56 - Sin aliento

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Les dejo un capítulo más hoy. Disfruten y comenten mucho.

***
Federico sintió cómo se liberaba de un peso con decir esas palabras. Joaquín lo comprendía porque, cómo casi todas las personas, sabía lo complicadas que eran las historias de amor.

— Pero, Federico... ¿no me dijiste que su ex regresó y estaba interesado en ella?

— Sí. — Contestó Federico con los ojos ardiendo de odio. — ¡Ese idiota! — Él lo maldigo.

— Y... ¿si él la busca? ¿Y si ella lo acepta? — Preguntó Joaquín inconsecuentemente.

— ¡Lo mato! — Dijo Federico, golpeando su mano sobre la mesa.

— ¡Cálmate, vaquero! — Le pidió Joaquín.

— Este idiota que no se atreva a acercarse a mi Cristina, Joaquín. ¡Esto no podría soportarlo, ella es mía, ¡mía! — Los celos le robaban su razón y no lo dejaban pensar.

— Pero, Federico, has estado en esta hacienda durante muchos años, con el objetivo de conquistarla. Ella no te aceptó, pero tampoco te pidió que te fueras. ¿No crees que todo es diferente ahora? No sé, mi amigo... Quizás, lo mejor, fuera que aceptaras que se acabó. — aconsejó Joaquín.

— Fui un idiota, un idiota por acostarme con Raquela solo porque estaba enojada con ella. — Federico se reprochó a sí mismo. — Pero no puedo, Joaquín, no puedo renunciar a ella. El amor de Cristina, saber que ella es mi esposa y que estamos juntos, es mi fortaleza. La necesito, ¡la necesito! — Como rara vez, Federico mostró fragilidad.

— Bueno, si crees que tienes una oportunidad, ¡anímate! A darle la pelea. Lucha por tu Cristina.

— ¡Eso es, Joaquín! Lucharé por ella y dejaré en claro que... ¡No me rendiré! — Sentenció.

De pronto, sin que hubieran se dado cuenta, dos personas se acercaron a la mesa para saludarlos.

— Mira a quién encontramos aquí, mi cuñado. — Dijo Carlota siempre cínica. — ¿Cómo estás? — Extendió su mano al hacendado.

Federico estrechó la mano de Luciano y la suya con una mirada. Por supuesto, tenía ganas de preguntar por Cristina, pero sabía que no eran las personas adecuadas para hacerlo.

— Haces falta en la Plantanal, Federico. — observó Luciano.

— ¿Por qué? — Tenía curiosidad — ¿Algún problema en la hacienda?

— ¡No hay problema! — Contestó Carlota con una sonrisa — Todo sigue muy... muy bien. Mira que hoy Cristina ya tuvo animo de salir. Vino a la ciudad. ¿Qué estaría buscando mi hermana o... a quien? — arrojó su veneno.

Federico resopló y se estaba levantando, pero fue detenido por Joaquín. Luciano también interfirió:

— Vino a tratar asuntos escolares, Carlota, ya lo sabes. — El la reprochó. — Es bueno que ya se haya animado a salir, ya que estaba tan triste y cerrada en los últimos días.

El corazón de Federico se hundió al imaginar la tristeza de Cristina. Todo lo que no quería era que ella estuviera enferma, que algo le doliera. Cada vez más se atormentaba por hacerle daño, ¿cómo podría haberlo hecho?

— Bueno, ya nos vamos, fue bueno verte, Federico. — Luciano se despidió, tirando de Carlota de la mano.

— Quizás... Quizás esa sea la esperanza que necesitas, Federico. — Observó Joaquim después de que los dos pasaron la puerta del restaurante.

— ¿Qué? — dijo con una sonrisa cínica. — El hecho de que Cristina vino a la ciudad a verse...

— Eso fue todo lo que escuchaste, ¿verdad? — Preguntó Joaquín con una sonrisa. — Federico, reacciona! Tu cuñada es una mujer venenosa, tú mismo me lo dijiste. ¿Pero no escuchaste lo que dijo Luciano?

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora