainz, gracias a vuestro infantil comportamiento, no correréis la próxima carrera, lo sentimos.

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