38 - Entregaste a otro el corazón

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Federico ni siquiera se dio cuenta del clima en el aire entre ellos, que los dos estaban llorando. Héctor se secó las lágrimas tratando de ocultarlas. Cristina no pudo hacer lo mismo. Federico corrió hacia ella y la abrazó cariñosamente, sentándose a su lado en el sofá.

— ¡Mi amor! — Dijo con emoción. —  ¿Qué pasó? Me preocupé mucho.

Héctor se levantó de la mesa de café frente a ella justo cuando Federico enmarcaba su rostro con las manos y le daba un beso tierno y amoroso. Era la imagen perfecta de un esposo enamorado preocupado por su esposa, no cabía dudas de que se amaban.

🎶 Te fuiste de aquí encontraste otra vida
Te fuiste de aquí enterraste la mía
Y aunque no estés yo sigo respirando aquel amor 🎶

— ¿Mi amor, estás bien? ¿Estás realmente bien? preguntó Federico tenso. — Padre Ignacio me dijo que te desmayaste. ¿Por qué no me dijiste que te sentías mal cuando me llamaste? — Le repetía acariciando su rostro, su pelo como si verificara la integridad física de su esposa.

Cristina estaba aturdida por esta situación. Las efusivas muestras de afecto y preocupación de Federico, la incomodidad de Héctor, ¡su presente y su pasado! Héctor se volvió mientras Federico llenaba de cariños a Cristina, estaba mortificado de celos.

Si con ese anillo y las palabras de Cristina él sabía que ella era de otro, con las actitudes de Federico, se daba cuenta de algo aún más dolido: los dos eran felices. Y aunque debía pensar en su compromiso con la iglesia, no pudo evitar sentirse atormentado, celoso de una mujer, de Cristina.

🎶 Te fuiste de aquí descubriste otros brazos
Borraste mis besos, me hiciste pedazos
Y duele ver que le entregaste a otro el corazón 🎶

— No me sentía mal en ese momento, Federico. — Dijo quitándole la mano de la cara y levantándose. — No pasó nada, solo fue un mareo, ya estoy bien.

— ¿Cómo no fue nada, mi amor? ¡Te desmayaste! Tienes que cuidarte. —Federico estaba muy cariñoso y preocupado.

— No encontré al doctor Luis, pero vi cuando Federico llegaba por la calle. Es bueno ver que sigues mejor, hija. — Dijo el padre Ignacio.

— Gracias padre. No... No necesito un médico, yo solo... — Cristina se lo agradeció.

— Tú necesitas descansar. — Federico la abrazó nuevamente — Ven, te llevaré a la casa.

Ver la mano de Federico sobre su hombro hizo que Héctor se sintiera aún más confundido en toda la situación. Estaba muy molesto con Federico, como si le estuviera arrebatando algo, pero pronto recordó que debía obedecer los sacramentos de su compromiso con Dios siete años antes. Ahora con Cristina viva todo era diferente, estaba perdido en un laberinto.

— Federico, este es el nuevo párroco. Héctor Gamboa. — El padre Ignacio lo presentó. — Él fue quien rescató a Cristina cuando ella se desmayó en la calle.

— Mucho gusto en conocerte, padre. — Federico se sentía agradecido al sacerdote. — Gracias por ayudar a mi esposa. Cristina es mi bien más preciado, ni siquiera quiero pensar si le hubiera pasado algo. Gracias.

Héctor estrechó la mano de Federico sintiéndose un miserable. Lo miró con desprecio como si le diera la mano a un enemigo. Tantos sentimientos que no se ajustaban a la postura de un sacerdote, pero que no podía evitarlos.

— No me costó nada. — Héctor contestó secamente.

— Sí, gracias... padre. — Dijo Cristina con dificultad.

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora