43 - Sentimientos Revueltos

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***

— Si! ¡Tenemos que hablar, Héctor! —Le contestó Cristina.

Cuando se volvió, su reacción inmediata fue observar cómo estaba vestido. Nuevamente vestía ropa normal: pantalones, camisa y un abrigo con el detalle del collar romano que lo identificaba como sacerdote. ¡Solo un detalle! No, no era un solo detalle. Era demasiado grande, la condición irónica que lo hacía mucho más complicado.

— ¿Y esta escuela? — Él rompió el silencio que se formó entre ellos.

— Hace algunos años quería crear una escuela aquí en la hacienda. Los niños sufren mucho para estudiar y si tienen alguna dificultad, es muy complicado por la distancia de Teapa y el trabajo de sus padres. — Dijo Cristina.

— Es un proyecto muy bonito. Desinteresado, generoso. — Héctor le halagó con orgullo.

— En parte... — comenzó Cristina con timidez. — En parte lo idealicé por ti. — Le confesó.

— ¿Como asi? — Le preguntó Héctor, un poco emocionado.

— Por nuestras conversaciones, por cómo estabas enamorado de la educación, por llevar el conocimiento a los niños. Esto también fue crucial cuando elegí algo para estudiar. — Recordó Cristina.

— ¿Qué estudiaste?

— La pedagogía.

Héctor sonrió levemente ante sus palabras. Se dio cuenta de que ella lo recordara en todos esos años. Por su profesión, sus sueños. Si le dolía, como su muerte dolía infinitamente, también lo hacía su ausencia.

— Todo esto fue tan injusto, ¿no Cristina? — Dijo Héctor, dando unos pasos hacia ella.

Cristina se afectó al sentir que él se acercaba y cruzó la oficina, disfrazado de que iba a guardar un libro en un estante. Suspiró antes de responder.

— Y todavía no sabes cuánto. — Ella cerró los ojos mientras decía y lo miró aún cerca de la puerta de esa habitación.

— Me dijiste que tenías cosas que decirme ayer cuando... cuando fuimos interrumpidos. — No pudo evitar sentirse enojado al recordar Federico.

— ¡Sí! Tengo algo muy importante que decirte. Pero antes, antes quiero que tengas algo muy claro, Héctor. — Se animó al darse cuenta de cómo la miraba. Al darse cuenta de la confusión que esa mirada causaba en ella.

— ¡Dime! — Le pidió.

— Todo esto fue muy injusto, sin duda. Pero aunque haya sido de una manera dolorosa y traumática, a lo mejor fue una forma de la vida, de que Dios... — Se interrumpió, mirando el collar y el crucifijo que llevaba alrededor del cuello que representaba su fe en Dios. — haya encontrado para poner las cosas en su lugar. En el lugar donde deberían estar y quizás... Quizás ahora ya no deba de ser recordado, excepto por una cosa.

— ¿Por qué estás deciendo eso? — Preguntó ahora sí acercándose a ella y dejándola sin forma de escapar.

— ¡Porque somos otras personas, Héctor! Han pasado dieciocho años. Ya sabes, el pasado no se puede cambiar, es imposible.

— Sí... — estuvo de acuerdo y bajó los ojos.

— ¡Ahora eres un sacerdote! Un hombre dedicado a Dios y admiro que hayas hecho una elección tan sublime para tu vida.

Se dio la vuelta. ¡Sublime! ¡Sublime! Cerca de ella parecía la peor opción del mundo. Cerca de ella se le olvidaba los votos y las promesas que le había hecho a Dios, y todo lo que quería hacer era abrazarla de nuevo, tocar su piel, sentir su cuerpo, no podía pensar en otra cosa.

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora