66 - ¿Sería capaz?

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Cristina no dijo nada. Sensible y conmovida, se le acercó a él, en ese sofá y lo abrazó, sorprendiéndolo. Las lágrimas volvieron a caer por sus ojos y sintió que su corazón se calmaba cuando se vio de nuevo en los brazos de Federico que la apoyaba.

— Gracias! — dijo suavemente en un sollozo. — Gracias por la noticia de que viniste a traerme hoy, no sabes lo feliz que estoy, una vez más, de darme cuenta de que siempre estás presente en mis momentos más difíciles.

— Cristina, no me lo agradezcas. — dijo acariciando sus cabellos. — ¡Te hice una promesa con respecto a tu hija y créeme! La voy cumplir, te la regresaré.

Cristina se alejó y lo miró llena de sentimientos conflictivos, sintió mucha gratitud.

— Es que eres tan dedicado a mí, a veces eso me parece injusto para ti Federico. — Dijo desarmada.

— Lo hablas por lo vacía que está mi vida, ¿verdad? — Le preguntó Federico, frágil.

— ¿De qué estás hablando? — Cristina estaba sorprendida.

— ¡También creo que mi vida es patética! — Le confesó levantándose. — Tú y Joaquín, Cristina, son mis únicas relaciones constantes, estoy completamente solo y ahora te estoy perdiendo. Desde que perdí a mis padres, nunca he tenido relaciones profundas. Joaquín es prácticamente mi único amigo y, si me dediqué tan incondicionalmente a ti, fue porque me diste una sensación de hogar, de familia, pero ahora. Ahora mírame: ¡estoy solo! ¡No tengo hijos, no tengo a mi esposa, no tengo a nadie! — Dijo poniéndose de pie, de espaldas a ella.

Cristina se levantó y, con las dos manos sobre el vientre, le preguntó:

— No hables así, Federico. Yo... tengo algo que decirte. — Dijo con voz ahogada.

— Cristina, no debería haberte dicho estas cosas, ¡no quiero tu lástima! — Se volvió abruptamente. — Perdón por esas palabras.

—La verdad es que me gusta cuando te muestras sin máscaras para mí. — dijo ella de repente quitándose las manos de la barriga. — De esa manera, conozco a un Federico que nadie más conoce.

— ¿Qué tienes que decirme? — Ñe preguntó huyendo del tema de su fragilidad.

— Son dos cosas. Ayer me encontré a Raquela en la ciudad y créeme Federico, ¡esa mujer es peligrosa! — dijo Cristina.

— ¿Por qué dices eso, ella te hizo algo? — Federico estaba sorprendido.

— Me amenazó. Y a ti tambien! — Cristina contó en la lata.

— ¡Esa maldita! — Gritó Federico. — No te preocupes, Cristina, ella también me amenazó y esto es solo un deseo de llamar la atención, no hará nada.

— No lo sé, Federico, ella me miró de una manera... — recordó Cristina aprensiva.

— No te preocupes, ella no hará nada. — Federico trató de calmar a su esposa.

— Ah, Federico, me temo, aún más ahora que...

— ¿Ahora qué? — Tenía curiosidad.

— Federico, tengo que decirte, es que yo estoy...

En ese momento, tocaron a la puerta de la oficina con gran ansiedad. Vicenta dijo que Paulina, una trabajadora agrícola que trabajaba en el campo, quería hablar con ella. Fue al patio, acompañada por Federico.

***

— ¿Qué pasó, Paulina?

— Es mi hija, la señora Cristina, Anita.

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora