2 - Sin amor

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***

Vicenta estaba en la habitación, observando a Cristina mientras se arregalaba y vio algo diferente en su actitud. Había sido su niñera, la había cuidado desde que era un bebé, desde antes de que su madre muriera y la conocía muy bien. Traía una extraña confianza en su rostro, un brillo diferente.

— Creo que tu paseo de esta tarde fue muy bueno. Puedo ver algo en tus ojos... algo que no va con la angustia con la que saliste de esta casa por la mañana. — Comentó Vicenta.

— Nana, por la mañana estaba muy angustiada. Discutí con mi padre. Quiere que me case con Federico.

— Hija, necesitas mantener la calma. Sabes que esto es lo que tu padre quiere, lo tuyo con el maestro... Tendrás que olvidarlo, Cristina. Al final, será solo un sueño. — Dijo la servienta conforme.

— ¡Jamás, nana, jamás! Nunca renunciaré a Héctor. ¡Él no es un sueño, es mi realidad! ¡No me casaré con Federico, no lo haré! — Cristina estaba decidida.

— ¿Cómo quieres que tome en serio lo que dices, mi niña? ¿Qué podrás hacer en contra de tu padre? — Le preguntó, afligida con su corazón atrapado por la despiadada realidad — Puedes quejarte, llorar, desgarrarte... Pero al final tendrás que hacer la voluntad de Don Severiano, Cristina. — Vicenta sabía de la impotencia de Cristina hacia su padre.

— ¡Pues creeme nana! No lo aceptaré tan fácilmente que mi padre elija mi destino. ¡Yo hago mi historia! — Cristina dijo con un brillo intenso en sus ojos verdes.

***

Federico casi dejó caer la baba cuando vio Cristina bajar las escaleras. Cristina era la mujer más bella de la ciudad, la más bella que había visto en su vida. Trajaba un sencillo vestido blanco con algunos detalles y los cabellos arreglados de manera joven que le caía sobre el hombro. La simplicidad le dio un aire angelical aún más hermoso. Lo que no daría por tener para sí a esta mujer. ¡Quería a Cristina a cualquier precio!

El hecho de que ella siempre se negara y se alejara de él le despertó aún más su deseo de conquistarla para que pudiera tenerla. Ella no era como las demás. No era como todas. Todas las mujeres que quería, terminaban inexorablemente en su cama. De Cristina tuvo que contentarse con una sola sonrisa que se le había regalado en todos esos meses que la había visitado con la intención de hacerse su novio. Además, ella era la heredera de la Plantanal hecho que la convirtía en la mujer perfecta, la esposa perfecta que tanto deseaba.

— ¿No se ve hermosa, mi princesa? — Le preguntó Severiano sosteniendo su mano y conduciendola al sofá en el que estaba sentada frente a Federico.

— Hermosa como siempre, Don Severiano. — estuvo de acuerdo Federico.

— Gracias! — Cristina dijo tímidamente sin levantar la vista.

Federico y Severiano siguieron hablando sobre las haciendas emocionados mientras ella se sentía completamente fuera de lugar. Federico la molestaba con su simple presencia. No podía evitar compararlo a Héctor. Héctor era idealista, luchador, trabajador, romántico y detallista con ella. Le hacía sentir como la persona más importante del mundo para él. Federico no podía verla más allá de su apariencia.

Él siempre halagaba a su belleza, pero ignorava por completo a la persona que era. No le importaba lo que ella decía, no estaba interesado que ella estuviera incluída en los temas de los que estuviera hablando, en complacerla en lo más mínimo. Junto a él, ella era nada más un mueble para decorar el hogar, algo que nunca le había pasado con Héctor, que la llenaba de cuidados y atención. Su corazón se llenó de temor ante la idea de verse obligada a vivir una vida tan frívola y superficial con él, especialmente después de haber conocido el amor y la verdadera entrega con Héctor. No podría.

— Pensé que vendrían Carlota y Luciano. — Ya no aguantó lo sofocada que se sentía en esa sala y interrumpió su conversación.

— ¡Vienen mañana! — Sentenció Severiano — Tienen un problema de infiltración en su residencia y estarán algún tiempo con nosotros.

— Qué sorpresa, Carlota no me dijo nada. — Cristina se extrañó.

