Narra Chloe:
—¿De qué coño vas?— grité —Que me dejes en paz, joder—
—No te pongas así, me estoy intentando explicar— dijo Lewis moderando el tono.
—Ni explicar ni mierdas, Hamilton, eres imbécil.
—¡Que me dejes hablar!
Cerré mi boca.
—Se me ha ido el coche— dijo.
—Ya, mis huevos, y yo corro para Haas.
—Chica Chloe, ya te he dicho que lo siento.
—Iba PRIMERA.
—Y yo segundo.
—Y me has jodido la carrera.
—No, realmente nos la he jodido a los dos.
—Dios Hamilton, es que no te aguanto.
—Pues hasta que nos llamen de la FIA no te queda otra.
Y era cierto, estábamos los dos metidos en una salita diminuta, en la que apenas cabía un sofá, esperando a que los jefazos nos dieran un veredicto sobre el accidente.
¿Acaso no estaba claro?
El gilipollas este me había jodido la carrera UNA VUELTA antes de acabar, porque le jodía demasiado acabar segundo, porque no soportaba que le ganara un Red Bull, y mucho menos, una chica...
La puerta que daba al despacho no se abría, y yo me estaba poniendo de los nervios.
—Venga Chloe, no es para tanto.
No le contesté, porque sabía que de hacerlo, iba a soltarle un puño en cualquier momento.
—Chloe...
—¿Qué coño quieres ahora?
—Perdóname.
—No lo dices de verdad.
—Pues la verdad es que no.
—Eres un egocéntrico.
—¿Y qué? No he hecho nada malo, culpa del coche, culpa del equipo— canturreó.
—Uf Hamilton, ¿cómo te aguantan en tu casa?
—No voy a casa.
—Pues menos mal, porque pobres padres.
Él se rió.
—¿De qué te ríes?
—De ti.
PUM, pisotón directamente en su pie derecho, con todas las fuerzas que pude.
—Me cago en... — empezó a decir, pero no pudo terminar.
—¿En qué Lewis?— el pez gordo de la F1 acababa de aparecer por la puerta del despacho.
—En nada señor.
—Eso me parecía a mí— sentenció el hombre —No va a haber sanción, podéis volver al hotel—
—¿Cómo?— estaba flipando.
—Ya lo ha oído señorita Novoa— el hombre era muy frío.
—Sí, señor, lo siento— pedí disculpas, aunque realmente no sabía por qué, y con la cabeza gacha, y un montón de cosas por decir, me di la vuelta y salí del edificio de dirección.
En el fondo me esperaba aquel veredicto, Hamilton era el niño mimado de la parrilla, estaba claro...
Iba yo caminando por el Paddock, cuando alguien me sujetó por la cintura desde atrás.
—Seb— sonreí al girarme para verlo.
Él me besó con ganas.
—Enhorabuena, campeón— le dije cuando nos separamos.
—Mil gracias princesa— dijo volviendo a besarme, y colocándome su gorra de Pirelli, la que lo señalaba como ganador de la carrera —deberías haber ganado tú—
—Pero no he ganado.
—Para mí sí.
Y esta vez fui yo la que se lanzó a sus labios, casi con desesperación.
Él se pegó a mí todo lo que pudo, y sus manos empezaron a bajar, más allá de mi cintura.
Noté como Seb sonreía bajo mis labios, y hundí mis dedos en su pelo.
La situación se nos empezaba a ir de las manos, y pese a que no quedaba nadie en el Paddock, me separé del chico como pude.
—Nos van a pillar, Vettel.
—¿Y eso no te pone?— sonrió, mordiéndose el labio.
—Si es mi jefe no— me reí, dándole la mano para que me siguiera a algún sitio más tranquilo.
Llegamos al motorhome de Red Bull, el cual estaba abierto pese a no haber nadie allí, qué gente tan confiada, oye.
No perdimos tiempo al subir a mi habitación, digamos que... El chico merecía su premio después de la buena carrera que había hecho, y qué coño, yo también me lo merecía, que si no hubiera sido por ese imbécil de Hamilton hubiera ganado.
Soltamos toda la energía que teníamos contenida, nos vaciamos de todas las emociones que rondaban nuestro cuerpo, nos olvidamos de todo por un rato, y sinceramente, nos vino bien a los dos.
Seb recibió una llamada de Binotto, y tras darle un sonoro beso en la mejilla, el chico se fue con prisa, maldiciendo a su jefe entre susurros.
Terminé algo de papeleo que me había pedido Guillaume, y salí al Paddock de nuevo para dirigirme a mi hotel.
Lo que no esperaba era encontrarme a nadie allí, después de la carrera.
Un chico algo bajito, con los ojos color chocolate, y una gorra del Dakar estaba parado junto a mi motorhome.
Si no fuera porque sonreía amistosamente, me hubiera dado cierto miedo.
—Hola— sonrió poniéndose a mi altura.
—Ehm... Hola— dudé.
—He visto salir a Vettel, ¿vuelve a Red Bull?
Qué directo era el condenado... Aunque en cierto modo no pude evitar reír ante su ocurrencia.
—Vettel está bien en Ferrari.
—Ya me imaginaba... — dijo sonriendo de lado, y con un brillo diferente en sus ojos.
—¿Perdón?— pregunté confusa.
Esta vez fue él el que no pudo evitar reír.
—Se te ve en la cara.
—¿De qué me estás hablando?
—De que te lo has tirado.
Tosí escandalosamente sin poder evitarlo —¿De qué coño vas?—
—No te alteres— dijo sonriendo con arrogancia.
—¿Que no me altere? Eres peor que Hamilton.
Su risa fue sumamente asquerosa, demasiado altanera para lo que yo estaba acostumbrada.
Lo miraba alzando una ceja, a ver si aquel chulo me daba algún tipo de explicación, pero ésta, no llegó.
—¿Ya te has cansado?— me preguntó.
—¿De qué?
—De mí.
—Si ni siquiera te conozco.
— No te creo, todos me conocen aquí.
—A lo mejor no eres tan grandioso como tú te crees.
Él me miró con desprecio —Mira, novata, creo que no sabes cómo funcionan las cosas aquí, y no tienes claro quién manda—
—¿Pero tú quién coño te crees?
—Ahora mismo mejor que sigas sin saber quien soy, pero me gustaría pedirte un favor.
La que me faltaba...
—Dile a tu novio, tu follamigo, o lo que quiera que sea Vettel para ti, que él en su día me robó lo que más quería, y ahora yo voy a devolverle la jugada.
No supe qué decir, porque ni siquiera sabía de qué hablaba.
El chico hizo ademán de irse, pero cuando ya se había dado la vuelta dándome la espalda, volvió a girarse para mirarme de arriba a abajo, sin ningún decoro.
—Nos vemos en Austria, guapa.