Las cosas iban poniéndose en su sitio, sin duda aquella carta me había hecho recordar. Todavía estaba asimilando todo aquello, porque no, no era un sueño. Todo estaba difuso todavía, pero los puntos principales se iban asentando.
"Red bull", "fórmula 1", "Australia" eran palabras que rebotaban en mi cabeza, un poco como en el salvapantallas de un ordenador.
LLevaba diez minutos allí de pie, plantada en medio de la habitación. Desde luego se notaba que el viaje no corría a mi cuenta, jamás hubiera podido alojarme en uno de los mejores hoteles de Australia; sobre las blancas sábanas de la cama, había una manta, de tono oscuro que contrastaba con el resto de la habitación, de un tono crema, las lamparitas del escritorio y la mesilla seguían encendidas, supongo que desde la noche anterior, y una moderna ducha me invitaba a espabilarme bajo el agua; aquello era increíble.
Cuando salí de la ducha, me puse el albornoz y me sequé el pelo, que caía justo sobre los hombros, con su tono negro habitual. Me maquillé ántes de vestirme, tenía que arreglar de alguna manera la cara de zombie con la que me había levantado.
Una vez hube acabado, me senté en la cama y volví a tomar la carta de la escudería para comprobar la hora del desayuno.
"Se cita a los pilotos en el salón del desayuno a las 7.30 de la mañana."
Miré instintivamente mi muñeca, pero no llevaba el reloj, la habitación tampoco contaba con ninguno, por lo que no me quedaba otra opción que buscar mi móvil. Di un repaso rápido a las sábanas, pero no parecía estar ahí, tras dar un par de pasos por alrededor de la cama, maldije no llevar puestas las deportivas, me había golpeado los dedos del pie con algo, de hecho, ese algo era mi móvil.
Me agaché y lo desbloqueé, las 7.40.
—Mierda.
Cogí una chaqueta rápidamente, metí el móvil en el bolsillo y salí de la habitación cogiendo la tarjeta, para poder entrar más tarde.
Corriendo por el pasillo llegué al ascensor, el cual ya ocupaba un chico, que cubierto con una gorra, iba a la misma planta que yo. No pude verle bien la cara, lo que me generaba cierta ansiedad. Bajé las cinco plantas mirando al suelo del ascensor, y salí huyendo de aquel cubículo en cuanto pude. No tardé en llegar al comedor, donde una chica me esperaba impaciente; llevaba un pantalón ajustado y una americana de tono azul marino, sobre una camiseta blanca, que le daba el toque informal a su outfit, todo ello lo aderezaban unos tacones de un naranja brillantísimo.
—¿Chloe Novoa?— Preguntó la mujer, recogiendo su melena rubia en un moño rápido.
—Eh...— Dudé un momento, lo que me hizo sentir estúpida —Sí, sí, soy yo—
Ella miró el reloj desesperada y suspiró —Menos mal, pensaba que iba a tener que subir a llamarte, bueno, a llamaros a los dos, ¿Max Verstappen? — Dijo la chica girándose a mi izquierda, refiriéndose al chico que acababa de colocarse a mi lado.
Miré de reojo, y ahí estaba, el chico del ascensor.
—¿No os han dado todavía las identificaciones? Es que de verdad, si no lo hago yo, no lo hace nadie...
La chica sacó dos tarjetas de su mochila de ejecutivo; tenían un cordón para colgarlas al cuello, y estaban perfectamente plastificadas, el chico y yo nos las pusimos al momento.
—Mi nombre es Laia, y soy la Manager de Red Bull— Nos tendió una mano a cada uno. —Vuestra Manager— Se completó, remarcando la primera palabra.
El chico y yo nos miramos.
—Anda, id a vuestra mesa, y daos prisa.
Supusimos que sería una mesita para dos, colocada en una esquina del comedor, justo desde donde podía verse toda la ciudad a través de un gran ventanal.