— Y en ese momento debes de ayudarme, Cristina. — Dijo Severiano — Convéncelos a que vivan aquí de una buena vez. ¡Cómo tú y Federico también deben de vivir aquí cuando te cases!

Con esa frase de Severiano se observó el contraste en los rostros de Federico y Cristina. Mientras el ranchero vio su rostro se iluminar con las palabras, la joven se vio abrumada por la desesperación al ver que estaba atrapada.

— Viviremos donde Cristina decida. Aquí o en la Ojo de Agua. — Federico se puso de acuerdo galantemente.

— Creo que es temprano para hablar de eso.— Fue todo que la asustada Cristina pudo decir.

— ¡Al contrário! — Contestó Severiano — En unos cuantos meses cumples 18 años, es el momento ideal para realizar la ceremonia.

— Pero papá, yo... — Cristina comenzó a responder, pero Severiano la interrumpió.

— Incluso Federico, si estás de acuerdo, podemos aprovechar la estadía de Carlota en esta casa para organizar la fiesta de compromiso para los próximos días. Entonces toda la ciudad sabrá que estás comprometido con mi hija.

— Sería perfecto, don Severiano. — Dijo Federico, incapaz de contener su felicidad. —¡Quiero que el mundo sepa que Cristina es mi prometida!

Cristina ya no pudo contener las lágrimas y subió corriendo las escaleras hacia su habitación.

— No te preocupes, Federico. Habrá de ser cosas de mujeres, pronto la voy a llamar para la cena. — Severiano tranquilizó al futuro yerno.

— ¡Sí, eso debe de ser! — Federico aceptó muy feliz.

Se dio cuenta de que Cristina parecía un gatito asustado por la imposición de su padre a su compromiso con él, pero no le importó. Quería a esta mujer a toda costa, incluso si ella no se sintiera igual. Con el tiempo él le enseñaría a amarlo, eso era lo de menos. Lo más importante era el compromiso, el compromiso que firmaría con la joven en unos días con las bendiciones de su padre.

***

Con la instalación de Carlota y Luciano en la hacienda Plantanal, los planes de Severiano estaban a punto de realizarse. Carlota tenía una extraña obsesión con su padre y un ansia peligrosa de complacerlo y satisfacerle a todos sus deseos. Sin darse cuenta del miedo y de la desesperación de Cristina, comenzó a organizar la fiesta de compromiso de su hermana con Federico para quince días por delante. Cristina tuvo menos oportunidades de verse con Héctor con su casa llena. Estaba haciendo clases de piano y cocina en la ciudad, oportunidades que encontró después de salir de la escuela para ver a Héctor, pero era difícil que se fuera sin la compañía de Carlota ahora.

En la víspera de la fiesta de compromiso, Carlota estaba con ella en la habitación dándole instrucciones sobre cómo sería el evento. Sí, así hacía Carlota, instruía a su hermana como si no fuera la más interesada en este evento. Esa tarde, los ojos perdidos de desesperación de Cristina finalmente llamaron la atención de Carlota y se dio cuenta de que algo le estaba sucediendo a su hermana.

— Cristina, ¿qué está pasando? Ni siquiera te ves como una mujer que mañana será la novia de uno de los hombres más deseados de la ciudad, ¿qué te pasa?

— ¿Qué me pasa? ¿Quieres saber que es lo que me pasa Carlota? — Preguntó Cristina, casi llorando.

— Te lo estoy preguntando, ¿no? — Dijo ella, aparentemente paciente.

— ¡No quiero casarme con Federico! ¡Odio a Federico, y no puedo casarme con él, Carlota! Dijo casi en un ataque de nervios.

— Cristina, ¿estás loca? Este es un éxtasis adolescente. Tienes que hacer la voluntad de nuestro padre, Federico será tu esposo. — No existía para Carlota un destino diferente al propuesto por Severiano.

— ¡No lo haré, Carlota, no lo haré! —Cristina dijo entre sollozos. — Amo a otro hombre y estoy embarazada de él, ¡no puedo casarme con Federico!

La frase le clavó como un cuchillo afilado en el pecho de Carlota.

— ¿Que es lo que dijiste? ¿Estás embarazada, Cristina?

***

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora