Un velocísimo avión nos había dejado en China. Durante el viaje, a Seb y a mí nos habían colmado de atenciones.
Cuando lo vi en el aeropuerto... Soy incapaz de expresar lo que sentí, una calma interna increíble. Nos quedamos mirando, y el resto del mundo desapareció; los traqueteos de las maletas dejaron de oírse, las voces de megafonía se apagaron. Solo estábamos nosotros, sus ojos azules abrazándose a los míos, marrón chocolate, y por encima de todo, nuestras sonrisas, sinceras, más tiernas que nunca.
Anduvimos poco a poco, el uno hacia el otro.
-Estás vivo- dije cuando lo vi.
-Estás viva- me respondió él.
-Me asustaste mucho, Seb.
-Lo siento, cariño, lo siento tanto...- era la primera vez que me llamaba así, y una enorme sonrisa tonta me inundó.
-No te disculpes, no fue culpa tuya.
El chico me estrechó entre sus brazos, me besó la frente, y sentí que se me pasaban todos los males.
-¿Qué te pasó, bonita?- me preguntó él, colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja.
-Tú me pasaste, bobo- le sonreí de lado.
-Oh dios, ¿fue por mí?- miró al suelo, con gesto triste.
Lo abracé -No fue culpa tuya- susurré en su oído, mientras acariciaba su pelo.
Efectivamente, aquel momento había durado escasos minutos, pero yo, yo con eso estaba contenta para todo el día.
Y allí, señores, mirándonos el uno al otro, perdimos la noción del tiempo, y como estúpidos enamorados, que no ven nada más allá, perdimos también el puto avión.
Por suerte, China era un destino recurrente desde Bahréin, y el siguiente avión no tardaba en salir. Nos iba a caer una buena bronca, y ya podíamos ir preparando una excusa decente...
El caos continuó cuando llegamos al hotel, por algún motivo, la FIA había hecho mal las reservas, y en lugar de tener habitaciones individuales, eran habitaciones para dos, lo jodido, con una sola cama. Que sí, que no era la primera vez que toda la parrilla dormía en la misma cama, pero hombre, una cosa es por gusto y gana, y otra era por obligación.
No hubo manera de arreglar aquella movida de las habitaciones, y por lo tanto, compañeros de equipo, compartiríamos cama.
-Oye Vettel, no te preocupes eh, que no te voy a tocar a la muchacha- le susurró Verstappen a Seb, quien le miró con una sonrisa de lado.
A Max se le pasaron las ganas de hacer bromitas cuando vio, que a su querida Laia, también le tocaba compartir habitación, y nada más y nada menos que con el galán del lugar, Christian Horner.
Aquello de las habitaciones iba a dar mucho que hablar.
Subimos en un espacioso ascensor, hasta llegar a la 313. Cómo ya sabíamos, una enorme cama ocupaba la mayor parte de la habitación, y al menos, esta tenía el baño cerrado. Max pidió dormir en el lado derecho, y yo lo haría en el izquierdo, el que daba a la ventana. Dividimos el armario en dos, y tras colocar la ropa no tardamos en atacar el minibar, y salir a sentarnos a la mesita de la terraza. Armados con un par de cervezas, descubrimos que se podía pasar perfectamente de un balcón a otro sin correr riesgos; la situación mejoraba por momentos.
Pronto se hizo hora de cenar, y nos reunimos todos en el restaurante, comimos todo lo que pudimos, solo nos faltó rellenar algún tupper por si nos entraba hambre de madrugada. Y tras el postre, tomamos también unos chupitos, ya que estábamos había que aprovechar.
China era un país enorme, lleno de gente, siempre me había cuestionado lo difícil que tenía que ser manejar semajante movida, para que en cierto modo, todos estuvieran a gusto, pero siendo realistas, eso era completamente imposible...
Los chicos estaban más tranquilos que en Bahréin, tal vez fuera porque estaban empezando a acostumbrarse a los continuos viajes, yo por mi parte, era incapaz, seguía mirando todo a mi alrededor con extrema curiosidad, cada detalle se guardaba en mi interior, siete atestados bajo la tierra, no paraba de absorber y absorber información.
Subimos a las habitaciones, resultó que la de nuestra izquierda pertenecía a McLaren y la de la derecha a Mercedes, esperaba que no dieran problemas.
Max y yo nos tiramos a la cama nada más llegar, y encendimos la televisión, a aquellas horas, tuvimos que decidir si ver un programa de videncia o los gemelos esos tan guapos que reforman casas. Por diversos factores nada obvios, elegimos el programa de reformas e interiorismo, y lo acompañamos con una bolsa de chucherías que saqué de mi mochila.
Teníamos la luz apagada, y después del viaje, estábamos realmente cansados. Aunque mi insomnio se dejó ver, Max se quedó dormido en menos de lo que se tarda en dar una vuelta al circuito. La verdad es que allí dormidito estaba bien mono, se le veía sereno, tranquilo.
Salí a la terraza dejando a mi compañero durmiendo, me apoyé en la barandilla. Había alguien fumando en el balcón de al lado, que al oírme aparecer, se giró y me ofreció un cigarro.
-Buenas noches- dijo él.
Yo acepté el tabaco de buena gana, y dejé que el chico me lo encendiera, aquellos balcones estaban tan cerca que podías interactuar de sobra con la otra persona, casi como si estuviera en tu terraza.
-Buenas noches- dije yo, después de soltar el humo de la primera calada.
-Es tarde- dijo él.
-Tengo insomnio, ¿Cuál es tu excusa?
-Bottas ronca como una moto- sonrió de medio lado.
No pude evitar soltar una pequeña risa.
-No he tenido el placer de presentarme- dijo él -Soy Lewis Hamilton- me estrechó la mano.
-Chloe Novoa- contesté yo.
El ambiente estaba tenso, pero a decir verdad, podría haber sido peor. No tardó en tirar la colilla del cigarro por el balcón y volver al interior de la habitación sin decir palabra.
Recuerdo pensar que era un tipo extraño.
Yo no tardé en entrar a la habitación, alertada por el inquieto sueño de Max, parecía estar teniendo una pesadilla. Me metí a la cama, y el chico, removiéndose, se acerco a mí, estaba completamente dormido, pero hacía gestos extraños, el chico estaba pasando miedo.
Me acurruqué a su lado y lo abracé con cuidado, Max se calmó enseguida.
-Descansa mucho, amigo- dije besándole la frente, y poco después quedándome dormida.