39 - Un veredicto

721 89 15
                                    

Yo amo, aunque no no pueda contestar a todos, cada comentario y voto me hacen muy feliz y me dan las ganas de seguir escribiendo. La historia es para ustedes y los comentarios son el termómetro de cómo los lectores reciben la historia. Cuanto más activo seas, mejor. Gracias !!

***

— ¿Qué te pasa, Cristina? Estás loca, Héctor está muerto, ¡muerto! — Dijo Carlota asustada caminando por la biblioteca. — Hay de ser una excusa tuya... Estoy viendo que la situación con tu esposo es distinta a la última vez que vinimos aquí, que está enamorado de ti como un tonto, ¡esa es tu excusa!

— Eso es lo que querías, ¿verdad? Manipular la vida de todos, actuar como nada y nadie importara, y nada te saliera mal, ¿verdad? — Cristina le acusó.

— Siempre me acusas de ser controladora y manipuladora, Cristina. ¡No quieres aceptar que lo que sucedió en tu vida es tu culpa! Fuiste tú quien te entregaste como una cualquiera a un hombre sin estar casada, fuiste tú quien quedó embarazada de un muerto de hambre... ¡Dios! Dios te cobró matándolo y quitándote a la hija de los dos.

— ¿Dios? — Cristina preguntó con una sonrisa amarga.

— ¡Eso mismo que escuchaste! Dios. — Carlota declaró sin perder su arrogancia.

— Esto es lo que piensas que es Dios. Que es malo y castigador, despiadado como tú, Carlota. Pero no. Dios no se conforma con las injusticias. Él pone las cosas en su lugar. Y es por eso que hoy ha puesto a Héctor delante de mí. ¡Y supe que él también pensaba que yo estaba muerta porque tú se lo dijiste! ¡Tú se lo dijiste!

— Lo hice porque nuestro padre me pidió mantenerte alejada del hombre que te había arrastrado a la promiscuidad. — Se justificó al ver que no tenía más remedio que asumir la verdad.

— ¡No mientas, Carlota, no mientas! — Cristina la fulminó con la mirada. — No dudo que nuestro padre te haya pedido esto. Pero esa no fue la razón por la que lo hiciste. Lo hiciste por ti misma. ¡Porque sabías que Héctor y yo nos amábamos! Sabías que éramos felices.

— ¡No seas patética, Cristina! ¿No te das cuenta de que ya ha pasado tanto tiempo? ¿Qué  no tiene sentido que me reclames eso? Ahora estás casada con Federico, y al hacerlo, lo estás ofendiendo al reclamarme por separarte de otro hombre.

— No hables de Federico. Con él me entiendo yo, no te interpondrás entre Federico y yo, Carlota, eso no te lo permitiré.

— Si defiendes tanto tu relación, ¿por qué reclamarme por lo de Héctor? ¡No tiene sentido, Cristina!

— ¡Porque es injusto, Carlota! ¡Es injusto! Cambiaste el destino de tres personas. No puedes actuar como si eso no fuera nada.

— ¿Quién te entiende, Cristina? ¡Primero dices que no soy Dios y ahora dices que tengo el poder de cambiar los destinos! ¡Decídete!

— Jugaste con la vida de Federico. Sí, junto con mi padre decidiste mi matrimonio con él sin que él supiera todo lo que me había sucedido, todo lo que me hiciste.

— Pero ustedes dos hoy parecen muy felices por eso, ¿no? ¿O su amor no es sólido? Fue construido sobre mentiras, ¿es eso?

— ¡Aunque me contestes con cinismo, me escucharás, Carlota! ¡Héctor y yo formaríamos una familia, y por él sufrí por muchos años por alguien que vivía en otra ciudad en un seminario!

— Seminario? ¿Él es sacerdote, Cristina? ¿Un cura? — dijo ella con una risa sarcástica.

Cristina solo la miraba. No estaba sorprendida de su maldad frente a ella, hacía mucho tiempo que Carlota no se le ocultaba a ella. Pero tenía que escucharla, tenía que escuchar todo lo que tenía que decirle, tendría que escuchar hasta el final.

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora