Narra Chloe:
Ni me había dado cuenta de lo rápido que había pasado el fin de semana; solo era consciente de que había cumplido mi promesa a Christian, con unos merecidos 25 puntos para el equipo.
Si se me había pasado el GP volando había sido porque estaba nerviosa perdida por culpa de Seb.
El sábado, me invitó a cenar fuera, supongo que para que el palo no fuera tan grande, y me sugirió pasar unos días en su casa.
Repito.
En su casa.
En Alemania.
Con su familia.
Y yo había tenido el valor de llamarlo exagerado, cuando no paraba quieto porque iba a cenar con mi madre...
Era domingo, ya de noche, Seb estaba conmigo en mi habitación, sentado en la cama con las piernas cruzadas y una sonrisilla dibujada en su rostro.
-¡No me mires así!- me reí, mientras iba de lado a lado de la habitación sin descanso, con la maleta abierta en el centro del cuarto.
-¿Así cómo?- se rió.
-¡Así!- lo señalé, haciendo un puchero, mientras intentaba contener la risa.
-Cariño, deja ya de buscar, vas a estar preciosa con lo que te pongas- dijo con suavidad, levantándose y abrazándose a mi cintura con cuidado.
-Quiero estar perfecta, Seb...
-Vamos a ver, cielo, les vas a encantar, vayas con vestido de gala o en pijama.
-¡Ay! ¿Debería meter un vestido de gala?
-Chloe...- sonrió, dejándose caer sobre la cama, tapándose la cara con las manos.
-Estoy muy nerviosa- dije, sentándome en la esquina de la cama.
-No te preocupes más, mi vida- susurró, apoyando sus manos en mis hombros, haciendo que cayera hacia atrás.
-Quiero gustarles, cielo, mi madre te adora- insistí, con la cabeza apoyada en su pecho.
Él acarició mi cabeza con cariño -Te quiero más que a nada, preciosa-
-Sé que tu familia es muy importante para ti, y quiero llevarme bien con ellos...
-Por estas cosas me gustas tanto...- sonrió.
Allí abrazados nos quedamos dormidos, hasta que la alarma del móvil nos despertó por la mañana; debíamos coger nuestro vuelo a Alemania.
Nos duchamos y apenas tardamos en vestirnos, ambos estábamos muy nerviosos aunque Seb no lo quisiera admitir; no paraba de reír, de dar vueltas de un lado para otro y de hablar en una mezcla de inglés, alemán e italiano; no sabía ni por dónde le venía el aire.
-Entspannen (relájate)- le dije.
-Ich kann nicht, Chloe, ich brauche alles, um perfekt zu sein, und vor allem, damit du so einfach wie möglich bist.
Es evidente que como vosotros, yo no entendí ni lo más mínimo de la retahíla que había soltado el chico en alemán.
-Perdón- susurró él sonrojado al darse cuenta -Ya no sé ni en qué idioma hablo-
-No te preocupes, cielo- le sonreí.
-Quiero que salga todo perfecto, y que para ti sea lo más fácil posible.
-Saldrá bien, ya verás- intentaba inspirarle la seguridad que a mí me faltaba...
Vi a mi chico demasiado nervioso para conducir, y me pareció una excusa perfecta para que al fin me dejara conducir su Infiniti, que por cierto tenía su nombre.
-Oye Seb.
-¿Hmmm?
-Te veo demasiado tenso para conducir- sonreí.
-No te voy a dejar el Infiniti- se rió.
-¿Y si con lo nervioso que estás nos estrellamos?- dije haciendo un puchero, y exagerando mucho la situación.
-Eso tiene solución fácil.
-¿El accidente?
-La tensión.
-¿Cuál?
El chico se mordió el labio inferior, riendo con cuidado -Desténsame tú-
-¡Seb!- golpeé su brazo riendo.
Él me sujetó por la cintura mientras caminábamos por el parking y me pegó a su costado -Te quiero, pequeña-
Y yo también lo quería un montón, pero había trazado un plan infalible.
Me coloqué de frente a él, con las manos en el borde de su pantalón, y el sonrió de lado, acercándose a mí peligrosamente.
Deslicé mi mano en su bolsillo delantero y me hice con las llaves del coche, acto seguido eché a correr como una condenada.
-¡He ganado!- le grité, sacándole la lengua.
-¡Mira que eres mala, Chloe!
Llegué al Infiniti, lo abrí, y me senté en el asiento del conductor, era una pasada.
Introduje la llave en su ranura, y al girarla, noté como se me aceleraba el corazón.
Vaya locura lo que podían provocarme aquellas bestias con motor.
Eché marcha atrás para salir de la plaza de aparcamiento, y recogí a un resignado Seb, que se sentó en el asiento del copiloto haciendo un puchero.
-Ten cuidado- dijo él tras atarse el cinturón.
-Qué poco confías en mí- me reí.
-¿Con un volante entre manos? Nada- rió él -Ten cuidado, anda-
-Tin cuididi- le hice la burla.
Él me miró sonriendo de lado, y apoyó su mano en mi muslo, mientras yo salía del parking del hotel.
-Me tienes loco, Chloe.
No pude contener la sonrisa de imbécil que me salió, me hacía la chica más feliz del mundo.
La carretera al aeropuerto no era mala, por lo que pude recrearme un poco, probando temas técnicos del coche; era una jodida maravilla.
-Qué bien te lo pasas- reía Seb.
No tardamos en llegar al aeropuerto, y en subirnos a aquel pajarraco de metal que iba a llevarnos al país germano.
En territorio alemán preferí dejar que condujera Seb; allí él se encontraba cómodo, y yo... Bueno, yo cada vez estaba más nerviosa.
Me encantaba verlo conducir, se le veía tranquilo, sereno, y concentrado a la vez.
-Me gustas mucho, Vettel- dije, no pudiendo contenerme.
El chico sonrió ampliamente, y me miró de reojo.
-Todo va a salir bien, preciosa.
Seb pulsó uno de los botones de la radio y dejó sonar la que era nuestra canción; los acordes de "Señorita" retumbaron tímidamente en el silencio del coche, y yo respiré hondo intentando controlar mis nervios.
Todo allí era muy verde; la carretera atravesaba inmensos prados y bosques que me estaban dejando completamente fascinada.
Bajé la ventanilla de mi lado del coche y respiré profundamente el aroma húmedo del ambiente, parecía que había estado lloviendo.
Al llegar a Heppenheim, tuve que esforzarme para contener un sonido de asombro, pero parece que no me funcionó, porque Seb rió levemente.
-¿Te gusta?- preguntó.
-Es... Es...- no me salían las palabras -Es precioso, cariño, parece un pueblo de cuento-
Él sonrió satisfecho -Bienvenida entonces, bambina-
Pasamos al lado de una iglesia monumental, totalmente distinta a las que había visto antes en España, en aquel momento, un pensamiento repentino inundó mi mente, y me vi saliendo de aquel increíble edificio, vestida de blanco, del brazo del amor de mi vida.
Está claro que sonreí como una estúpida.
-¿Qué pasa?- se interesó Seb, al ver mi inmensa cara de felicidad.
-Nada... - sonreí de lado.
El chico quería preguntar, pero se ve que ya estábamos cerca de su casa (o más bien, la de sus padres) y no insistió.
La casa estaba cerca de una acogedora plaza, con una fuente en el centro. La verdad es que en cierto modo envidiaba a mi chico, que había podido vivir en una casita de cuento; tenía tres plantas, y por fuera, podían verse decenas de ventanas, y flores por todas partes, el tejado era oscuro, contrastando así con las paredes, totalmente blancas, aunque con resaltos en madera también oscura.
Bajamos del coche y sacamos las maletas, hacían tanto ruido rodando sobre los adoquines, y yo estaba tan nerviosa, que decidí llevar la mía a pulso.
-¿Estás preparada?- preguntó Seb, dándome la mano libre.
Asentí con cuidado, y tras darme un beso en la mejilla, el chicó llamó a la puerta.
Fueron los segundos más largos de mi vida.
Hasta que la puerta se abrió.
Y vi una cara conocida.
-¿Fab?- pregunté sorprendida.
-¿Chloe?